Más allá de las protestas y el descontento por la conducción del país, han entrado en colisión el interés ruso de mantener el país en su esfera de influencia y la voluntad de Washington de atraer a los ucranianos hacia Occidente. Un rumbo que los ciudadanos de este país eslavo todavía no han definido.
Como a menudo sucede, cuando intereses poderosos intervienen polarizando conflictos, se torna difícil hacerse una idea cabal de ciertos acontecimientos políticos.
Es, entre muchos otros, el caso de Ucrania, donde en este momento chocan, en realidad, dos intereses contrapuestos: el de Rusia, que apunta a mantener este país en su esfera de influencia y el de los Estados Unidos, que decidió invertir 5 mil millones de dólares precisamente para atraer a los ucranianos hacia Occidente (es decir, hacia su esfera de influencia que incluye la Unión Europea y la OTAN), representada concretamente por la Unión Europea.
Por cierto, en el medio está el poder corrupto e ineficiente de un gobierno que ha favorecido a la rica oligarquía del país. Los estallidos siempre parten de hechos reales, aunque esos mismos son utilizados políticamente.
En los días que han enlutado el país, se podían ver, en Occidente, las imágenes (censuradas por cierto) de la represión policial y en Rusia las imágenes de las fuerzas de seguridad acosadas por grupos notablemente organizados, con capacidad operativa durante noches enteras de exposición al rígido invierno ucraniano. Un poco demasiado para que se pueda creer a la espontaneidad.
La discusión entre los ucranianos sobre una política exterior pro rusa o pro occidental no es nueva y no es de fácil solución. A lo largo y ancho del país, encontramos posturas opuestas mezcladas en diferentes proporciones según nos encontremos en la zona central, sur occidental, oriental o directamente en las regiones con mayor presencia de inmigrantes rusos (el 12% de la población).
Todo esto tiene su historia y sus llagas, las que en los momentos de exasperación afloran con toda su dureza. A lo largo de las décadas, la rusificación de territorios azotados por las carestías que decretaron la muerte de millones de ucranianos durante el período estalinista, ha marcado profundamente sentimientos nacionalistas. Stepan Bandera fue el iniciador de la organización que luchó primero contra los polacos dominadores y luego contra los soviéticos. Se le acusa de nazismo, posiblemente por su papel contra la Ejército Rojo durante y luego de la Segunda Guerra Mundial. Historias que solemos desconocer. Así que en el país se cruzan sentimientos nacionalistas, paneslavos, de fuerte identidad ucraniana pero abiertos a Occidente, de vínculo cultural o económico con Rusia.
Por otra parte, desde el desmoronamiento del imperio soviético, para los Estados Unidos quedó claro que la independencia de Ucrania asestaba un golpe letal a cualquier intento ruso de volver a adquirir el papel de potencia mundial, capaz de enfrentarse de igual a igual. De ahí la política de atracción hacia Occidente de Georgia, Ucrania y varios de los países de Asia Central (el “vientre blando” del imperio soviético). Para eso, Washington no ha escatimado recursos: con inversiones, por ejemplo, en oleoductos para quitar a Moscú el monopolio del transporte de combustibles, financiando organizaciones y hasta medios de comunicación para ir “preparando” la opinión pública y las elites, se intervino en la política local en ciertos casos al borde del golpe de Estado.
Moscú, por supuesto, no se quedó a mirar. El presidente ruso Vladimir Putin contempla con horror la eventualidad de que Ucrania termine siendo parte de la OTAN. Por ese territorio pasan los gasoductos que abastecen el país y, luego, llegan hasta Europa, y cada encontronazo con el gobierno ruso, en estos años, se transformaba en el cierre de la manija del gas, pese a que las temperaturas invernales suelen bajar 20 y 30 grados bajo cero. Así como ha tratado de recuperar la confianza de los países caucásicos y centro asiáticos... como fuera. Putin y su diplomacia no suelen ser sutiles.
Es éste el contexto en el que se han verificado los últimos acontecimientos en Ucrania, derivados en la fuga del presidente Viktor Yanucovich y la instalación de un nuevo gobierno.
Por supuesto, una vez que se recupere la calma y se salga de la contingencia del momento, vuelve el debate sobre cuál es el verdadero futuro de Ucrania: el que quieren los ucranianos o el que se pretende digitar tanto desde Moscú como desde Washington.
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