Una tregua no es la paz, aunque es mejor que el enfrentamiento
armado. Había que evitar un ulterior baño de sangre que exalta a los
fanáticos y sólo siembre más odio entre palestinos e israelíes. Pero se
sostiene precariamente el cese de las hostilidades entre las fuerzas
armadas de Israel y los milicianos de Hamas que ocupan la Franja de
Gaza.
La primera consideración que cabe realizar es que queda claro que hay
dos palestinas: los territorios de Cis-Jordania bajo el control de la
Autoridad Nacional Palestina y la Franja de Gaza. ¿Supone eso que
cualquier solución del conflicto palestino israelí deberá prever la
convivencia en un mismo territorio de tres Estados y no dos?
El escenario presenta más complejidades, porque otros factores
influyen en este momento en Medio Oriente. Egipto trata de desarrollar
su rol de eje diplomático y político del mundo árabe. El presidente
Morsi, exponente de los Hermanos Musulmanes, grupo que ha adquirido un
rol clave a partir de la primavera árabe, esgrime una postura firme con
Israel, pero bastante más moderada que en el pasado.
Su objetivo es acotar, por un lado, los intentos de Irán de adquirir
peso político y expandir su influencian la región (cabe recordar que los
misiles lanzados por Hamas eran en gran parte de fabricación iraní),
por otro tiene que evitar que el régimen de Teherán sea remplazado por
el emirato de Qatar, dominado por el radicalismo salafita, enemigo
declarado de Irán por cuestiones religiosas.
Los salafitas han avanzado políticamente en varios países de la
región, ayudados por los abundantes recursos financieros que les proveen
gas y petróleo. Han financiado y apoyado el derrocamiento del régimen
de Kadhafi en Libia y sucesivamente el de Siria, el más importante
aliado de Irán entre los países árabes. La crisis siria está teniendo
sus coletazos también en el cercano Líbano.
Se habla de un próximo informe de la agencia de la ONU para la
energía atómica (AIEA), según el cual Irán estaría cerca de alcanzar
resultados militares en su programa nuclear. Un temor que tiene su peso
en la próxima cita electoral en Israel, pues apoya las posturas de los
sectores partidarios de liquidar militarmente la cuestión del programa
nuclear iraní.
Es un escenario de tensión, en el que pueden producirse nuevos
estallidos cuyas consecuencias no son fáciles de prever. En realidad,
más que el mentado “choque de civilizaciones”, concepto que cada vez más
demuestra su construcción artificial, estamos en presencia de un
proceso interno en el mundo islámico, entre sectores fundamentalistas de
matriz chiita y sunitas, como los salafitas de Qatar y Arabia Saudita.
Este enfrentamiento produce nuevos actores que participan del nunca
resuelto conflicto entre palestinos e israelíes.
El tema de fondo es encontrar una fórmula que permita la convivencia
entre estos dos pueblos. Hasta que ésta no aparezca, la sangre derramada
es tanta que sólo tendremos treguas más o menos largas, pero no la paz.
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