miércoles, 1 de mayo de 2013

Un problema que atañe a la economía argentina

A fines del año pasado, un ex integrante del gobierno lo confesó aprovechando que la conversación mantenía carácter de reservada. “Está claro que al oficialismo una inflación al 20 % no le preocupa”.


 No es la primera vez que se escucha un planteo de este tipo y no sucede sólo aquí. Recuerdo una campaña electoral en el vecino Uruguay en la que un importante dirigente político consideraba tolerable un guarismo de ese tipo. El problema es que la inflación no es sólo un tema interno sino, en una economía cada vez más globalizada, una cuestión que debe rendir cuenta al contexto regional en el que estamos insertados, y el promedio en América del Sur ronda el 6 %. 

Por otro lado, si desde la perspectiva del Ejecutivo una inflación alta no es necesariamente una mala noticia, pues los ingresos fiscales crecen al aplicarse impuestos como el IVA a precios más altos, lo es para los asalariados y jubilados que pierden poder adquisitivo en sus ingresos y en sus eventuales ahorros, acaso fruto de años de trabajo. 

A su vez, hay que plantearse si es posible mejorar la performance de la economía en situación de alta inflación. Brasil está aplicando tratamientos enérgicos para reducir la inflación por debajo del 6 %. ¿Cómo ser competitivos si los precios suben incluso en dólares? 
Lo que se nota actualmente es que se reconoce que el problema existe. Fiel reflejo de este reconocimiento son las columnas bajo diferentes firmas de este informe, donde la discusión no es si hay o no hay inflación, sino cómo contrarrestarla o si es o no el principal problema de nuestra economía. Los esfuerzos del Ejecutivo por controlar el nivel de precios revelarían que sí lo es. 

Inflación, ¿una manera de vivir?

Ernesto A. O’Connor (economista UCA)
La economía argentina se encuentra nuevamente ante un problema histórico: la inflación. La suba generalizada en el nivel de precios no se ha acelerado en el primer cuatrimestre de 2013 mucho más que lo observado en años previos. La gran diferencia es que el tipo de cambio paralelo, el dólar blue, se ha convertido en el precio de referencia de la economía.

La inflación es la pérdida de poder adquisitivo del dinero. El peso deja de ser preferible y la moneda extranjera toma entonces el rol de reserva de valor. Además, la moneda extranjera puede irse transformando en unidad de medida. A la moneda local le queda el rol de medio de pago. La diferencia entre 2013 y los años inflacionarios previos es que el dólar es reserva de valor, pero en parte unidad de medida, pues en el proceso de formación de precios las empresas consideran el costo de reposición y éste queda afectado por el dólar blue. No es que especulen, sino que cubren sus costos. 

Las causas de la inflación son muchas. La primera, el ritmo de crecimiento de la cantidad de dinero emitida por el Banco Central supera al crecimiento de la economía. El BCRA ha emitido dinero al 38 % anual en 2013, cuando la economía creció 1 % anual. Otro motivo es la política fiscal expansiva en los booms: el gasto público nacional y provincial creció desde 34 % del PIB en 2011 a 49 % en 2012. Esto requiere financiamiento, entre ellos, la emisión. Luego, la inflación sube los costos empresariales, como ser insumos y salarios, e ingresa en una inercia estructural. Los controles de precios y de divisas sólo postergan y exacerban las expectativas inflacionarias. 

El mayor problema de la inflación es que es una de las madres de la corrupción. La divergencia entre precios domésticos e internacionales permite sobreprecios en el sector público y privado, quitando transparencia. La ética en la economía pierde a un gran aliado.
El objetivo debería ser converger a la inflación regional, que promedia el 4 % anual. Descender desde el 26 % anual a esta cifra implica esfuerzos enormes. Alinear precios locales con internacionales, bajar gasto público ineficiente y reducir la emisión monetaria escalonadamente hacia un dígito anual son medidas básicas. Los costos sociales no son neutrales, pero de no hacerlo, existen riesgos mayores. La pregunta es: ¿la inflación es una manera de vivir de los argentinos? Evidentemente, nos cuesta aprender de nuestra propia historia.

El problema principal no es la inflación

Alfredo Zaiat (economista y periodista)
La inflación es un incremento generalizado en el nivel de los precios y si no hay un acompañamiento, por lo menos en la misma proporción, de salarios o jubilaciones, o de cualquiera que tenga un ingreso fijo, provoca una pérdida en el poder adquisitivo.

Para pensar en una posible contención de los niveles inflacionarios primero habría que hacer un buen diagnóstico de por qué suben los precios en la Argentina y, fundamentalmente, los precios vinculados con la canasta básica del hogar, es decir alimentos y bebidas, teniendo en cuenta que gran parte de los sectores de la sociedad destina una buena medida de su consumo a esos bienes. Entonces, en ese diagnóstico, como en varias cosas que hay en economía, hay como dos “bibliotecas”. Por un lado están los que piensan que el aumento de precios, la inflación, está dado por desbordes monetarios fiscales o salariales, visión con la que no coincido. 

Creo que en Argentina existen cinco fuentes de base inflacionaria. Primero es una estructura productiva desequilibrada, fruto de 40 años de desindustrialización y, por consiguiente, esto genera cuellos de botella en determinados sectores, o sea, insuficiencia de oferta ante un crecimiento de la demanda. Después, la formación oligopólica de precios, los shocks exógenos de los precios internacionales, es decir, la suba de los precios internacionales. El ajuste del tipo de cambio se sigue depreciando, por lo que la devaluación, pese a lo que se menciona, es una fuente inflacionaria también. Y por último, la puja distributiva. O sea, la tensión entre el capital y el trabajo, entre los aumentos de precio y los reclamos por aumentos salariales que se van realimentando y, por consiguiente, generan una puja distributiva que es una poderosa fuente de tensión inflacionaria. 
La Argentina ha vivido con tasas de inflación muy por encima de los niveles actuales durante muchísimo tiempo, por lo que el riesgo más latente de esta situación es el desgaste político, el hartazgo y la insatisfacción social. 
Por eso pienso que el problema principal de la Argentina no es la inflación sino la generación de empleo, que haya trabajo de calidad y no informal. Si para analizar qué es lo que sucede con el empleo se pusiese el mismo esfuerzo que se tiene para debatir la inflación, creo que la economía andaría muchísimo mejor. 

La hora de la inflación

Gastón Rossi (director LCG / ex secretario de Política Económica)
Con un Gobierno que persistentemente se ha hecho el distraído, no debe extrañar que la Argentina lleve ya más de 7 años con una inflación de dos dígitos. En esencia, las razones que explican esta evolución son dos: la destrucción del faro de referencia en materia de precios con el descrédito del INDEC, y un combo de políticas macroeconómicas muy expansivo. Si se tiene en cuenta que la cantidad de dinero ha venido creciendo en los últimos años al 35 % anual, el gasto público por encima del 30 % y los salarios formales entre el 25 % y el 30 %, es esperable que la inflación sea superior al 20 %.

Como agravante, desde 2010 el Gobierno decidió utilizar como única herramienta antiinflacionaria el Tipo de Cambio Nominal. Esto generó un acelerado proceso de pérdida de competitividad, que terminó por forzar la implementación de los distintos controles cambiarios luego de las elecciones presidenciales y condenó la economía al estancamiento.

Una inflación elevada limita el potencial de crecimiento de la economía a través de distintos canales: genera incertidumbre con respecto a la evolución futura de precios y costos, achica el horizonte de planeamiento de las empresas, desincentiva la inversión privada y la generación de empleo formal, impide la profundización del sistema financiero, tiene un efecto distributivo regresivo, etcétera.

Para contener las presiones inflacionarias no resulta necesario –ni deseable– una política de shock. Distintamente se requiere de un enfoque integral, sistemático y coherente, con un Gobierno que haga explícita su preocupación en materia inflacionaria y recupere la confianza en el INDEC. Y es necesario que la totalidad de la política económica se coordine poniendo foco en la lucha contra la inflación, de forma de corregir los pronunciados desequilibrios en materia de precios relativos.
La persistente resistencia del Gobierno a enfrentar este problema no permite abrigar demasiadas esperanzas al respecto. El problema es que, con un margen de maniobra mucho menor que en el pasado, de ello depende que la economía vuelva a crecer y se generen nuevos empleos. 

Medidas que le dan tiempo al Gobierno

Dr. Enrique Carlos Bianchi (profesor titular de Comercialización, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Córdoba)

Muchos analistas económicos plantearon sus temores por la emisión monetaria –40 % en 2012 por sus riesgos inflacionarios y su presión sobre el mercado cambiario–. La mitad de esa expansión fue para financiar el déficit del gobierno vía el BCRA a través de adelantos transitorios y el otro 50 % para la compra de dólares para pagos externos.

El gran desafío se presentó en atacar la inflación y sus expectativas para 2013, y así lograr moderar las subas salariales solicitadas en las negociaciones paritarias. Dicho o no, pero consciente de que la inflación anual fue del 24,43 % en 2012, el Gobierno tomó medidas como el congelamiento de precios –“enfriamiento”–, dio señales políticas sobre el tope esperado de suba salarial en torno al 20 %, buscó absorber en parte la fuerte emisión monetaria de fines de año y presionó –aunque equivocadamente– para que determinados sectores del campo liquidaran el remanente de granos y para que los empresarios no subieran alocadamente los precios con la velada amenaza de abrir la importación (verwww.ciudadnueva.org.ar, “Plan anti-inflacionario: algunas señales”). En definitiva, ganó tiempo a la espera de las liquidaciones de la soja de la presente campaña.

De cara a las próximas elecciones, desde el frente interno, el Gobierno necesita, primero, cerrar acuerdos salariales en función de una inflación que estima que será igual o un poco menor que en 2012, batalla no tan fácil de dar. Segundo, que la campaña de soja estimada en 48 millones de toneladas, o sea entre 24 y 25,6 millones de dólares se liquide como es habitual, es decir, cerca de un tercio en los primeros cinco meses del año, y después en junio, julio, agosto el resto, cuando los productores venden según sus necesidades. Tercero, que el “enfriamiento de los precios” medianamente funcione. De este modo el Gobierno lograría sostener los acuerdos salariales en el tiempo y llegar a las elecciones con un efecto “tranquilizante”.


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