Un grupo de marinos salió a entrenar con canticos referidos a matar argentinos, peruanos, bolivianos... una actitud que debe ser repudiada.
Algún fanático entrenador de soldados sigue soñando con el modelo de
los infantes de marina de los Estados Unidos, cuya formación en su
momento ilustrara el director Stabley Kubrick en su famosa película
“Nacidos para matar”. En ella – eran los años de la guerra de Vietnam -,
los coros con consignas machistas o racistas, eran parte de un
entrenamiento pensado para templar, supuestamente, el espíritu del
soldado, destinado a transformarse en parte de una máquina bélica en la
que sólo se ejecutan órdenes y se tiene que estar dispuestos a matar. De
ello depende la vida propia, del compañero inmediato de armas, de la
unidad, de la Patria.
No caben dudas de que en varios cuerpos armados, en algunos casos
incluso policiales, hay quien admira este modelo de formación, que
obtiene sujetos que sin ningún tipo de objeciones realiza cualquier acto
violento, obedeciendo como una máquina. De ahí la imitación que llega –
y debe ser uno de los últimos escalones de esta adaptación – , a los
coros durante las marchas de entrenamiento, como la que filmó un turista
en Chile al ver pasar un grupo de marinos. Al difundir el video en
internet estalló el escándalo que está provocando revuelo en la región.
Más allá de las tonterías que se les hace cantar a un grupo de
muchachos y de la comprensible irritación por las actitudes xenófobas –
aunque en esto, quien está exento de pecados que arroje la primera
piedra –, lo más preocupante es la mentalidad de quienes entrenan a
uniformados. La idea de acostumbrar al desprecio de la vida humana para
adiestrar al uso de las armas, sean éstas un rifle, un cuchillo, un
avión o un barco, es un absurdo, porque evidentemente desconoce que
matar es un oficio para nada natural, al que pocos se acostumbran. La
cantidad de veteranos estadounidenses de Iraq y Afganistán que se han
suicidado luego de regresar a su país, supera a los casi siete mil que
murieron en el combate. Otros decenas de miles sufren secuelas
psicológicas a menudo permanentes.
La discusión, por lo tanto, debería centrarse en cómo y para qué
formamos a los miembros de las Fuerzas Armadas, en Chile y en el resto
de los países. El oficial que permitió esos coros, es apenas el último
eslabón de una cadena de decisiones e instituciones anacrónicas que
deben reformarse. Y el eje central de esta reforma debería girar en
torno al concepto de que el uso de la fuerza debe ser – pese a los
conflictos que en el mundo parecen desmentirlo – siempre una excepción y
limitarse estrictamente a defenderse de una agresión, cuando ya no hay
otro camino posible.
Seguir soñando con la gloria y el honor de los campos de batalla, en
los que por lo general no hay ni honor ni gloria, es un ejercicio
peligroso que forma individuos dispuestos a pisotear la dignidad humana
en cualquier circunstancia. La experiencia de la represión contra
civiles durante las dictaduras militares en América latina lo demuestra.
Lamentablemente, es muy difícil que desaparezcan las guerras. La
historia parece demostrarlo. Pero no es esa una razón para brutalizar
soldados.
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