Bergoglio
es creíble porque hace lo que dice. No habla sólo de las
periferias, sino que las frecuenta.
Hace
tiempo que el Papa señala que es allí donde la Iglesia se juega su
identidad, más que en las definiciones doctrinarias. La lógica es
evangélica y recuerda que es donde los enfermos necesitan del médico
que la Iglesia debe estar. Y una de las periferias del mundo es la de
los que huyen de la guerra y de la miseria en busca de una
oportunidad solidaria de vida.
Bergoglio
no esperó recibir a los refugiados en el Vaticano, se los fue a
buscar a la isla griega de Lesbos y trajo con él tres familias,
además musulmanas. Una gota, apenas, en ese océano de dolor y de
sufrimiento, como el que le relató entre lágrimas un musulmán
padre de familia al que los yihadistas le degollaron a su esposa
cristiana. Pero también un ejemplo de lo que están haciendo las
Iglesias movilizadas en múltiples iniciativas. A su regreso el Papa
comentó que se trató de una experiencia fuerte el contacto con los
refugiados, que motivaba el llanto.
Es
el primer aspecto de este viaje relámpago, una peregrinación a un
santuario del dolor, en la que no se habló a los cristianos o a los
de otras religiones: se habló a la humanidad de un problema
humanitario.
El
segundo es que el Papa lo hizo con espíritu ecuménico. Grecia es
mayoritariamente de confesión ortodoxa, motivo por el cual Francisco
viajó acompañado por el patriarca ortodoxo Bartolomé I y el
patriarca griego Jerónimo II. Luego de años de distanciamiento,
nuevamente vemos a las Iglesias cristianas darse la mano para
concurrir como el buen samaritano allí donde haga falta. También en
esto hay un mensaje: la unidad de la Iglesia no será sólo el fruto
de las discusiones teológicas, sino de una recuperada fraternidad en
la acción, al servicio de la humanidad.
Finalmente,
hay un mensaje político en este viaje. Bergoglio es demasiado
político para soslayar este aspecto. Y no fue necesario un solo
pronunciamiento para dirigir a los líderes europeos encorsetados en
sus intereses nacionales sin ver la envergadura del problema (además,
suscitado por ellos mismos, porque el conflicto sirio tiene una clara
responsabilidad europea en su estallido). Bastó con estar presente
para señalar que nadie en Europa ha visto ni a Angela Merkel, ni a
François Hollande, ni a David Cameron meterse en los campos de
refugiados para llorar con quien llora. Pensar que la política no es
también un ejercicio fraterno de solidaridad, es empobrecerla a
nivel de meros intereses individuales o nacionales. Y es hoy la
enfermedad de la política europea.
Queda
por afrontar a gran escala el problema de refugiados y migrantes que
tratan de ingresar a Europa. Sin embargo, estos tres líderes
cristianos han encendido una luz acerca de la necesidad de encararlo
partiendo del dolor de millones de hombres y mujeres. A eso debe
responder la política, las consecuencias materiales vienen después.
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