lunes, 18 de noviembre de 2013

Triunfa Bachelet, pero no es suficiente

La ex presidenta ganó con casi el 47 por ciento de los votos, sobre Evelyn Matthei, quien apenas superó el 25 por ciento. Sin embargo, pese a la abultada diferencia, el sistema electoral determina que habrá segunda vuelta y que no hay cambios sustanciales en el Congreso.

En muchos otros lugares, ganar las elecciones con más de veinte puntos de distancia sobre el adversario más inmediato significaría un triunfo por goleada. No es así en el peculiar sistema electoral chileno, donde la candidata de la derecha, Evelyn Matthei, con apenas el 25 por ciento de los votos, consigue el pasaje para la segunda vuelta, mientras la candidata del centro izquierda, la ex presidenta Michelle Bachelet deberá esperar el 15 de diciembre para consagrares nuevamente como mandataria, aunque haya recogido casi el 47 por ciento de las preferencias.

El sistema electoral chileno se centra en la repartición binominal de los distritos de votantes. Las dos bancas se dividen entre los dos grupos que han totalizado más votos, lo que asegura un Congreso con mayorías ajustadas, ya que para ganar los dos lugares, tanto de senadores como de diputados, es preciso doblar la cantidad de votos del adversario más inmediato y eso acontece en contados casos.

Fue el sistema que, previendo el final del régimen militar, el ex dictador Augusto Pinochet implementó para asegurar una representación parlamentaria a la derecha, que no dependiera del voto proporcional ni del mayoritario.
Si a esto se agrega que para impulsar reformas en áreas sensibles son necesarias mayorías especiales en el Congreso, se entenderá porque el triunfo de Michelle Bachelet tiene sabor a poco, ya que no habrá cambios sustanciales en la composición parlamentaria.

Si bien la última palabra la tienen las urnas, y estas "hablarán" en diciembre, parece difícil que la derecha pueda impedir una nueva victoria de Bachelet. Los análisis se centrarán, a partir de este momento, en las razones por la que no se logró el objetivo de ganar en primera vuelta.

Para eso se necesitaba una mayor participación de los electores, que debería verse favorecida por el estreno del voto voluntario. Sin embargo, votó menos de la mitad de los 13 millones de chilenos habilitados por el padrón electoral, indicando incluso una tendencia a la baja respecto de años anteriores.

El otro factor que podría haber dado más contundencia a la victoria del centroizquierda es el voto de los jóvenes, pues hay 4 millones que nunca han votado pese a tener derecho. Y los resultados parecen indicar que Bachelet no logró seducir al electorado joven.

Puede que la ex presidenta pague el precio de haber medido demasiado el peso estratégico de cada jugada durante una campaña electoral que no suscitó grandes pasiones. Y puede que su prudencia, acaso para no atemorizar el sector más volátil del centro, temeroso ante cambios demasiados radicales, como la propuesta de introducir la gratuidad de la educación en el país, tampoco pudieron convencer a los muchos que miran con escepticismo la política.

Varias veces, en su discurso de campaña, Bachelet se refirió a que los cambios que pretende introducir durante su gestión dependerían de la composición del Congreso, lo cual restó a menudo énfasis al peso de las reformas al modelo económico que suponen su propuesta, que pretenden incidir en el sistema tributario, en el esquema constitucional y el muy sensible sector de la educación.

El tema sigue siendo cómo seducir un sector importante del electorado que desconfía de un sistema político considerado hijo de un modelo económico que transforma a los ciudadanos en usuarios portadores de intereses individuales y no colectivos. Un sistema en el que el mercado ha transformado áreas sensibles como la educación, la salud, las jubilaciones, los bancos, por ejemplo, en un negocio que claramente no favorece al ciudadano. Puede que para seducir a gran parte de esa mitad de electores haga falta proponer un modelo de sociedad antes que un modelo de economía.

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