viernes, 20 de septiembre de 2013

En Brasil la alianza de gobierno pierde un socio


El Partido Socialista, liderado por el gobernador de Pernambuco, Eduardo Campos, han dejado de integrar la alianza de gobierno. Es el grupo que más ha crecido en las últimas tornadas electorales.

Cuando falta menos de un año para las elecciones presidenciales de 2014, la alianza de gobierno que en Brasil sostiene la presidencia de Dilma Rousseff acaba de perder a un aliado clave: el Partido Socialista, cuyo líder es el gobernador de Pernanbuco, Eduardo Campos. Se trata de una jugada que muchos analistas preveían, ya que el PS es la agrupación que más ha crecido en las últimas elecciones. Su agrupación cuenta con una representación parlamentaria de 32 diputados y dos carteras del Ejecutivo – cuyos titulares obviamente renunciaron - estaban confiadas a socialistas.

El PS, con esta decisión no se coloca en las filas de la oposición, sino que toma la distancia necesaria de la alianza de gobierno para poder mantener con mayor libertad una actitud crítica.

Si bien en los sondeos Campos recoge apenas el 7% de las intenciones de voto, muy distante del 33% que todavía respalda a Rousseff, del 31% que apoya a la ecologista Marina Silva e incluso del 15% que votaría por el socialdemócrata Aecio Neves, el clima político permite prever cierta fluidez, sobre todo si se tiene en cuenta la joven edad del líder socialista, en un contexto fuertemente crítico con los tradicionales actores de la política nacional. Precisamente Marina Silva y Campos pueden representar un elemento de gran novedad, al apuntar en su discurso a los valores de la ética y de la transparencia política.

Inacio Lula da Silva, líder del Partido de los Trabajadores y ex presidente, ha hecho lo posible para mantener a Campos en las filas de la alianza, incluso ante la decisión de transitar por un camino autónomo, prometió que las puertas “seguirían abiertas”. Lula ofreció la candidatura presidencial en 2018, para evitar la separación e incluso las fotos de una reunión del líder del PS con Aecio Neves, que motivaron la acusación de coqueteo con el tradicional opositor, el PSDB, no han mellado en la confianza de Lula de que en una segunda vuelta, los votos del PS respaldarían a Dilma Roussef.

Es muy posible que la batalla electoral por las presidenciales, en medio de las novedosas protestas que están marcando la vida política del país, se centre no tanto en la conquista de la primera mayoría, que difícilmente podrá ser disputada al PT, que con sus límites y sus escándalos (la cúpula del partido terminó condenada por corrupción) sigue siendo el principal artífice del crecimiento del país, que hoy figura entre las potencias globales emergentes (BRICS), sino en transformarse en el aliado clave de esta agrupación en el gobierno.

Hoy la aguja de la balanza de la alianza, por extraño que parezca, es representada por el centrista Movimiento Democrático (PMDB), uno de los grupos más tradicionales del espectro político brasileño pero también ejemplo típico de la vieja política que hoy causa rechazo en el país, en especial entre los jóvenes. Tanto Marina Silva, con mayores chances, como Eduardo Campo aspiran muy probablemente a ocupar ese lugar determinante en la constitución de la mayoría de gobierno, aunque la ex ecologista lo hace desde una consolidada trayectoria en la que ya ha demostrado coherencia y propuestas para renovar la política desde los valores éticos. 

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