Los Estados Unidos disponen de una flota de 8 mil drones (aviones
no tripulados). El Pentágono recluta entre los campeones de los video
games los que los manejan.
La experiencia dice que matar es un oficio tan poco natural que en gran parte de los soldados que participan de la guerra se producen severas secuelas psicológícas. Entre los veternos estadounidenses de Iraq y Afganistán el número de miliares con secuelas es de varias decenas de miles, al tiempo que la tasa de suicidios es muy alta. Según fuentes oficiales, en 2009 hubo 18 suicidios por día. Lo cual confirma que un 20 por ciento de los 30 mil suicidios que cada año se registran en los Estados Unidos, son ex combatientes.
Recién después de 12 años casi de ocupación de Afgnanistán y 10 de
Iraq, el Pentágono ha llegado a la conclusión de la imposibilidad de
combatir el terrorismo con la presencia militar en el territorio. Eso
implica ciento de miles de efectivos, una cantidad grande de vehículos y
una costosa logística, la que confirmará la estimación del economista
Joseph Stiglitz de que la guerra en Iraq terminará costando (incluyendo
la atención sanitaria a los heridos y el tratamiento previsional) unos 3
millones de millones (billones) de dólares.
Más eficaz, se está demostrando el uso de los drones. Aviones armados
no triupulados, dirigidos a distancia exactamente del mismo modo con el
que las consolas de video juegos entretienen a mucho jóvenes y menos
jóvenes. Tanto es así, que el Pentágono presta mucha atención a los
campeones conocidos en video juegos (muchas simulaciones reconstruyen
precisamente los campos de batalla contra el terrorismo), a los que
suele contratar para que desarrolen esa habilidad al servicio de las
fuerzas armadas. ¿La ventaja? La distancia. Como el avión no es
tripulado, el piloto no sufre el estres del riesgo personal de su vida.
Por otro lado, revive en la pantalla el juego al que está acostumbrado,
sin que tenga que ver de cerca las consecuencias de sus ataques. Y desde
la Segunda Guerra Mundial, la experiencia enseña que los pilotos que no
tuvieron oportunidad de ver los efectos de sus bombardeos sobre las
personas, reportaron menos secuelas que aquellos que sí asistieron al
efecto de las bombas o de los disparos.
Se supo que los Estados Unidos disponen de una flota de 8 mil drones,
dislocados en las áreas donde actúan los teroristas o supuestos tales.
La efectividad ha sido comprobada y está impulsando el retiro de tropa y
el despliegue de más drones. Ante la crisis en Mali, donde un área de
900 mil km2 de desierto ofrece a los militantes de la Guerra Santa (la
jihad) presentes en la zona un enorme territorio donde ocultarse, el
gobierno del vecino Niger, que comparte 800 km de fronteras con los
malíes, ha aceptando la instalación de drones para vigilar la actividad
terrorista. Gracias al seguimiento de los enemigos por satélite, luego
de una investigación que los identifica, los blancos son seleccionados y
eliminados sin tener que enviar contingentes militares y sin la
publicidad que eso supone. Semanalmente, el presidente Barack Obama
firma la lista de blancos a eliminar que, ahora, puede incluir incluso a
ciudadanos estadounidenses. La polémica ha estallado en estos días, con
motivo del nombramiento del nuevo mandamás de la CIA.
En Pakistán y en Yemen, sin contemplaciones para la soberanía de
estos Estados, los ataques de los drones han eliminado entre 2 mil y 4
mil personas. La fuentes militares aseguran que el porcentaje de efectos
colaterales, es decir víctimas inocentes, es “bajo”, entre el 18 y el
23 por ciento. La distancia entre el Pentágono y ese 20 por ciento de
víctimas inocentes, evidentemente es tan grande que permite considerar
positivamente este resultado.
Ojos que no ven, corazón que no sufre. Lástima que por este medio se
pierde cada día algo de humanidad, aunque las estadísticas no dicen
cuánto.
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