Si se siguiese en la inacción,
de aquí a 2050 el medio ambiente puede sufrir daños cada vez más caros y
difíciles de reparar.
Luego del enésimo fracaso de un
evento sobre el medio ambiente, como la cumbre Rio+20, celebrada en junio en
Brasil, y frente a los desafíos que supone el cuidado del medio ambiente, cabe
preguntarse cuáles son las perspectivas futuras. El porqué lo explican los
numerosos científicos y organizaciones de la sociedad civil que desde hace
tiempo subrayan la urgencia de reducir el impacto de la actividad humana sobre
el planeta y, paralelamente, adoptar medidas para contener los efectos del
cambio climático en curso. Tiempo atrás, el economista Nicholas Stern fue autor
de un informe entregado al gobierno británico, en el cual recomendaba destinar
el uno por ciento del Producto Bruto Interno (PBI) a nivel mundial para
afrontar el aumento de la temperatura del planeta. De lo contrario, serían de
esperar daños ambientales que producirán caídas abruptas del PBI comparables a
la crisis argentina de 2001.
Algunos gobiernos siguen
refiriéndose a los niveles de contaminación permitidos por el Protocolo de
Kyoto, un paquete de medidas adoptadas en 1997 y entradas en vigor recién en
2005, que muchos científicos consideran superadas y hoy insuficientes, ya que
suponen una reducción promedio de los gases contaminantes del 5 por ciento
sobre la base de las emisiones de 1990. Y hay que mencionar que Estados Unidos,
entre los principales emisores de gases que provocan el efecto invernadero, no
ha ratificado el protocolo.
Los indicadores dicen que, lejos
de disminuir, las emisiones contaminantes han aumentado, mientras que el
incremento de la temperatura promedio se está acelerando, y con él el
derretimiento de los hielos de los polos.
Un informe de la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) pone de manifiesto los
riesgos de esta inacción en las próximas décadas y alerta a los gobiernos sobre
la urgencia de tomar medidas, pero ya.
Vamos a los datos
Se espera que para 2050 –fecha
que no es lejana para producir efectos benéficos sobre el medio ambiente–, al
ritmo actual la población del planeta será de 9 mil millones. La economía mundial
habrá crecido cuatro veces. Estos cambios llevarán a un mejor nivel de vida que
también supone un cambio sustancial a nivel de producción y de consumos que
impactará sobre el medio ambiente. Una economía cuatro veces superior a la
actual, implica el aumento del 80 por ciento del consumo energético. Como no
hay orientación global a usar fuentes alternativas de energía, el 85 por ciento
provendrá de combustibles como el gas y el petróleo. Eso significa, lisa y
llanamente, multiplicar la contaminación del planeta a niveles inéditos.
De no mediar una “política
ambiciosa”, el documento advierte que las emisiones de gases de efecto
invernadero crecerán del 50 por ciento “debido principalmente al incremento de
70 por ciento en las emisiones de CO2 relacionadas con la generación de
energía”. En 2050 la concentración de estos gases en la atmósfera podría
alcanzar las 685 partes por millón. Es decir que a finales de este siglo
tendremos un aumento promedio de la temperatura global de entre 3 y 6 grados
centígrados. Ese aumento “superará la meta acordada internacionalmente de
limitarlo a 2 grados por encima de los niveles preindustriales”. A menos de
llevar a cabo drásticas reducciones rápidas y costosas de emisiones después de
2020.
Será muy difícil para la humanidad
adaptarse a cambios superiores a los 2 grados en promedio una vez que se
alteren los patrones de lluvias, aumente el nivel del mar, se derritan hielos
permanentes, con el acentuarse de los fenómenos meteorológicos extremos.
Se prevé además una pérdida del
10 por ciento de la biodiversidad. Es decir, del delicado equilibrio que existe
entre especies animales y vegetales. Será más difícil acceder al agua dulce
para más de 3.600 millones de habitantes del planeta. La demanda global de agua
dulce crecerá el 55 por ciento, también por la actividad productiva, al tiempo
que los actuales caudales de agua sufrirán los efectos de la contaminación.
Un escenario preocupante será la
calidad del aire en las urbes del planeta. Para la OCDE los habitantes de los
centros urbanos sufrirán enfermedades que provocarán 3,6 millones de muertes al
año.
Para el estudio, sin duda reducir
las emisiones implica un costo, por los procesos industriales que habría que
aplicar y por la anexa reducción de la actividad económica. Sin embargo, “los
beneficios de lograr reducciones adicionales en la contaminación del aire
podrían ser mayores que los costos en una proporción de 10 a 1 hacia 2050 en
los BRIICS (grupo formado por Brasil, Rusia, India, Indonesia, China y
Sudáfrica)”. En el caso del agua dulce y servicios sanitarios en los países en
desarrollo el beneficio tendría una relación de 7 a 1.
¿Cómo revertir esta situación?
El riesgo es el de seguir dejando
pasar el tiempo sin acciones concretas, asustados por el costo de las mismas pero
sin calcular el costo de los efectos dañinos previstos. Incluso los que hablan
de “economía verde”, política rechazada en la cumbre Rio+20, en realidad
terminan por dejar todo como ahora aplicando algunos cambios. Pero aún es
hablar de comercializar el derecho a contaminar: quien es más rico podrá así
contaminar más. La aplicación de pocas medidas racionales, en ciudades de
Brasil, por ejemplo, ha permitido ahorrar una enorme cantidad de agua dulce.
Los municipios se han preguntado cómo no haber hecho antes algo tan sencillo.
Otras medidas, como la eliminación de los subsidios a los combustibles fósiles,
beneficiando las fuentes alternativas puede ser una medida positiva. Además,
teniendo en cuenta que muchas reservas de biodiversidad y de recursos naturales
se ubican en los países en desarrollo, que no son los que más contaminan, hay
quien propone financiar por parte de los países ricos el mantenimiento de
dichas áreas.
Sin duda, ésta es un área propia
de la cooperación internacional y de cambios culturales en cuanto a estilo de
vida. Ningún país podrá hacerlo solo.
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