jueves, 8 de noviembre de 2012

Frente a una protesta masiva

Hay un dato de la realidad que no se puede desconocer de la multitudinaria manifestación de ayer: este poder de convocatoria demostrado hoy nadie está en condiciones de emularlo y menos todavía en forma gratuita.
Si bien  no hay duda de que hubo grupos y organizaciones que han colaborado con la difusión del llamado a concurrir, y si bien éste contó con el beneplácito de los más duros adversarios del gobierno comenzando por algunos grupos mediáticos, atribuir exclusivamente a su acción la convocatoria de ayer sería un error.
Tal como sería un error atribuir a sectores extremistas la representatividad de la protesta. Sin duda estos sectores habrán ponderado positivamente la iniciativa y habrán participado, pero no dejan de ser muy minoritarios e incapaces de una movilización tan popular.
Tampoco una manifestación de protesta, por concurrida que sea, puede ser transformada en la decisión de una mayoría de las voluntades, porque a nivel electoral la mayoría del país se ha manifestado y con contundencia el año pasado: el 54 por ciento votó por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. En efecto, la continuidad y la total legitimidad de su mandato no está en discusión y no tiene por qué figurar en una agenda de temas.
Quien escribe está convencido de que no estamos frente a un planteo electoral y sería un error reducir el juego democrático a la mera confrontación en las urnas, que es cuando culmina la complejidad de la vida política. En democracia se cuenta con un más rico abanico de formas de expresión. Por lo tanto, el tema es detectar si lo que se manifiesta tiene o no fundamento, expresa o no algo real, más allá de que quien lo haga sea incluso un sector minoritario.
Los temas sobre los que se protestó anoche eran varios: desde la inflación y la inseguridad, a menudo negados por el gobierno, a la cuestión de un tercer mandato de la presidenta. Al respecto, es cierto que no hay ningún proyecto presentado formalmente en el Congreso. Como también es cierto que desde legisladores del oficialismo a sectores vinculados al gobierno se ha aludido al tema. Otros temas de la protesta fueron la corrupción y las presiones sobre la justicia que en estas semanas se han agudizado a raíz del enfrentamiento en torno de la así llamada "Ley de medios". No faltaron carteles contra el cepo al dólar y algunas alusiones a la libertad de expresión.
Desde la oposición se ha celebrado que la protesta haya convocado a tantos ciudadanos. Y algunos referentes lo han destacado como un elemento de esperanza. Pero quizás a la oposición en su conjunto se le escapa que, una vez más, el rol que debería ejercer es realizado ahora por la protesta popular, en otros momentos por algunos medios de comunicación. Eso habla de su debilidad y también de una escasa representatividad.
Desde el oficialismo, en cambio, se contesta a los que salieron a la calle con el argumento de que no se puede cambiar la  política del Gobierno nacional, precisamente por el compromiso asumido con quienes en 2011 votaron su propuesta electoral.
Pero aquí el tema no es desnaturalizar el programa de un Gobierno legítimamente instituido, sino demostrar un compromiso fuerte y coherente en algunas áreas sensibles que cosechan el descontento y con razones de peso.
Una es la inflación: mal se podrá reducirla si no se admite su existencia, y a niveles mucho más altos de los que reconoce el Indec. Ni el propio Gobierno cree que sea menos del 10 por ciento, de lo contrario no propondría pautas de aumentos salariales que llegan al doble de la estimación del Indec. La insistencia en negar esta evidencia irrita, más allá de que no se puede negar la mejora generalizada de los salarios de la gran mayoría de los trabajadores, de los jubilados y la reducción de la pobreza. El tema es que todos sabemos el peligro que encierra vivir con un alto nivel de inflación durante años y, encima, negarla.
Un segundo tema sensible es el de la corrupción. La percepción, evidentemente difusa, es que el gobierno no logra demostrar que interviene rápida y decididamente en casos de corrupción. Se necesitó la tragedia de Once para que se actuara con las empresas de transporte ferroviario, donde el desmanejo estaba a la vista. Bastaba circular en tren.
Es muy probable que actuar eficazmente sobre estos dos temas de fondo, descontando el compromiso del Gobierno en materia de inseguridad o que le asisten razones para decidir de limitar el acceso al dólar, recibiría la aprobación de la gran parte de la ciudadanía.
Si bien no figuraba entre los cuestionamientos en el caceroleo de ayer, quien escribe sostiene que bajar el actual nivel de enfrentamiento, comenzando por el tono del discurso oficial, también produciría un mejor clima de convivencia. Y eso sin renunciar a ninguno de los principios que se pretende defender desde la gestión. El cómo se hacen las cosas es a veces tan importante como las cosas que se hacen.

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