lunes, 21 de marzo de 2016

Un apretón de manos en La Habana

La visita del presidente Barack Obama a Cuba, el primero en casi 90 años, tiene varios significados. Luego de un enfrentamiento ideológico que implicó crisis como el intento de invasión militar por parte de los Estados Unidos y las instalaciones de misiles nucleares soviéticos por parte cubana, un embargo que provocó serias estrecheces económicas, este deshielo indica que intenta cambiar la principal potencia mundial así como intenta cambiar el régimen de la isla. No tienen futuro las contraposiciones, especialmente en un mundo que nos desafía a colaborar para asegurar la viabilidad de esta casa común amenazada en cuanto medio ambiente.
En ambos casos, se trata de procesos que tienen sus resistencias internas: un presidente republicano bien podría dar marcha atrás respecto de la apertura practicada por el demócrata Obama, en Cuba hay todavía temores a una excesiva apertura que introduzca el caos, social o económico, como aconteció por ejemplo en la propia Rusia post comunista. Obama quiere avanzar lo más que se puede, acaso para evitar precisamente retrocesos en una política hacia Cuba que no tuvo ningún resultado aceptable. No ha sido posible levantar el embargo por completo, hay que modificar leyes y Obama no cuenta con la mayoría en el Congreso. A su vez, su presencia en la isla facilita los avances hacia la apertura democrática.
Para los detractores de los Estados Unidos, esta visita e incluso la confianza de Raúl Castro en el presidente norteamericano saben a desafío, a apresuramiento. El imperialismo es el gran enemigo y no se puede claudicar, como si Rusia, China y otras potencias no tuvieran sueños de expansión. Para los detractores de Cuba no tiene explicación la iniciativa de Obama. Son aquellos que rechazan toda forma de socialismo, defienden las libertades individuales olvidando la cantidad de docentes estadounidenses que han sido despedidos de su trabajo por manifestarse en contra de la guerra en Iraq, soslayan que hasta el año 2000 la Casa Blanca creía que se podía hacer negocios con el régimen talibán afgano y que entre los principales socios norteamericanos figuran países como Arabia Saudita, con el récord de ejecuciones en el último año.
El apretón de manos en La Habana no afrontará todas estas cuestiones espinosas. Sin embargo, al menos en un aspecto devuelve la política entre países al ámbito que nunca debería abandonar, el del diálogo. Da para celebrarlo.

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