El gesto de renuncia de Joseph Ratzinger es coherente con ese
Evangelio que ha predicado constantemente. En él hay mucho coraje y
realismo.
Luego de la noticia que ha tomado por sorpresa a todo el mundo, en los medios de comunicación y en las redes sociales abundan los análisis y especulaciones sobre los motivos de la renuncia del Papa a seguir en el ministerio petrino. Hay de todo. Desde las lecturas más serias y profundas, a los que evocan supuestas profecias, signos premonitores u oscuros complotes internos. Ha habido quienes han juzgado negativamente la renuncia del Papa, acusándolo de no querer soportar el peso de la conducción de la Iglesia católica, otros ven en este gesto el ingreso en ella de aspectos de la modernidad.
Sin duda, la Iglesia no pasa por un momento fácil, sacudida como es
por los efectos de escándalos como el de abuso de menores, una llaga
todavía abierta y una dolorosa mancha para toda la comunidad católica, y
otros que han revelado la presencia de luchas intestinas en ámbitos muy
cercanos al mismo Papa.
El Evangelio es una fuente permanente de luz y un deber ser con el
que, junto a todas las Escrituras, el Pueblo de Dios tiene que medirse
constantemente. Que Jesús haya prometido su presencia en la Iglesia y la
asistencia del Espíritu no significa que esté exenta de las
dificultades y las incertidumbres de una época como la nuestra,
caracterizada por la complejidad de los cambios en curso.
Lo expresa eficazmente el Papa en el discurso en el que anuncia su
decisión: "En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y
sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para
gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario
también el vigor, tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los
últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi
incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado".
Josep Ratzinger, en coherencia con ese Evangelio que invita a saber
dar la vida por los demás, ha mirado al bien de la Iglesia. Y con la
misma sencillez evangélica que invita a hablar con claridad, pues Jesús
enseñaba que nuestro hablar fuera "sí, sí, no, no", ha comunicado su
decisión.
Un gesto que revela coraje y realismo. El Papa no se ha bajado de la cruz, acaso ha comprendido cuál era la suya.
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