A fines del año pasado, un ex
integrante del gobierno lo confesó aprovechando que la conversación mantenía
carácter de reservada. “Está claro que al oficialismo una inflación al 20 % no
le preocupa”.
No es la primera vez que se escucha un planteo de este tipo y no
sucede sólo aquí. Recuerdo una campaña electoral en el vecino Uruguay en la que
un importante dirigente político consideraba tolerable un guarismo de ese tipo.
El problema es que la inflación no es sólo un tema interno sino, en una
economía cada vez más globalizada, una cuestión que debe rendir cuenta al
contexto regional en el que estamos insertados, y el promedio en América del
Sur ronda el 6 %.
Por otro lado, si desde la
perspectiva del Ejecutivo una inflación alta no es necesariamente una mala
noticia, pues los ingresos fiscales crecen al aplicarse impuestos como el IVA a
precios más altos, lo es para los asalariados y jubilados que pierden poder
adquisitivo en sus ingresos y en sus eventuales ahorros, acaso fruto de años de
trabajo.
A su vez, hay que plantearse
si es posible mejorar la performance de la economía en situación de alta
inflación. Brasil está aplicando tratamientos enérgicos para reducir la
inflación por debajo del 6 %. ¿Cómo ser competitivos si los precios suben
incluso en dólares?
Lo que se nota actualmente
es que se reconoce que el problema existe. Fiel reflejo de este reconocimiento
son las columnas bajo diferentes firmas de este informe, donde la discusión no
es si hay o no hay inflación, sino cómo contrarrestarla o si es o no el
principal problema de nuestra economía. Los esfuerzos del Ejecutivo por
controlar el nivel de precios revelarían que sí lo es.
Inflación, ¿una manera de
vivir?
Ernesto A. O’Connor
(economista UCA)
La economía argentina se
encuentra nuevamente ante un problema histórico: la inflación. La suba
generalizada en el nivel de precios no se ha acelerado en el primer
cuatrimestre de 2013 mucho más que lo observado en años previos. La gran
diferencia es que el tipo de cambio paralelo, el dólar blue, se ha convertido
en el precio de referencia de la economía.
La inflación es la pérdida
de poder adquisitivo del dinero. El peso deja de ser preferible y la moneda
extranjera toma entonces el rol de reserva de valor. Además, la moneda
extranjera puede irse transformando en unidad de medida. A la moneda local le
queda el rol de medio de pago. La diferencia entre 2013 y los años
inflacionarios previos es que el dólar es reserva de valor, pero en parte
unidad de medida, pues en el proceso de formación de precios las empresas consideran
el costo de reposición y éste queda afectado por el dólar blue. No es que
especulen, sino que cubren sus costos.
Las causas de la inflación
son muchas. La primera, el ritmo de crecimiento de la cantidad de dinero
emitida por el Banco Central supera al crecimiento de la economía. El BCRA ha
emitido dinero al 38 % anual en 2013, cuando la economía creció 1 % anual. Otro
motivo es la política fiscal expansiva en los booms: el gasto público nacional
y provincial creció desde 34 % del PIB en 2011 a 49 % en 2012. Esto requiere
financiamiento, entre ellos, la emisión. Luego, la inflación sube los costos
empresariales, como ser insumos y salarios, e ingresa en una inercia
estructural. Los controles de precios y de divisas sólo postergan y exacerban
las expectativas inflacionarias.
El mayor problema de la
inflación es que es una de las madres de la corrupción. La divergencia entre
precios domésticos e internacionales permite sobreprecios en el sector público
y privado, quitando transparencia. La ética en la economía pierde a un gran
aliado.
El objetivo debería ser
converger a la inflación regional, que promedia el 4 % anual. Descender desde
el 26 % anual a esta cifra implica esfuerzos enormes. Alinear precios locales
con internacionales, bajar gasto público ineficiente y reducir la emisión
monetaria escalonadamente hacia un dígito anual son medidas básicas. Los costos
sociales no son neutrales, pero de no hacerlo, existen riesgos mayores. La
pregunta es: ¿la inflación es una manera de vivir de los argentinos?
Evidentemente, nos cuesta aprender de nuestra propia historia.
El problema principal no es
la inflación
Alfredo Zaiat (economista y
periodista)
La inflación es un
incremento generalizado en el nivel de los precios y si no hay un
acompañamiento, por lo menos en la misma proporción, de salarios o
jubilaciones, o de cualquiera que tenga un ingreso fijo, provoca una pérdida en
el poder adquisitivo.
Para pensar en una posible
contención de los niveles inflacionarios primero habría que hacer un buen
diagnóstico de por qué suben los precios en la Argentina y, fundamentalmente,
los precios vinculados con la canasta básica del hogar, es decir alimentos y
bebidas, teniendo en cuenta que gran parte de los sectores de la sociedad
destina una buena medida de su consumo a esos bienes. Entonces, en ese
diagnóstico, como en varias cosas que hay en economía, hay como dos
“bibliotecas”. Por un lado están los que piensan que el aumento de precios, la
inflación, está dado por desbordes monetarios fiscales o salariales, visión con
la que no coincido.
Creo que en Argentina
existen cinco fuentes de base inflacionaria. Primero es una estructura
productiva desequilibrada, fruto de 40 años de desindustrialización y, por
consiguiente, esto genera cuellos de botella en determinados sectores, o sea,
insuficiencia de oferta ante un crecimiento de la demanda. Después, la
formación oligopólica de precios, los shocks exógenos de los precios
internacionales, es decir, la suba de los precios internacionales. El ajuste
del tipo de cambio se sigue depreciando, por lo que la devaluación, pese a lo
que se menciona, es una fuente inflacionaria también. Y por último, la puja
distributiva. O sea, la tensión entre el capital y el trabajo, entre los
aumentos de precio y los reclamos por aumentos salariales que se van
realimentando y, por consiguiente, generan una puja distributiva que es una
poderosa fuente de tensión inflacionaria.
La Argentina ha vivido con
tasas de inflación muy por encima de los niveles actuales durante muchísimo
tiempo, por lo que el riesgo más latente de esta situación es el desgaste
político, el hartazgo y la insatisfacción social.
Por eso pienso que el
problema principal de la Argentina no es la inflación sino la generación de
empleo, que haya trabajo de calidad y no informal. Si para analizar qué es lo
que sucede con el empleo se pusiese el mismo esfuerzo que se tiene para debatir
la inflación, creo que la economía andaría muchísimo mejor.
La hora de la inflación
Gastón Rossi (director LCG /
ex secretario de Política Económica)
Con un Gobierno que
persistentemente se ha hecho el distraído, no debe extrañar que la Argentina
lleve ya más de 7 años con una inflación de dos dígitos. En esencia, las
razones que explican esta evolución son dos: la destrucción del faro de
referencia en materia de precios con el descrédito del INDEC, y un combo de
políticas macroeconómicas muy expansivo. Si se tiene en cuenta que la cantidad
de dinero ha venido creciendo en los últimos años al 35 % anual, el gasto
público por encima del 30 % y los salarios formales entre el 25 % y el 30 %, es
esperable que la inflación sea superior al 20 %.
Como agravante, desde 2010
el Gobierno decidió utilizar como única herramienta antiinflacionaria el Tipo
de Cambio Nominal. Esto generó un acelerado proceso de pérdida de
competitividad, que terminó por forzar la implementación de los distintos
controles cambiarios luego de las elecciones presidenciales y condenó la
economía al estancamiento.
Una inflación elevada limita
el potencial de crecimiento de la economía a través de distintos canales:
genera incertidumbre con respecto a la evolución futura de precios y costos,
achica el horizonte de planeamiento de las empresas, desincentiva la inversión
privada y la generación de empleo formal, impide la profundización del sistema
financiero, tiene un efecto distributivo regresivo, etcétera.
Para contener las presiones
inflacionarias no resulta necesario –ni deseable– una política de shock.
Distintamente se requiere de un enfoque integral, sistemático y coherente, con
un Gobierno que haga explícita su preocupación en materia inflacionaria y
recupere la confianza en el INDEC. Y es necesario que la totalidad de la
política económica se coordine poniendo foco en la lucha contra la inflación,
de forma de corregir los pronunciados desequilibrios en materia de precios
relativos.
La persistente resistencia
del Gobierno a enfrentar este problema no permite abrigar demasiadas esperanzas
al respecto. El problema es que, con un margen de maniobra mucho menor que en
el pasado, de ello depende que la economía vuelva a crecer y se generen nuevos
empleos.
Medidas que le dan tiempo al
Gobierno
Dr. Enrique Carlos Bianchi
(profesor titular de Comercialización, Facultad de Ciencias Económicas,
Universidad Nacional de Córdoba)
Muchos analistas económicos
plantearon sus temores por la emisión monetaria –40 % en 2012 por sus riesgos
inflacionarios y su presión sobre el mercado cambiario–. La mitad de esa
expansión fue para financiar el déficit del gobierno vía el BCRA a través de adelantos
transitorios y el otro 50 % para la compra de dólares para pagos externos.
El gran desafío se presentó
en atacar la inflación y sus expectativas para 2013, y así lograr moderar las
subas salariales solicitadas en las negociaciones paritarias. Dicho o no, pero
consciente de que la inflación anual fue del 24,43 % en 2012, el Gobierno tomó
medidas como el congelamiento de precios –“enfriamiento”–, dio señales
políticas sobre el tope esperado de suba salarial en torno al 20 %, buscó
absorber en parte la fuerte emisión monetaria de fines de año y presionó
–aunque equivocadamente– para que determinados sectores del campo liquidaran el
remanente de granos y para que los empresarios no subieran alocadamente los
precios con la velada amenaza de abrir la importación (verwww.ciudadnueva.org.ar,
“Plan anti-inflacionario: algunas señales”). En definitiva, ganó tiempo a la
espera de las liquidaciones de la soja de la presente campaña.
De cara a las próximas
elecciones, desde el frente interno, el Gobierno necesita, primero, cerrar
acuerdos salariales en función de una inflación que estima que será igual o un
poco menor que en 2012, batalla no tan fácil de dar. Segundo, que la campaña de
soja estimada en 48 millones de toneladas, o sea entre 24 y 25,6 millones de
dólares se liquide como es habitual, es decir, cerca de un tercio en los
primeros cinco meses del año, y después en junio, julio, agosto el resto,
cuando los productores venden según sus necesidades. Tercero, que el
“enfriamiento de los precios” medianamente funcione. De este modo el Gobierno
lograría sostener los acuerdos salariales en el tiempo y llegar a las
elecciones con un efecto “tranquilizante”.
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