Rusia desmovilizó las tropas a la frontera, pero sigue una tensa calma. En París se reunen los cancilleres de Rusia y los Estados Unidos, aunque se enfrían los contactos y hay dudas de que se realizará la cumbre del G8 en Sochi, ya sede de los juegos olímpicos invernales. ¿Habrá un punto de equilibrio?
¿Vuelve la calma en la caliente región ucraniana? Al menos por el momento sí. Hoy el ministro de relaciones exteriores ruso se reunirá con su par de los Estados Unidos. Lo cual, es de por sí una buena noticia. El presidente ruso Vladimir Putin anunció ayer que los militares movilizados a la frontera con Ucrania para realizar “ejercitaciones” regresaron a sus cuarteles. Y que su gobierno, el cual por las dudas ya recibió el mandato del parlamento ruso para una eventual intervención armada, se reserva la opción de intervenir en caso de que Ucrania caiga en el caos. “Si llegara a tomar esa decisión, sería completamente legítima según el derecho internacional, ya que nos lo ha pedido el presidente legítimo [de Ucrania]”, dijo. En efecto, Moscú no reconoce al nuevo presidente por considerar que hubo un golpe de Estado. Moscú teme por los derechos de la importante minoría rusa en el país, en especial en el sur y este.
En estos días, la escalada entre Washington y Moscú hizo temer por un nuevo y más grave conflicto. La Casa Blanca ordenó cancelar todo tipo de citas de la agenda bilateral con Moscú, incluyendo los juegos invernales paralímpicos de Sochi, al tiempo que el propio presidente Barack Obama lanzaba advertencias al gobierno Ruso. Más sanciones, como algunos solicitaban no era posible. Por un lado porque el comercio entre los dos países es realmente mínimo. Por otro, porque ya se supo que, por ejemplo, el Reino Unido no adheriría a ese tipo de castigo, postura que no cayó muy bien entre sus aliados. Por otra parte, entra en una etapa de indefinición la celebración, también en Sochi, de la cumbre del G8 prevista para junio. Putin pareció desafiante, cuando dijo a la prensa que ellos seguirán preparando el evento: “Si no vienen los otros, allá ellos”.
La Casa Blanca ya anunció una ayuda inmediata de mil millones de dólares para Kiev, cuyo gobierno tiene que reunir 35 mil millones de dólares para hacer frente a sus apuros económicos. El gobierno de Obama ya había informado en diciembre que invertiría 5 mil millones en Ucrania, por lo que la ayuda no es estrictamente una novedad.
No es fácil hacer previsiones en este momento. Putin es un político que sabe esperar el momento propicio. La reacción de Moscú ante los hechos que sacudieron Ucrania, esperó el cierre de la pantalla internacional concentrada en los juegos invernales de Sochi. Por lo tanto, no sería de extrañar que Moscú espere el momento de volver a fijar los precios del gas que le vende a Europa y que pasa por Ucrania. Y a Europa no debe convencerle mucho pagar los platos rotos de una pulseada entre Washington y Moscú. El gas ruso representa el 15% de su demanda energética. Y la empresa Gazprom ya anunció que no se aplicarán a Kiev los sustanciosos descuentos vigentes al precio del combustible a partir de abril (menos de 270 dólares la unidad métrica en lugar de 400). A la Unión Europea, jaqueada por la crisis, teme la posibilidad de represalias económicas provenientes del Este
La otra pregunta es si podrá mantener la unidad territorial ucraniana. En el este del país y en Crimea la población rusófona es importante y hay mucho temor a una política discriminatoria. La interceptación de la conversación telefónica entre la Secretaria de Estado adjunta Victoria Nuland (adscripta a la región) y el embajador estadounidense en Kiev, dejó bien en claro hasta que punto, incluso por encima de sus aliados europeos, la Casa Blanca es la que incidió e incide en las decisiones del nuevo gobierno ucraniano. Al respecto, parece una paradoja la queja de Noland por la publicación de una conversación privada, puesto que su país se dedica a espiar prácticamente al resto del mundo.
Hay algunas cuestiones en juego: una gran parte de Ucrania desea vincularse más a Europa, donde ve mayores perspectivas de desarrollo en el proyecto de la Unión Europea. Pero si esto significa, como ya pasó con Polonía y otros países del Este europeo, traer la OTAN hasta la frontera con Rusia, habrá una reacción de Moscú. Putin, además, quiere garantizar a las minorías rusófonas el respeto de sus derechos y en el caso de Crimea, su autonomía, la que hoy garantiza a Moscú sus bases en el mar Negro, que es el también el acceso al Atlantico, via Mediterráneo, sobre todo en invierno.
Ante la asertividad rusa, que desde hace años ha dejado de aceptar pasivamente la erosión constante de su área de influencia por parte de Washington, y la incapacidad de la Casa Blanca de comprender que el mundo ha dejado de recibir y aplicar supinamente sus órdenes, se diría que la alternativa al recurso de las armas, que destaparía ulteriormente la caja de Pandora ucraniana, es negociar estos puntos hasta encontrar un nuevo equilibrio.
No es lo mejor que puede producir la política. Tiene algo de desquiciado esta lucha por la hegemonía en un mundo cuyo modo de funcionar no tiene sustentabilidad económica, ni social ni ambiental.
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