La centroizquierda y la centroderecha se han unido para formar el nuevo Ejecutivo, luego de estériles tentativas a lo largo de dos meses y medio. ¿Durará?
A casi dos meses y medio de haber celebrado las elecciones, Italia volvió a tener un nuevo gobierno. Lo pudo hacer en medio de circunstancias inéditas, como la reeleción del presidente de la República. Nunca había sucedido. Y Giorgio Napolitano, designado por la asamblea legislativa por otro septenio, a sus 87 años, aprovechó la oportunidad para exigir la la formación de un gobierno en el que confluyeran los votos de la centroizquierda y la centroderecha.
Por cierto, se necesitara de un gesto de responsabilidad ante la urgencia de dotarse de un Ejecutivo que afrontara la compleja y delicada situación económica del país, en el que el 38 por ciento de los jóvenes no consigue trabajo.
No fue posible ampliar al recién llegado Movimiento de las 5 Estrellas (M5E), que contó con el 25 por ciento de los votos, el consenso para formar un gobierno abarcando la sintonía ideológica de todo el arco de la centroizquierda. El M5E pareció demasiado estricto en cuanto a exigencias de transparencia y de lucha contra la corrupción, a tal punto de estimar imposible un acuerdo con ese sector.
Fracasados otros intentos, apareció la posibilidad de unir los votos de la centroderecha, liderada por Silvio Berlusconi, con la misma centroizquierda que desde hacía años denunciaba, apoyaba y patrocinaba el procesamiento del magnate devenido político, pero sin mayores resultados. La alternativa a este acuerdo, que algunos políticos, sobre todo desde el M5E, denuncian como una negociación realizada a espalda de los intereses de los italianos, eran volver a las urnas, pero prolongando la gestión temporaria del Ejecutivo, es decir, sin poder tomar medidas de fondo.
Encargado de formar el nuevo gobierno ha sido Enrico Letta, un hombre de modales elegantes y sobrios, proveniente de la desaparecida Democracia Cristiana,quien ha logrado el consenso (voto de confianza) de ambas ramas del Parlamento. Pero es evidente que para lograr los votos de Berlusconi tuvieron que incorporar medidas que van en contra de lo declarado por el propio Letta durante la última campaña electoral, como el impuesto sobre la primera casa (IMU), defendido a capa y espada y que hoy, si quiere seguir contando con los imprescindibles votos del sector de Berlusconi, ya ha anunciado que será postergada su aplicación.
El tono del discurso del nuevo presidente del consejo de ministros (el título exacto del jefe de gobierno, ya que institucionalmente no hay un primer ministro) no ha sido el de un programa provisorio para sanar los problemas urgentes, sino el de un Ejecutivo que supone la continuidad a lo largo de la legislatura.
Ha anunciado medidas para reducir el peso fiscal sobre las familias y estimular el crecimiento y el empleo. Una maniobra que supone un costo entre 70.000 y 80.000 millones de euros (casi 100.000 millones de dólares). Letta no dijo de dónde saldría esta suma astronómica.
También anunció la abolición de costos de la política totalmente inútiles y anacrónicos, como las más de 100 provincias en las que está repartido el territorio italiano (equivalente a la superficie de la provincia de Buenos Aires), con legislativos y ejecutivos provinciales y todo lo que consigue a nivel de gastos., y la reducción de los mil legisladores entre las dos ramas del Parlamento. Otras medidas son más bien simbólicas, aunque no menores en un momento de crisis, como la imposiblidad, para los ministros elegidos entre diputados y senadores, de cumular a la remuneración como secretarios de Estado la de legislador.
¿Tendrá futuro esta mezcla de agua y aceite que sólo los bizantinismos de la política podría parir? El tema de fondo no es tanto, o no sólo, la incompatibilidad ideológica entre dos modelos de país, uno marcadamente neoliberal y otro de economía social de mercado, sino hasta qué momento esta convivencia será conveniente. Berlusconi ya se presenta como aquel que salvó la Patria de la catástrofe y hasta defiende el bolsillo de las familias promoviendo la reducción de impuestos que él mismo aumentó durante su gestión. La centroizquierda deberá explicar a la gente como pudo incluir en el gobierno la persona que hasta ayer era considerada, con cierto grado de exageración, la suma de todos los males. Un verdadero abrazo del oso el de Barlusconi.
No es de descartar que cuando se acerque la fecha que anteriormente se preveía para las elecciones haya una ruptura que determine el fin de esta experiencia anómala. Los más suspicaces, y en Italia conviene serlo, creen que una más larga duración significaría ceder algunos otros privilegios a Silvio Berlusconi, como el de violar la ley sin tener que pagar por eso.
¿Un dato? Uno de los autores de las leyes “ad personam”, leyes pensadas para beneficiar al líder de la centroderecha, es hoy el ministro del interior. Para muestra basta un botón.
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