La
visita del presidente Barack Obama a Cuba, el primero en casi 90
años, tiene varios significados. Luego de un enfrentamiento
ideológico que implicó crisis como el intento de invasión militar
por parte de los Estados Unidos y las instalaciones de misiles
nucleares soviéticos por parte cubana, un embargo que provocó
serias estrecheces económicas, este deshielo indica que intenta
cambiar la principal potencia mundial así como intenta cambiar el
régimen de la isla. No tienen futuro las contraposiciones,
especialmente en un mundo que nos desafía a colaborar para asegurar
la viabilidad de esta casa común amenazada en cuanto medio ambiente.
En
ambos casos, se trata de procesos que tienen sus resistencias
internas: un presidente republicano bien podría dar marcha atrás
respecto de la apertura practicada por el demócrata Obama, en Cuba
hay todavía temores a una excesiva apertura que introduzca el caos,
social o económico, como aconteció por ejemplo en la propia Rusia
post comunista. Obama quiere avanzar lo más que se puede, acaso para
evitar precisamente retrocesos en una política hacia Cuba que no
tuvo ningún resultado aceptable. No ha sido posible levantar el
embargo por completo, hay que modificar leyes y Obama no cuenta con
la mayoría en el Congreso. A su vez, su presencia en la isla
facilita los avances hacia la apertura democrática.
Para
los detractores de los Estados Unidos, esta visita e incluso la
confianza de Raúl Castro en el presidente norteamericano saben a
desafío, a apresuramiento. El imperialismo es el gran enemigo y no
se puede claudicar, como si Rusia, China y otras potencias no
tuvieran sueños de expansión. Para los detractores de Cuba no tiene
explicación la iniciativa de Obama. Son aquellos que rechazan toda
forma de socialismo, defienden las libertades individuales olvidando
la cantidad de docentes estadounidenses que han sido despedidos de su
trabajo por manifestarse en contra de la guerra en Iraq, soslayan que
hasta el año 2000 la Casa Blanca creía que se podía hacer negocios
con el régimen talibán afgano y que entre los principales socios
norteamericanos figuran países como Arabia Saudita, con el récord
de ejecuciones en el último año.
El
apretón de manos en La Habana no afrontará todas estas cuestiones
espinosas. Sin embargo, al menos en un aspecto devuelve la política
entre países al ámbito que nunca debería abandonar, el del
diálogo. Da para celebrarlo.
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