domingo, 11 de noviembre de 2012

El día después de mañana

Las palabras del rey Juan Carlos de Borbón pronunciadas durante la 22ª Cumbre Iberoamericana celebrada en Cádiz  tienen el tono de un llamado: “El mundo es hoy muy diferente al que existía cuando empezamos las cumbres. Iberoamérica está en alza. A este lado del Atlántico hemos visto surgir situaciones difíciles por la crisis. Nuestras miradas se vuelven hacia ustedes. Necesitamos más Iberoamérica”.
“El monarca pide ayuda a América”, titula al día siguiente El País de Madrid. Parece una escena de la película El día después de mañana, de R. Emmerich, en la que se imagina una catástrofe climática de enormes proporciones que transforma gran parte de los Estados Unidos en un bloque de hielo, y cuyos habitantes cruzan desesperados la frontera con México pidiendo asilo.
Las palabras del rey no fueron motivadas por una catástrofe climática, sino por el desastre económico español cuyo emblema son el 25 por ciento de desempleo y los suicidios de personas desesperadas por recibir la orden de desalojo. Los destinatarios de sus palabras en la Cumbre Iberoamericana son precisamente aquellos jefes de Estado y de gobierno tratados como populistas o extremistas por la prensa europea, por tratar de cuidar los intereses de sus países desde reglas más justas, desde el boliviano Evo Morales al ecuatoriano Rafael Correa, a la Argentina que aún es un paria de los mercados internacionales por haber osado restructurar una deuda impagable.
Son los representantes de pueblos que por décadas han sufrido penas inenarrables, la miseria y la injusticia provocadas muy a menudo precisamente por las reglas inicuas del mercado propiciadas precisamente también por aquellos países europeos que hoy no saben cómo afrontar la oleada de pobres que está provocando una crisis inédita.
Sería un error mirar esta circunstancia sólo desde el punto de vista de más o menos comercio. Es la oportunidad para aprovechar estas circunstancias para rescribir las reglas del comercio y de los mercados financieros desde pautas de justicia y de igualdad y no desde la fuerza que concede el estado de necesidad del otro. Podemos aprender de la historia y fortalecernos mutuamente. Hoy más que nunca revelan su actualidad y su sentido profético las palabras del papa Paulo VI, cuando en su documento Populorum progressio, en 1968, invitaba a realizar una comunión de bienes entre países ricos y pobres.  Quizás porque hoy las fronteras entre ricos y pobres son muy indefinidas. Acaso porque nos descubrimos cada vez más interdependientes, todos débiles individualmente. Acaso la verdadera fuerza reside en descubrirnos hermanos.

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