El debate político nunca es fácil, en especial cuando las contraposiciones ideológicas
superan la lógica del agonismo entre adversarios políticos para
transformarse en lucha entre enemigos.
En Venezuela hay dos mitades,
cada una convencida de que la otra encarna el mal absoluto. A lo que
se añaden circunstancias coyunturales que dificultan ulteriormente
la posibilidad de encontrar espacios de diálogo en pro del bien
común.
Para el
chavismo, hay fuerzas que se oponen a la revolución bolivariana y
que utilizan todos los medios, leales y desleales, para frenarla. Lo
cual, no se aleja demasiado de la realidad. Para la oposición, muy a
menudo vinculada con intereses económicos que durante años han
explotado los privilegios conseguidos en un contexto de elevada
corrupción, la revolución boliviariana oculta una ineficiencia por
parte del Estado que está transformando la realidad económica y
social del país en una tormenta perfecta. Tampoco esto se aleja
demasiado de la realidad.
A la escasez de
productos de todo tipo, se ha añadido el fracaso del control de
precios que no consigue impedir una inflación a niveles
estratosféricos. El FMI, que no suele ser imparcial en sus juicios,
habla de un 700% anual. Pero cuando se llega a esos guarismos, no es
mucha la diferencia entre un 200, un 300 o un 700%, lo que cambia es
la rapidez con la que suben los precios: en quince días, una semana,
un día, pocas horas... el problema sigue siendo muy grave. La
escasez viene acompañada de un clima de violencia, de por sí
angustiante, por la acción de la criminalidad, al que ahora se
agregan saqueos en varias regiones del país.
Estos factores
se unen a la baja internacional del precio del crudo, en un país
desindustrializado que ha hecho de la venta del crudo su principal y
casi única actividad y en el que, lo admitía el mismo fallecido
presidente Hugo Chávez, no se ha instalado una cultura del trabajo y
del desarrollo. Un segundo factor que está influyendo en una
situación explosiva, es la intensa sequía que está haciendo
estragos en las reservas hídricas del país. La cota del embalse de
la principal central hidroeléctrica venezolana, de la que depende el
70% de la producción de energía, ha bajado pavorosamente al punto
que la semana laboral de las oficinas públicas ha sido reducida a
apenas dos días, mientras que empresas y ciudadanos padecen cortes
programados de energía.
En este
contexto, el Poder Legislativo, en manos de la oposición, sigue
enfrentado al Poder Ejecutivo, con el respaldo de un Poder Judicial
controlado por el Gobierno. Parece bastante poco racional el intento
obstinado de la oposición de provocar la destitución del presidente
Nicolás Maduro. Las responsabilidades del mandatario son muchas, sin
embargo los problemas del país a los que el chavismo ha intentado
responder no son nuevos, sino todo lo contrario. Las recetas
liberales a las que apelan los opositores del chavismo, han provocado
pobreza y desigualdad como y más que las fallidas políticas del
actual Gobierno, que se han evidenciado como insustentables desde la
caída de los ingresos fiscales.
Cualquier
posible salida, no podrá sino fundarse en soluciones negociadas para
enfrentar ante la emergencia social y económica. La contraposición
y la polarización en este momento no puede sino empeorar la
situación con el peligro de estallidos sociales difíciles de
controlar. Es la hora de ser razonables.
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