miércoles, 27 de noviembre de 2013

El Senado le quitó los fueros a Berlusconi

Luego de 13 años, primero la justicia logró llegar a condenarlo a cuatro años, de los que cumplirá sólo uno, y esta tarde los senadores lo expulsaron de la Cámara Alta.

No ha sido fácil llegar a que en Italia la ley fuera aplicable también a Silvio Berlusconi. Luego de 13 años culminó este miércoles un proceso que pasó por las tres instancias procesales de la justicia italiana: la sentencia en primer grado y la de apelación, que coincidieron en condenarlo a cuatro años por fraude fiscal; la de casación, que no encontró fallas en la aplicación de la ley por parte de los jueces. Pero antes de eso, el ex Jefe de Gobierno logró que los jueces pudieran condenarlo por la mínima parte del delito de evasión fiscal (menos de diez millones de dólares, sobre un total de más de doscientos millones) debido a que mientras estuvo en el poder fueron votadas modificaciones de delitos previstos para el código penal, entre ellos se abolió el de falsificación de los balances de una empresa, y de los tiempos para la prescripción de otros de los delitos cometidos. A esto se agregan las dilaciones de los tiempos procesuales logradas por sus abogados y la especial inmunidad de la que gozó, también obtenida mientras estuvo en el poder, con una original normativa que se aplica sólo a los cuatro principales cargos del país: el Jefe de gobierno, el Presidente de la República y los presidentes de las dos ramas del Parlamento. Pero claramente también ésta fue una ley que en Italia se suelen indicar con la expresión latina “ad personam”, es decir, en beneficio de una determinada persona.

Terminada la fase procesal, comenzó el largo y desgastante debate político que ocupó la portada de los diarios durante meses: la norma que prevé la decadencia inmediata de los legisladores condenados. Berlusconi incluso intentó conseguir ser gracias por el Presidente de la República, medida que finalmente terminó exigiendo incluso sin necesidad de pedirlo, en una manifestación de arrogancia que mereció el repudio de las principales figuras del país. La junta del Senado se pronunció por la aplicación de la norma y recién finalizando noviembre, este miércoles el Senado votó a favor de la decadencia. Incluso, Berlusconi no tendrá tiempo hasta enero, cuando los magistrados deliberarán si aplicar los arrestos domiciliarios o los trabajos sociales.

De hecho, Berlusconi deberá purgar sólo uno de los cuatro años de la sentencia, por la intervención de una amnistía, y además podrá elegir purgar la pena entre los arrestos domiciliares y los trabajos sociales, gracias a otros beneficios penales. En este contexto más grave es, por un lado, la pena accesoria que le impedirá durante dos años ejercer cargos públicos y por otro la pérdida de inmunidad que permitirá seguir el trámite de otros procesos, como la segunda instancia del juicio por inducción a la prostitución, por el que el tribunal de Milán ya lo condenó a siete
años de reclusión.

Por más que los detractores de Berlusconi festejen este resultado, que indudablemente deja fuera del Parlamento a una persona que carece de los mínimos elementos de dignidad para representar al pueblo italiano y que al menos por un momento reafirma el principio de la igualdad de los ciudadanos ante la ley, no se puede hablar del fin de veinte años de conflicto entre la ética y la conducta política y empresarial. Los italianos deben reflexionar que un pueblo sano no genera dirigentes corruptos. Por lo tanto la cuestión moral en Italia sigue vigente como nunca.

Berlusconi fue un pilar importante de un sistema que se rigió sobre el principio del fin que justifica los medios y sobre un imperio mediático que contribuyó durante años a difuminar el límite entre lo lícito y la corrupción, pero en medio de una indudable popularidad y del apoyo de sectores dirigentes del país. Vale la pena recordar la gran dificultad, en medio de una crisis económica con pocos precedentes, para morigerar los asombrosos beneficios de los legisladores del Parlamento italiano, incapaces de solidarizarse con los asalariados, subempleados y jubilados, los que más sufren los embates de la recesión.

Berlusconi supo utilizar con habilidad todos los atajos para sortear los obstáculos que interponía a sus objetivos y ambiciones la ética, la ley y la democracia, pero no los inventó. Supo sacar ventajas de la mafia, con la que mantuvo sospechosos contactos hasta su ingreso a la política, aprovechó de la corrupción, de los poderes ocultos que en Italia son una realidad permanente y un lastre para su democracia, supo marcar la agenda política cuando la dirigencia del país quedó hecha añicos por el operativo “mani pulite” y sigue sumida en una decadencia de la que no se ha recuperado en estos veinte años.

Sigue pendiente, pues, la “cuestión moral”. Y es muy posible que deberá ser la sociedad civil, acaso el gran reservorio de fuerzas sanas, la que tendrá que movilizarse para reconstruir un sistema que está transformando a una de las principales democracias de Occidente en un escenario bizarro y por momentos trágico.

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