Las palabras del rey Juan Carlos de Borbón pronunciadas durante la 22ª Cumbre Iberoamericana celebrada en Cádiz tienen el tono de un llamado: “El
mundo es hoy muy diferente al que existía cuando empezamos las cumbres.
Iberoamérica está en alza. A este lado del Atlántico hemos visto surgir
situaciones difíciles por la crisis. Nuestras miradas se vuelven hacia
ustedes. Necesitamos más Iberoamérica”.
“El monarca pide ayuda a América”, titula al día siguiente El País de Madrid. Parece una escena de la película El día después de mañana,
de R. Emmerich, en la que se imagina una catástrofe climática de
enormes proporciones que transforma gran parte de los Estados Unidos en
un bloque de hielo, y cuyos habitantes cruzan desesperados la frontera
con México pidiendo asilo.
Las palabras del rey no fueron motivadas por una catástrofe
climática, sino por el desastre económico español cuyo emblema son el 25
por ciento de desempleo y los suicidios de personas desesperadas por
recibir la orden de desalojo. Los destinatarios de sus palabras en la Cumbre Iberoamericana son precisamente aquellos jefes de Estado y de
gobierno tratados como populistas o extremistas por la prensa europea,
por tratar de cuidar los intereses de sus países desde reglas más
justas, desde el boliviano Evo Morales al ecuatoriano Rafael Correa, a
la Argentina que aún es un paria de los mercados internacionales por
haber osado restructurar una deuda impagable.
Son los representantes de pueblos que por décadas han sufrido penas
inenarrables, la miseria y la injusticia provocadas muy a menudo
precisamente por las reglas inicuas del mercado propiciadas precisamente
también por aquellos países europeos que hoy no saben cómo afrontar la
oleada de pobres que está provocando una crisis inédita.
Sería un error mirar esta circunstancia sólo desde el punto de vista
de más o menos comercio. Es la oportunidad para aprovechar estas
circunstancias para rescribir las reglas del comercio y de los mercados
financieros desde pautas de justicia y de igualdad y no desde la fuerza
que concede el estado de necesidad del otro. Podemos aprender de la
historia y fortalecernos mutuamente. Hoy más que nunca revelan su
actualidad y su sentido profético las palabras del papa Paulo VI, cuando
en su documento Populorum progressio, en 1968, invitaba a realizar una
comunión de bienes entre países ricos y pobres. Quizás porque hoy las
fronteras entre ricos y pobres son muy indefinidas. Acaso porque nos
descubrimos cada vez más interdependientes, todos débiles
individualmente. Acaso la verdadera fuerza reside en descubrirnos
hermanos.
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