Comenzando por el hecho de que todos nacen en su seno en cuanto laicos. Su discurso, diseña el perfil de los pastores y el perfil del Pueblo de Dios del que todos somos parte. “El pastor, –afirma el Papa– es pastor de un pueblo, y al pueblo se lo sirve desde dentro. Muchas veces se va adelante marcando el camino, otras detrás para que ninguno quede rezagado, y no pocas veces se está en el medio para sentir bien el palpitar de la gente”.
El clero, por tanto, tiene un rol más de servicio “interno” a la Iglesia, más que “externo”, ámbito éste propio del laicado. “Mirar continuamente al Pueblo de Dios nos salva de ciertos nominalismos declaracionistas (slogans) que son bellas frases pero no logran sostener la vida de nuestras comunidades. Por ejemplo, recuerdo ahora la famosa expresión: “es la hora de los laicos” pero pareciera que el reloj se ha parado”.
Al
respecto Bergoglio es perentorio: “A nadie han bautizado cura, ni
obispo. Nos han bautizados laicos y es el signo indeleble que nunca
nadie podrá eliminar. Nos hace bien recordar que la Iglesia no es
una elite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino
que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios. Olvidarnos de esto
acarrea varios riesgos y deformaciones tanto en nuestra propia
vivencia personal como comunitaria del ministerio que la Iglesia nos
ha confiado”.
Siendo
así las cosas, el clericalismo se transforma en “una de las
deformaciones más grandes”, porque “anula la personalidad de los
cristianos (...), lleva a la funcionalización del laicado;
tratándolo como “mandaderos”, coarta las distintas iniciativas,
esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías necesarias para poder
llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer
social y especialmente político. (...) poco a poco va apagando el
fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en
el corazón de sus pueblos (...); olvida que la visibilidad y la
sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios y no
solo a unos pocos elegidos e iluminados”.
Bergoglio,
destaca la experiencia latinoamericana de “pastoral popular” como
un ejemplo en el que no intervino el efecto deformante del
clericalismo y la muestra como clave de interpretación que puede
ayudar a comprender mejor la acción que se desarrolla cuando el
pueblo ora y actúa. Una acción que se queda al ámbito íntimo de
las personas sino que se transforma en cultura”, capaz de ser
reproducida, de hablar a la gente, es decir, de evangelizar también
la política.
Es
en este quehacer que el Papa resalta el rol del laico: “Hoy en día
muchas de nuestras ciudades se han convertidos en verdaderos lugares
de supervivencia. Lugares donde la cultura del descarte parece
haberse instalado y deja poco espacio para una aparente esperanza.
Ahí encontramos a nuestros hermanos, inmersos en esas luchas, con
sus familias, intentando no solo sobrevivir, sino que en medio de las
contradicciones e injusticias, buscan al Señor y quieren
testimoniarlo”. Es en este contexto que los pastores deben apoyar y
promover a los laicos, abriendo las puertas para vivir y soñar con
ellos, rezar y reflexionar con ellos. Comprendiendo su don
precisamente como laicos: “No es nunca el pastor el que le dice al
laico lo que tiene que hacer o decir, ellos lo saben tanto o mejor
que nosotros. No es el pastor el que tiene que determinar lo que
tienen que decir en los distintos ámbitos los fieles. Como pastores,
unidos a nuestro pueblo, nos hace bien preguntamos cómo estamos
estimulando y promoviendo la caridad y la fraternidad, el deseo del
bien, de la verdad y la justicia. Cómo hacemos para que la
corrupción no anide en nuestros corazones”.
En
este sentido, la autocrítica de Bergoglio es sin anestesia: “Muchas
veces hemos caído en la tentación de pensar que el laico
comprometido es aquel que trabaja en las obras de la Iglesia y/o en
las cosas de la parroquia o de la diócesis y poco hemos reflexionado
cómo acompañar a un bautizado en su vida pública y cotidiana; cómo
él, en su quehacer cotidiano, con las responsabilidades que tiene se
compromete como cristiano en la vida pública. Sin darnos cuenta,
hemos generado una elite laical creyendo que son laicos comprometidos
solo aquellos que trabajan en cosas “de los curas” y hemos
olvidado, descuidado al creyente que muchas veces quema su esperanza
en la lucha cotidiana por vivir la fe. Estas son las situaciones que
el clericalismo no puede ver, ya que está muy preocupado por dominar
espacios más que por generar procesos”.
El
Papa retoma entonces la idea de “generar procesos” más que
ocupar espacios, menifestada en la Evangelii Gaudium y reafirmada en
su discurso en Santa Cruz de la Sierra, durante su estadía en
Bolivia, el año pasado, cuando se dirigió a movimientos y
organizaciones sociales.
No
se pueden dar directivas generales para una organización del pueblo
de Dios al interno de su vida pública. La inculturación es un
proceso que los pastores estamos llamados a estimular alentado a la
gente a vivir su fe en donde está y con quién está (...). La
inculturación es un trabajo de artesanos y no una fábrica de
producción en serie de procesos que se dedicarían a “fabricar
mundos o espacios cristianos”.
Se
puede concluir que la inculturación, bajo la acción de los laicos,
es una fábrica de humanismo, permeado por la fraternidad anunciada y
practicada con todos aquellos que se reconocen como miembros de la
familia humana.
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