¿Los
gobiernos europeos en crisis conocen el verdadero monto de sus deudas? Se diría
que no. Quizás el default y una reestructuración de la deuda sería el camino
más racional y, acaso, más democrático.
Las
reiteradas operaciones de salvataje solicitadas por algunos de los gobiernos de
la Unión Europea acosados por la dura crisis económica que los azota, llevan a
preguntarse si esos países conocen a ciencia cierta el monto real de su
endeudamiento. ¿Cómo se explican las reiteradas ayudas? Los ministros ¿no
conocían de entrada la envergadura de las necesidades financieras?
La
periodista y economista alemana Stefane Claudia Müller describe eficazmente el caso de España en un artículo
suyo publicado en varios diarios económicos de su país, de los que es
corresponsal. “En noviembre de 2011, el gobierno (español) dijo que el déficit
público era del 6% del Producto Bruto Interno (PBI); a finales de diciembre, el
nuevo gobierno dijo que le habían engañado y que el déficit público era
superior al 8%”, relata Müller.
“Luego de rehacer el cálculo a finales de marzo el Ejecutivo anunció un déficit
del 8,5% del PBI (...), dos semanas después, la Comunidad de Madrid dijo que sus
cifras eran erróneas y el Ayuntamiento de la capital igual... el déficit era ya
del 8,7%. Pero en agosto el Instituto Nacional de Estadística dijo que el PBI
de 2011 estaba sobrevaluado y, con la nueva cifra, el déficit era del 9,1%; dos
días después Valencia dijo que su déficit era de 3 mil millones de euros más; o
sea, que estamos en el 9,4% y las otras 15 comunidades autónomas y 8.120
ayuntamientos aún no han corregido sus cifras de 2011”. Müller concluye que el déficit real de
2001 puede estar encima del 11%.
No
es cualquier error, el déficit sería el doble de lo que se calculó al comienzo.
Hay algo que no cierra.
Para
la economista italiana Loretta Napoleoni, de la Judge Business Scholl de Cambridge, la explicación es que los países
mediterráneos de la Unión Europea, como Grecia, Italia y España, no han
blanqueado el real monto de su deuda soberana. De ahí la dificultad de
establecer también la envergadura de su déficit.
¿Cómo
se llegó a esto? Napoleoni lo explica recurriendo al ejemplo italiano. Durante
los años 90 y 2000, Lehman Brother, la famosa compañía de servicios
financieros, envió a decenas de jóvenes entrenados en Nueva York para vender
nuevos productos financieros extrapolando de los balances públicos dinero
líquido, a cambio de jugosas comisiones. Efectivamente, mediante estratagemas
financieras Lehman y demás bancos de negocios crearon obligaciones sobre el
gasto de las administraciones locales presentadas como títulos con garantía del
Estado italiano. Se trata de papeles que en teoría no se podían emitir, porque
inciden sobre el balance de la región y del Estado central. Pero el obstáculo
fue sorteado con un sofisticado juego de prestigio financiero. En el caso de
una de las regiones italianas, Campania, Lehman compró primero las deudas de la
administración de salud de la región y pagó a los acreedores (los proveedores)
al contado. La región devolvería la deuda después de 10 años, pero mientras
Lehman la transformó enseguida en títulos a 30 años que vendió en el mercado
internacional con la garantía del Estado italiano. Sin correr riesgos, Lehman
ganó una comisión por crear el producto y sobre la venta de los títulos, más
los intereses sobre la deuda contraída por las entidades locales.
Si
el gobierno de Roma hubiera realizado la operación sin duda que le habría
resultado más barata. Pero los títulos emitidos habrían engrosado la deuda
pública, mientras que recurriendo a un banco de negocios privado se trata de
una deuda privada, si bien con garantías del Estado, y ésta no aparece en los balances
del gobierno. Todo regular, cumpliendo con la letra de los límites que impone
el Banco Central europeo. Pero endeudando por décadas a los ciudadanos de la
región Campania.
Cientos
de episodios como el relatado explican la dificultad de establecer la real
entidad de las deudas públicas. La responsabilidad que le cabe a políticos y
financistas es evidente.
¿Cuál
es la salida?
A
largo plazo es necesario reducir el peso de la economía financiera sobre la
real (la producción de bienes y servicios). La desregulación del mercado
financiero permitió transformar el mercado bursátil en un ámbito para la
especulación y, literalmente, el juego de azar.
En
el corto plazo, el camino de la
reestructuración de deuda con un calendario de pagos y una importante quita
sobre el monto adeudado se presenta como una solución racional.
Es
lo que ha hecho Dubai cuando, en 2009, dos importantes sociedades garantizadas
de hecho por el Estado se declararon incapaces de pagar vencimientos por 30.000
millones de dólares. La rápida intervención del vecino emirato de Abu Dhabi,
que garantizó las deudas de Dubai, permitió calmar en seguida los mercados.
Luego, durante las negociaciones, se logró una quita de casi la mitad de la
deuda. En 2011, Dubai volvió a poder emitir obligaciones que fueron suscriptas
sin problemas en el mercado internacional.
En
2008 Islandia eligió el camino de la bancarrota. Su derrumbe fue tremendo: la
deuda pública era mil veces superior a su PBI. Los ciudadanos de este pequeño
país (apenas 320 mil habitantes) primero exigieron la renuncia del gobierno
responsable del desbarajuste. Luego, dos veces se negaron, por referéndum, a
pagar sólo a algunos acreedores privilegiados (Holanda, Reino Unido y los
bancos internacionales) endeudándose por décadas. Sucesivamente persiguió
penalmente a banqueros y políticos responsables del desastre, y algunos han
sido condenados. En 2011 Islandia volvía a conseguir créditos por mil millones
de dólares a poco más del 3 por ciento de interés. Posiblemente, porque su
planteo era creíble.
Cabe
recordar que también la Argentina utilizó la reestructuración de la deuda, como
señalan también Napoleoni y economistas como Joseph Stiglitz y Paul Krugman,
los últimos dos son Nobel de economía. Quizás la Unión Europea debería tener en
cuenta esta posibilidad en lugar de seguir castigando a sus ciudadanos por los
desmanes de los dirigentes políticos y financieros.
(1)
Loretta Napoleoni, Il contagio, Milan, 2011, pp.61-69.