lunes, 17 de diciembre de 2012

¿Qué pasa en Mali?

Es muy posible que pocos puedan ubicar en un mapa a Mali. Sin embargo, este país africano de 1,2 millones de km2, está siendo observado con preocupación como punto de llegada de numerosos guerrilleros fundamentalistas vinculados con Al Qaeda que se están concentrando en el desértico norte del país, para recibir entrenamiento y luego actuar en diferentes escenarios.
Luego del derrocamiento del régimen de Libia, numerosos tuareg que habían defendido al líder Muammar Kadafi, regresaron a Mali luego de hacerse con armas sustraídas de los arsenales. Tan bien pertrechados estaban los tuareg, que desde hace medio siglo reclaman el derecho a la autodeterminación, se alzaron contra el gobierno central, sin que el débil ejército regular pudiera oponérsele. Para peor, sectores de las fuerzas armadas llevaron a cabo un golpe de Estado. Unos días después, los tuareg, a comienzos de abril de 2012, proclamaron la independencia del norte del país, la región de Azawad, cuya  superficie es equivalente a la de Francia.
Pero la situación tuvo un cambio imprevisto: los guerrilleros de Ansar Dine, una organización radicalizada vinculada a Al Qaeda, rechazó la independencia de los tuareg y atacó no sólo a los grupos armados, sino también a la población civil. Ansar Dine rápidamente se hizo con el control de la región, demostrando una capacidad logística que se explica sólo con los recursos que llegan a las cajas de los grupos radicalizados como Al Qaeda. Fue aplicada duramente la ley islámica (sharia) y más de 400 mil habitantes de la región tuvieron que huir. Pronto se estuvo al borde de un Estado islámico no reconocido, que podría contar con una amplia región, cuyas fronteras porosas con Níger, Argelia y Mauritania, constituyen una zona ideal para todo tipo de tráfico clandestino, desde las armas a la droga.
La situación inestable del Mali preocupó a los países vecinos y las diferentes organizaciones de Estados africanos amenazaron con intervenir para restablecer la legalidad. Cientos de guerrilleros de sectores radicalizados se estaban concentrando en Azawad donde se podían entrenar y recibir adoctrinamiento.
La habilidad de los líderes de Al Qaeda consistió en apoyar en un primer momento la lucha de los tuareg, para luego hacerse con el control, aterrorizando a la población con su táctica terrorista y su mensaje supuestamente religioso.
A comienzos de diciembre hubo un acuerdo entre las partes, tuareg, Ansar Dine y el gobierno provisional de los golpistas para restablecer la unidad territorial del país y defender los derechos fundamentales de sus habitantes.
Pero no debe haber convencido mucho a los observadores de Washington, donde se especula con el apoyo de una intervención militar en Mali por parte de las fuerzas armadas de países africanos aliados de los Estados Unidos.
Subsiste en efecto la preocupación por una extensión de organizaciones vinculadas a Al Qaeda que, en un primer momento, han apoyado tanto las protestas civiles conocidas como “primavera árabe” como la lucha contra los regímenes de Libia y de Siria, para luego revelar sus verdaderas intenciones. Pero cuando ya habían recibido incluso el apoyo de los mismos países occidentales que luchan contra el terrorismo, comenzando por los Estados Unidos.
En medio de este tipo de torpezas, Al Qaeda cosecha resultados al aprovechar la protesta de algunas poblaciones para insertarse en ese contexto y luego dominar la situación gracias a los cuantiosos recursos que reciben por los gobiernos de los Estados petroleros del Golfo Pérsico, que pretenden difundir las doctrinas radicalizadas de la versión salafita del Islam.
La primavera árabe corre el riesgo de teñirse de los sombríos colores del terrorismo.

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