viernes, 6 de diciembre de 2013

Siria desde adentro

Entre diciembre y enero tendrá lugar en Ginebra una segunda conferencia sobre el conflicto sirio. Una guerra que se podía evitar ha dejado destrozado el país. El testimonio directo de una cristiana comprometida que vive desde hace once años en territorio sirio.

La de Siria no es ni guerra civil ni un conflicto interno: lo dicen las decenas de miles de combatientes de más de 40 países en representación de intereses foráneos que poco tienen que ver con las demandas de la ciudadanía siria atizadas por la “primavera árabe”. Detrás de esta guerra hay intereses de tipo económico de países como Francia, intereses geopolíticos, en el caso de los Estados Unidos, o los de matriz religiosa, como los de Qatar y Arabia Saudita en su pretensión de instalar un Estado islámico.

Lo confirmaba a mediados de 2011 el Patriarca maronita Bechara Rai cuando denunció la existencia, desde 2006, de un proyecto de rediseño del mapa geográfico de la región llamado “Nuevo Medio Oriente”, con el objetivo de crear mini Estados étnicos y confesionales, suficientemente débiles para ser dominados.

Esta guerra podía evitarse. En junio de 2012 estaban dadas en Ginebra las condiciones pero lo impidió la rigidez del gobierno de París, entonces recién instalado, al exigir el retiro del presidente sirio, Bachar al Assad. Según el periodista francés Thierry Meyssan el emirato de Qatar financió la campaña electoral de François Hollande para ser respaldado en su proyecto de desestabilizar el régimen de Assad.

Un año y medio y cien mil muertos después la perspectiva es que en Ginebra (al cierre de esta edición todavía no estaba definido si la Conferencia de Ginebra 2 sobre el conflicto sirio se realizaría en diciembre o en enero) quizás haya un acuerdo que encontrará una economía quebrada, con empresas reducidas a escombros, con ciudades destruidas, dos millones de refugiados (la mitad niños), los lazos sociales que permitían la convivencia en paz profundamente dañados.

María Moscato vive desde los años ochenta en Medio Oriente y es un testigo privilegiado del conflicto en Siria, donde reside hace 11 años. Durante la conversación, emergen aspectos de la vida política siria poco conocidos. Docente, comprometida en un movimiento cristiano, esta mujer se siente interpelada por el conflicto: “Trato cada día de desarmarme, para que en mí y en las relaciones que tengo ganen el perdón, la misericordia, la comprensión del otro, sea cual fuere su pertenencia”. Varias veces manifiesta su preocupación por la gente: “La desesperación no nace sólo del presente, sino también de un futuro como nunca incierto, pues todavía estamos lejos de que cesen los combates y comience un diálogo constructivo”.

Me imagino que para los sirios es una situación sumamente dura...
Cuesta creer que barrios enteros o aldeas, calles, industrias, escuelas, lugares arqueológicos que hasta hace tres años atraían cada vez más a turistas admirados por la riqueza del patrimonio cultural, hayan sido arrasados o depredados. Se pasó de la seguridad y la total tranquilidad que reinaban al riesgo permanente de morir, de las represalias. No es infrecuente que los desplazados, luego de encontrar un lugar que parece seguro, vean aparecer grupos armados o terroristas que los obligan a huir de nuevo o a correr el riesgo de quedar en medio de los tiroteos. La gente no puede más y se pregunta si los bandos que se oponen se dan cuenta de sus sufrimientos.

¿Quiénes y cómo han tratado de actuar frente a la emergencia humanitaria? 
En primer lugar la Medialuna Roja y la Cruz Roja internacional y luego, grandes organizaciones como Caritas, JRS (jesuitas), Terres des Hommes, algunas asociaciones musulmanas y otras afiliadas a la ONU. Cada Iglesia, católica, ortodoxa o de otros ritos presentes en Siria, ayuda con iniciativas significativas, que colaboran para que esta red de solidaridad sea más capilar. Cooperan con esta red también familias religiosas, como los salesianos, los franciscanos o movimientos eclesiales como los Focolares. Se responde a las necesidades más urgentes: comida, calefacción, medicamentos, la escolaridad, la contención psicológica a niños y adultos traumados por la guerra. En Alepo, casi todas las escuelas públicas reciben a familias de refugiados, con la ayuda de la Medialuna Roja. Más precaria es la situación en ciertos campos de refugiados alistados en la frontera. 

¿Con qué espíritu la gente vive la invasión de su país, la guerra, la pérdida de la vivienda, el trabajo, el tener que refugiarse en otra localidad?
Hay un sentimiento difuso de dolor y de angustia, de impotencia que acompaña los días y que, con el tiempo, se agudiza. Los sirios están muy apegados a su tierra, a su historia milenaria. Aman a su país y se sienten azorados al verlo en el estado en que está, luego de décadas de trabajo para alcanzar, en varias regiones, una situación económica decorosa. Los sirios son buenos trabajadores. Hay quien quiere quedarse porque cree todavía en la posibilidad de vivir juntos, pese a que la red de las relaciones multi confesionales se haya vuelto más vulnerable por las atrocidades cometidas en casi tres años de guerra. Queda cierta solidaridad y los cristianos sienten la responsabilidad de mostrarla ayudando a todos sin distinciones, sin temor por el riesgo que corren en ciertas regiones, precisamente por su fe. En medio de esta oscuridad, hay quien responde al odio y a la división con un amor que da esperanza y, en cierto modo, es contagioso.

¿Los cristianos estaban insertados en la vida civil? ¿Cómo han reaccionado?
La primera reacción fue la incredulidad ante una violencia cruda y sin sentido. Además, eso acontecía en un país que era de los más seguros en el mundo, afectando la paz y la convivencia acostumbrada. Muchos eran favorables a un cambio en sentido democrático, pero sin afectar la convivencia pacífica de los diferentes componentes nacionales ni poner en discusión la laicidad del Estado. Pero luego de las primeras masacres, en Hama y Homs, ante la evidencia de una coloración confesional integralista muchos se sintieron angustiados y muchos otros comenzaron a dejar el país. El fantasma de un modelo libanés, iraquí o bosniaco comenzó a cundir. En ciertos barrios o aldeas, los vecinos se han transformado en potenciales agresores y si antes los cristianos eran respetados y bien insertados en la vida civil, hoy en ciertos lugares son apenas tolerados en nombre de un Islam violento y sectario. Un cristiano puede ser objeto de robo o secuestro debido a las fatwa (NdR: sentencias) que lanza el primer líder religioso de turno. Cada grupo extremista tiene el suyo y éste legisla como quiere. Cuando los rebeldes necesitan dinero, secuestran a los cristianos.

¿Era una situación previsible?
La crisis encontró sin preparación a la gran mayoría de la población, formada por las comunidades sunitas, alawitas, curdas y cristianas. Hubo quien pretendía asegurar la paz y la seguridad a cualquier precio. Otros, en nombre de la libertad y de las reformas u otros intereses, estaban dispuestos a ponerlas en juego. En cuanto a la libertad y las reformas, cuando estallaron las primeras manifestaciones, en febrero de 2011, Assad no fue lento en responder a estas inquietudes. Pero en el restringido grupo dirigente alawita del que es parte encontró una fuerte resistencia al cambio. En ese momento, gran parte de la población lo apoyó, pues lo consideraba capaz de actuar las reformas y evitar la anarquía o un conflicto civil. Además, nadie conocía a otros líderes. Otra parte de la población le quitó confianza al régimen pero sin apoyar ni la partición del país ni la violencia.

Se habla de la presencia de decenas de miles de guerrilleros extranjeros. 
La ONU estima que hay no menos de 700 grupos armados, muchos llegados con el apoyo de otros países, fronterizos y no. En la ciudad de Qussair se contaron rebeldes de 40 nacionalidades. Y en Oronte sucede algo similar. En la aldea de Ghassanieh hay muchos milicianos de Al Qaeda, la mayoría provenientes de Afganistán y de Chechenia. En Jacoubieh en cambio hay una cuarentena de grupos rebeldes integrados en su mayoría por sirios, a menudo en lucha entre ellos. En el pequeño pueblo de Knayeh, junto a los rebeldes del Ejército Sirio Libre, hay grupos armados que desean imponer la sharia (NdR: ley islámica). En setiembre fue atacada Maaloula, en las montañas al norte de Damasco, donde todavía se habla el arameo (NdR: la lengua de Jesús). Allí los milicianos del Frente Al Nousra sembraron el terror. A fines de octubre, en Sadad, un pueblo cristiano, los terroristas masacraron atrozmente a unas 50 personas, entre ellas mujeres y niños.

La impresión es que el mentado choque de civilizaciones se está verificando al interior del mundo islámico. ¿Se percibe esto en Siria? 
Se percibe y también se comprende muy bien: las dificultades entre sunitas, chiitas y alawitas tienen raíces históricas profundas. Sin embargo, los medios para salir de estas dificultades de diálogo existen, aquí y en otros lugares. El problema son los intereses que fomentan el odio confesional. Depende de cómo se mira la historia: si la quiero construir en términos de fraternidad o de permanente contraposición.

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