martes, 19 de enero de 2010

La creación que se nos ha confiado


El tradicional mensaje que el 1º de enero de cada año el Papa acostumbra anunciar con motivo de la Jornada Mundial de la Paz propone, esta vez, el lema: “Si quieres cultivar la paz, custodia la creación”.
Después de la Segunda Guerra Mundial, se registraron centenares de enfrentamientos bélicos en muchas regiones. Por lo tanto, la paz dista de ser un objetivo alcanzado y asegurado y  sigue siendo un desafío para toda la familia humana.
Se sabe, también, que nos encontramos frente a otro problema de grandes proporciones: la preservación del medio ambiente. Si no se da un cambio radical, estaremos afectando la posibilidad de que las generaciones futuras puedan seguir habitando este planeta.
Esto significa, por un lado, reducir drásticamente la contaminación que produce la actividad humana, que ya ha puesto en marcha un cambio climático cuyos efectos se estima que durarán algunos siglos. La naturaleza, que por lo general tuvo la capacidad de absorber la contaminación que producía el ser humano, en algunos casos ya no está en condiciones de hacerlo; y por eso se producen fuertes desequilibrios. Según un estudio realizado por el economista británico Nicholas Stern haría falta destinar el 1% del PBI mundial para limitar los daños que en las actuales condiciones producirán los cambios del clima (aparición o reaparición de enfermedades, reducción de los hielos y elevación del nivel de los mares, fenómenos meteorológicos extremos como tornados y huracanes, etc.).
En segundo lugar, necesitamos preservar los recursos naturales, como el agua dulce – elemento sin el cual no es posible la vida –, o los energéticos, que son clave para el funcionamiento de la sociedad y su desarrollo.
Según varios expertos, la producción de petróleo ya ha superado su punto máximo y ha entrado en la fase descendente, sin que el empleo de energías renovables tenga posibilidad de sustituir significativamente el enorme consumo de combustibles fósiles. Además, 900 millones de personas tienen problemas para acceder al agua potable. Se estima que para el 2025 no tendrán acceso a ella 1.500 millones de personas. El agua dulce es el 2,5% del total del agua del planeta, pero tenemos acceso fácil a apenas el 0,26% de ese total.
Todo esto plantea la necesidad de rever nuestros estilos de vida, de consumo y de producción, como así también el mismo concepto de desarrollo y de bienestar. Hoy, los 6 mil millones de habitantes del planeta no podrían vivir según los estándares de Europa o de los Estados Unidos, ya que la Tierra no soportaría ese impacto.
Estos elementos sumados al crecimiento demográfico pueden crear graves tensiones. De hecho, los conflictos en Iraq y en Afganistán, que ya han provocado cientos de miles de muertos y de heridos, reconocen su causa principal en el control y el transporte de recursos energéticos, como el petróleo o el gas.
No hay muchas alternativas. Si seguimos tal como van las cosas, el riesgo es que se generen situaciones explosivas; porque las regiones más ricas, las más poderosas, tenderán a decidir siempre cómo repartir los recursos existentes y se agudizarán las diferencias y las injusticias.
La otra posibilidad consiste en modificar la idea que tenemos de desarrollo y de crecimiento económico en pos de un estilo de vida más sobrio, con menor despilfarro de recursos para permitir que también en las regiones más postergadas del planeta la población tenga acceso a mejores condiciones de vida. Esta segunda hipótesis, sin duda muy compleja y profundamente revolucionaria, tiene posibilidades de realizarse sólo en un contexto de paz y de colaboración entre los pueblos. Es algo revolucionario porque, como sostenía el físico italiano Sergio Rondinara desde estas páginas (El problema somos nosotros, Cn revista, marzo 2007), se trataría de un cambio análogo al que produjo la revolución industrial. Y puede esperarse algo realmente positivo si, tal como nos invita el Papa, este cambio estaría motivado no sólo por la necesidad, sino también por el deseo de establecer lazos profundos de fraternidad y de solidaridad entre todos los habitantes de la creación que Dios ha confiado a nuestro cuidado inteligente.

(Editorial de Cn revista, enero/febrero de 2010)

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