lunes, 17 de marzo de 2014

Los crimeos votaron por unirse a Rusia

Más del 95% a favor de independizarse y ligarse a Moscú. Sin embargo, la cuestión fundamental sigue siendo la salida de los ucranianos del área de influencia de Rusia. ¿Regresamos a la Guerra Fría?


Cuando el escrutinio todavía rondaba por la mitad de las papeletas emitidas, el resultado de la consulta popular ya era aplastante: el 95,5% de crimeos estaban a favor de una secesión de Crimea de Ucrania ysu incorporación a Rusia. Otro 3,5% de los ciudadanos que concurrieron a las urnas, estaban a favor de seguir siendo parte de Ucrania pero con más competencias que en la actualidad, según ha informado la Comisión Electoral de este territorio situado a orillas del mar Negro.
Luego de las convulsionadas semanas pasadas, durante las cuales fue depuesto el presidente de Ucrania, Victor Yanukovich, en medio de desordenes y choques con las fuerzas de seguridad que dejaron un saldo de decenas de víctimas mortales, esta decisión de los ciudadanos de Crimea, mientras aumenta el número de efectivos del ejército ruso movilizados en esa península y los soldados del ejército ucraniano siguen rodeados en sus cuarteles, se constituye como el segundo capítulo de una de las mayores crisis internacionales desde la desintegración de la URSS en 1991.

Para la televisión oficial de Crimea, que emite conjuntamente con el canal de televisión rusa Rossia 24, la participación en el referéndum superó el 89,5% en Sebastopol, la ciudad sede de la flota del mar Negro rusa; en la capital crimea, Simferópol, también la participación alcanzó una cifra alta, el 88,5% mientras que en el resto de la península llegó al 82,7%. La misma fuente de información, aseguró que el 40% de los tártaros, la comunidad más reacia al referéndum, habían votado. Sin embargo, no es posible verificar estos datos, por la rapidez con la cual se decidió este referendum y por la presencia casi simbólica de apenas algunas decenas de observadores. Los ciudadanos no incluidos en las listas podían votar en si rellenaban una solicitud en el mismo colegio electoral.
Los votantes debían responder sobre la incorporación a Rusia en calidad de provincia o sobre la permanencia en Ucrania sobre la base de la Constitución local de 1992. En base al censo electoral, los convocados fueron más de 1 millón y medio de habitantes. La población de Crimea se reparte entre rusos (58,3%), ucranianos (24,3%) y tártaros (12,5 %).

El proceso para que Crimea, que en los años 50 fue “donada” por el entonces jefe máximo de la Unión Soviética, Nikita Krushev, a Ucrania república de la que él mismo era originario) ingrese en la federación rusa prevé sucesivas etapas, que contemplan primero la declaración de independencia, sucesivamente la incorporación como provincia luego de la revisión del proceso por la justicia constitucional. Pero está claro que se trata de meras formalidades, ya que en realidad estamos en este momento ante una pulseada entre el presidente Vladimir Putin y la administración de la Casa Blanca.

Si bien, de por medio están las legítimas inquietudes de los ucranianos, sobre todo los jóvenes, deseosos de entrar en la órbita de Occidente, está claro que Washington no juega un rol imparcial en este contexto, ya que desde fines de los años ‘90 intenta atraer el país al área occidental en consideración de su rol estratégico. Una visión del mapa de los gasoductos que cruzan este país de de este a oeste, revela lo importante que es Ucrania para Europa.

En estos días, varios analistas estadounidenses han lanzado verdaderas advertencias al presidente Putin, señalando que la misma empresa petrolera que ostenta el monopolio del gas que desde Rusia llega a Europa, está asociada en un 50% con capitales estadounidenses, y que eso podría generar reacciones entre sus socios. Por lo tanto, el verdadero tema en discusión, pese a las reacciones airadas de Washington, es sólo marginalmente la cuestión de Crimea. La clave de la situación sigue siendo Ucrania, porque comienza a vislumbrarse la intención de la Casa Blanca de hacerse con el control del gas que alimenta las cocinas y los sistemas de calefacción de parte de Europa. 

Estamos entrando, por lo tanto, en una situación de la cual es difícil prever los desarrollos. Putin, por su parte, no parece dispuesto a aceptar los hechos consumados de una revuelta apoyada, financiada por Occidente, que le está sacando un aliado clave (en una nota publicada días atrás mencionamos la interceptación de una conversación telefónica con un alta funcionaria de la cancillería estadounidense, que revelaba su implicancia en la formación del nuevo gobierno de Kiev) . Su reacción aumentará posiblemente su popularidad, además de asegurarse una región que le garantiza el acceso al Atlántico a la flota del Mar Negro. Al presidente ruso no le falta capacidad de reacción, sin ni siquiera demasiadas sutilezas. Tampoco está dispuesta la Casa Blanca a modificar su política en materia de limitación de la capacidad de desarrollo como potencia de Rusia. Y este avance hacia el este europeo lo demuestra.

Se está peligrosamente jugando con el fuego al levantar la tensión entre las dos potencias. Si la política no logra, con creatividad y lucidez, reafirmar los principios fundamentales de la convivencia entre países, en algún momento una de estas situaciones podría reabrir esa “Guerra Fría” que pensábamos haber consignado a la historia.

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