Comienza hoy la 67 Asamblea General de las Naciones Unidas que reúne a líderes de 120 países de todo el mundo.
Lejos de ser un ámbito en el que se marca la agenda de los temas de
actualidad planetaria – donde hay cuestiones que reclaman con urgencia
respuestas, comenzando por los efectos globales del cambio climático –,
las Naciones Unidas manifiestan cada vez más signos de estancamiento y
la necesidad de reformar sus instituciones.
Temas como el conflicto en Siria, el plan nuclear de Irán,
insistentes voces sobre una próxima escalada bélica entre el país persa e
Israel (en estos días los chisporroteos verbales superaron los límites
de la prudencia en el caso de los militares iraníes), y el irresuelto
conflicto entre israelíes y palestinos estarán presente en las
intervenciones de los jefes de Estado.
Sin embargo, se prevé que todo siga el mismo guion que ha paralizado
cualquier solución posible sobre estos temas en el seno del Consejo de
Seguridad, donde los derechos de veto cruzados siguen los criterios de
los intereses divergentes de sus miembros.
Pero los que se mencionaron son los temas más ríspidos del momento.
Hay otros muchos más graves: desde el 16 de setiembre se señala una
aceleración en el retiro de los hielos del Polo Norte que indica que el
calentamiento global avanza a un ritmo imprevisto y rápido. Los efectos
económicos que provocarán los desajustes climáticos en todo el mundo
serán enormes e insumirán importantes recursos de los gobiernos.
Por otro lado, la crisis financiera que de Estados Unidos se ha
contagiado a Europa está haciendo estragos sociales entre los
trabajadores y sectores más débiles de la población del Viejo
Continente, condicionando el comercio a escala mundial. No se prevé ni
siquiera una mención de este tema. La desigualdad sigue siendo uno de
las principales fuentes de conflictos sociales, ahora también en el
Primer Mundo, mientras que no se registra una importante de reducción de
la pobreza en las zonas más míseras del planeta.Todo hace pensar que
los principales líderes se presentan más ocupados por sus cuestiones
internas que por estos temas de alcance global.
Nuestra presidenta, Cristina de Kirchner y su par de Brasil, Dilma
Roussef, volverán a insistir en la puesta en marcha de la reforma de las
Naciones Unidas. Hay que superar un esquema que data de 1945, cuando se
avisoraba el comienzo de lo que fue la Guerra Fría, y cuando el mundo
salía de las ruinas del segundo conflicto mundial. Era un mundo distinto
al actual, en el que, por ejemplo, Japón y Alemania no podían siquiera
pensar en ejercer el rol que ejercen hoy en el concierto de las
naciones. En ese entonces los países emergentes no eran una realidad
como son hoy India, Indonesia, Brasil, Sudáfrica, México, Egipto,
Nigeria, entre varios más.
Los derechos de veto existentes en el Consejo de Seguridad, del que
participan Francia, Reino Unido, Estados Unidos, China y Rusia, son por
lo tanto el residuo de una suerte de club de ganadores de una guerra que
fue hace casi setenta años y que siguen imponiendo sus criterios la
comunidad internacional. Es un esquema que riñe por insuficiente, y por
lo tanto injusto, con los avances que ha tenido la idea de democracia en
nuestro mundo. La ONU necesita más y mejor democracia.
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