Hay un dato de la realidad que no se puede desconocer de la
multitudinaria manifestación de ayer: este poder de convocatoria
demostrado hoy nadie está en condiciones de emularlo y menos todavía en
forma gratuita.
Si bien no hay duda de que hubo grupos y organizaciones que han colaborado con la difusión del llamado a concurrir, y si bien éste contó con el beneplácito de los más duros adversarios del gobierno comenzando por algunos grupos mediáticos, atribuir exclusivamente a su acción la convocatoria de ayer sería un error.
Si bien no hay duda de que hubo grupos y organizaciones que han colaborado con la difusión del llamado a concurrir, y si bien éste contó con el beneplácito de los más duros adversarios del gobierno comenzando por algunos grupos mediáticos, atribuir exclusivamente a su acción la convocatoria de ayer sería un error.
Tal como sería un error atribuir a sectores extremistas la
representatividad de la protesta. Sin duda estos sectores habrán
ponderado positivamente la iniciativa y habrán participado, pero no
dejan de ser muy minoritarios e incapaces de una movilización tan
popular.
Tampoco una manifestación de protesta, por concurrida que sea, puede
ser transformada en la decisión de una mayoría de las voluntades, porque
a nivel electoral la mayoría del país se ha manifestado y con
contundencia el año pasado: el 54 por ciento votó por el gobierno de
Cristina Fernández de Kirchner. En efecto, la continuidad y la total
legitimidad de su mandato no está en discusión y no tiene por qué
figurar en una agenda de temas.
Quien escribe está convencido de que no estamos frente a un planteo
electoral y sería un error reducir el juego democrático a la mera
confrontación en las urnas, que es cuando culmina la complejidad de la
vida política. En democracia se cuenta con un más rico abanico de formas
de expresión. Por lo tanto, el tema es detectar si lo que se manifiesta
tiene o no fundamento, expresa o no algo real, más allá de que quien lo
haga sea incluso un sector minoritario.
Los temas sobre los que se protestó anoche eran varios: desde la
inflación y la inseguridad, a menudo negados por el gobierno, a la
cuestión de un tercer mandato de la presidenta. Al respecto, es cierto
que no hay ningún proyecto presentado formalmente en el Congreso. Como
también es cierto que desde legisladores del oficialismo a sectores
vinculados al gobierno se ha aludido al tema. Otros temas de la protesta
fueron la corrupción y las presiones sobre la justicia que en estas
semanas se han agudizado a raíz del enfrentamiento en torno de la así
llamada "Ley de medios". No faltaron carteles contra el cepo al dólar y
algunas alusiones a la libertad de expresión.
Desde la oposición se ha celebrado que la protesta haya convocado a
tantos ciudadanos. Y algunos referentes lo han destacado como un
elemento de esperanza. Pero quizás a la oposición en su conjunto se le
escapa que, una vez más, el rol que debería ejercer es realizado ahora
por la protesta popular, en otros momentos por algunos medios de
comunicación. Eso habla de su debilidad y también de una escasa
representatividad.
Desde el oficialismo, en cambio, se contesta a los que salieron a la
calle con el argumento de que no se puede cambiar la política del
Gobierno nacional, precisamente por el compromiso asumido con quienes en
2011 votaron su propuesta electoral.
Pero aquí el tema no es desnaturalizar el programa de un Gobierno
legítimamente instituido, sino demostrar un compromiso fuerte y
coherente en algunas áreas sensibles que cosechan el descontento y con
razones de peso.
Una es la inflación: mal se podrá reducirla si no se admite su
existencia, y a niveles mucho más altos de los que reconoce el Indec. Ni
el propio Gobierno cree que sea menos del 10 por ciento, de lo
contrario no propondría pautas de aumentos salariales que llegan al
doble de la estimación del Indec. La insistencia en negar esta evidencia
irrita, más allá de que no se puede negar la mejora generalizada de los
salarios de la gran mayoría de los trabajadores, de los jubilados y la
reducción de la pobreza. El tema es que todos sabemos el peligro que
encierra vivir con un alto nivel de inflación durante años y, encima,
negarla.
Un segundo tema sensible es el de la corrupción. La percepción,
evidentemente difusa, es que el gobierno no logra demostrar que
interviene rápida y decididamente en casos de corrupción. Se necesitó la
tragedia de Once para que se actuara con las empresas de transporte
ferroviario, donde el desmanejo estaba a la vista. Bastaba circular en
tren.
Es muy probable que actuar eficazmente sobre estos dos temas de
fondo, descontando el compromiso del Gobierno en materia de inseguridad o
que le asisten razones para decidir de limitar el acceso al dólar,
recibiría la aprobación de la gran parte de la ciudadanía.
Si bien no figuraba entre los cuestionamientos en el caceroleo de
ayer, quien escribe sostiene que bajar el actual nivel de
enfrentamiento, comenzando por el tono del discurso oficial, también
produciría un mejor clima de convivencia. Y eso sin renunciar a ninguno
de los principios que se pretende defender desde la gestión. El cómo se
hacen las cosas es a veces tan importante como las cosas que se hacen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario