Ayer hubo una nueva ola de manifestaciones en diferentes ciudades de Brasil, esta vez realizadas pacíficamente. ¿Cuales son las motivaciones de estas convocatorias?
También en Brasil como en la Argentina la gente se está movilizando para protestar contra aquellas asignaturas pendientes que siguen incidiendo en la calidad de vida. Un movimiento de indignación, sin líderes visibles y sin ni siquiera un programa de acción preciso ni una articulación de los reclamos.
Es lo que ha convocado el lunes a varios cientos de miles de personas en Sao Paulo, Río de Janeiro, Brasilia, Porto Alegre, Salvador de Bahía, Curitiba, Belém, Belo Horizonte, Natal... del norte al sur, al nordeste del país.
Una de las diferencias con respecto al fenómeno de las protestas en la Argentina, es que se trata de un movimiento inédito. Hay que retroceder a 1992, cuando la gente literalmente echó del gobierno al presidente Fernando Collor por corrupción.
Y la corrupción figura entre los motivos de las protestas, pero no es el único ni el principal, aunque por cierto irrita mucho a la gente junto con la impunidad que la protege, y pese que el año pasado, en un juicio histórico, la que en ese entonces era la cúpula del oficialista Partido de los Trabajadores terminó siendo condenada por el escándalo del mensalao (coimas utilizadas para comprar votos en congreso).
Además de reclamar por el aumento del transporte público, la protesta se centra contra las ineficiencias de este sistema y su mala calidad sobre todo en los grandes centros urbanos. Así como se exige una mejora en la calidad de la atención de salud, pues la gente se ve obligada a largas colas para ser atendida, y también una mejor calidad de la educación.
El reclamo popular por estos servicios dirige sus críticas contra los gastos multimillonarios en obras realizadas por el gobierno de Dilma Roussef en vista del próximo mundial de fútbol y de las olimpíadas. "No queremos que la gente nos conozca sólo por el fútbol", declaraba un manifestante anoche.
Las manifestaciones, convocadas por las redes sociales, pudieron realizarse esta vez pacíficamente. El jueves pasado, la represión policial llamó la atención de la ciudadanía y de las autoridades, provocando decenas de heridos, entre ellos un grupo de periodistas que nada tenían que ver con los desmanes de una minoría que se infiltró entre los manifestantes. Lo cual plantea también la eficiencia de las fuerzas de seguridad y su capacidad de acción en un régimen democrático, luego de casi trenta años desde que el país salió de la dictadura.
Sorprende esta reacción de la gente, y los primeros en quedar soprendidos han sido precisamente las autoridades de gobierno. La presidenta Rousseff afirmó que "las manifestaciones pacíficas son legítimas y propias de la democracia". Una afirmación prudente ante los desmanes de la semana pasada, pero inevitable para quien como ella tiene un pasado de guerrillera. El ex presidente Inacio Lula da Silva y otros líderes del PT salieron a respaldar la legitimidad del derecho a protestar y a manifestar disconformidad. Y en este hay una diferencia notable con la Argentina, donde la protesta ha sido casi siempre descalificada por el gobierno. Para los dirigentes de Brasil, por lo visto, las elecciones, no son el único momento en el que se legitima el derecho a opinar. Un dato no menor de tolerancia y capacidad de diálogo.
La pregunta es entonces por qué y por qué ahora. No caben dudas de que el país ha tenido un cambio sustancial importante. Aunque con ineficiencias y asignaturas pendientes, la pobreza y la indigencia no sólo han disminuido, sino que millones de brasileños han podido acceder a una calidad de vida que jamás tuvieron. Mejores salarios, significa mejores viviendas, mejor alimentación, más bienes, acceso a mejor educación.
Para muchos brasileños en estos años el crecimiento del país también supuso dejar de conocer el mundo con la perilla pegada a una vidriera, pudiendo superar la exclusión y la marginación que a menudo padecían.
Pero para esta gente eso también significó poder mirarse y mirar el país sin el acoso del hambre y de la exclusión, tomar conciencia de sus derechos y con sentido crítico ver hasta dónde llegó la mejora de la calidad de vida de una gran mayoría de ciudadanos y hasta dónde no llegó.
Hoy el país cuenta con millones de ojos más críticos que no sólo agradecen haber podido mejorar su situación, como sin duda fue en los años pasados. Hoy los ciudadanos indican aquellos bolsones de ineficiencia y de malos servicios que complican la vida de gran parte de la ciudadanía y que no son coherentes con el potencial que despliega el país.
No basta transformar el país en una vidriera mundial, gracias al fútbol y a las olimpíadas. Es una advertencia para el gobierno de Dilma Rousseff: hay que avanzar en garantizar a la ciudadanía el efectivo ejercicio de los derechos de los que hoy se es mucho más concientes que antes.