viernes, 3 de junio de 2011

Una intervención escandalosa

Artículo publicado en Cn revista, mayo de 2011. www.ciudadnueva.org.ar 
por Alberto Barlocci


Ergo sollicitae tu causa, pecunia, vitae!
Per te immaturum mortis adimus iter;
tu vitiis hominum crudelia pabula praebes,
semina curarum de capite orta tuo.

¡Así que eres tú, dinero, la causa
de una vida agitada!
Por tu culpa emprendemos el camino
de una muerte prematura, 
brindas a los vicios de los hombres
crueles pastizales,
eres el origen de toda preocupación.
Sexto Propercio, Elegías III, 7


Este fragmento de una de las elegías del poeta latino Propercio explica mucho más la situación de Libia que las crónicas de los medios de comunicación en estos días. ¿De qué otra manera, si no, explicar la solícita intervención de Occidente en un conflicto interno fomentado, en realidad, por los mismos países que hoy ocultan sus intereses comerciales tras esta "intervención humanitaria"?
La historia de Muammar Kadafi, el líder libio en el poder desde 1969, se confunde con el crimen, el autoritarismo y, posiblemente, la demencia. Pero abasteció de petróleo y gas al sur de Europa durante años y se dejó de mirar su vinculación con los terroristas de toda clase y color durante años, quienes disponían en territorio libio de campos de entrenamiento. Al ser el autor intelectual del atentado al avión de Pan Am destruido a la altura de la localidad británica de Lockerbie, que provocó 270 víctimas, Kadafi pasó a ser un paria para la comunidad internacional. Como reacción, los Estados Unidos bombardearon su residencia en un intento de asesinato. Hasta que a partir de 2001 comenzó un acelerado proceso de reinserción de Libia en la vida internacional, pese a que el régimen dio muy pocas garantías de mayores libertades. En 2006, las Naciones Unidas todavía señalaban y condenaban ataques e intimidaciones contra medios de prensa.
Sin embargo, eso no impidió los buenos negocios con él. Sólo en los últimos años adquirió armamentos por 1.000 millones de euros a Italia, Francia, Reino Unido, Alemania... Sus fuerzas armadas necesitarían triplicar su número para poder utilizar todo el arsenal disponible. Igualmente, desde 2006, tres sociedades estadounidenses obtuvieron el permiso para la búsqueda y producción de crudo en el país por parte de la compañía estatal petrolera libia, a cambio de 1.830 millones de dólares. Este viraje de Kadafi, dispuesto a abandonar supuestamente el listado de “Estados canalla”, parecía no generar dudas. Hoy, los gobiernos de Europa compiten entre sí en la carrera por borrar las fotos que lo retratan recibido con todos los honores: desde el premier italiano Silvio Berlusconi, su anfitrión decenas de veces, hasta el apretón de manos con el presidente francés Nicolas Sarkozy en 2007, y la visita a Libia en 2008 de la canciller estadounidense Condoleezza Rice. En esa oportunidad, la diplomacia de la Casa Blanca afirmó que Kadafi “es un hombre de gran personalidad y experiencia. Ha tomado decisiones que han cambiado el estado de las cosas”, aludiendo a su renuncia al uso de armas de destrucción masiva y a su abandono de la práctica terrorista. Los contactos en ámbitos de cooperación militar fueron numerosos, con visitas recíprocas a bases y unidades militares por parte de altos mandos.
Para los europeos, además, el dictador libio fue necesario para frenar las oleadas de desesperados que cruzan el Mediterráneo en embarcaciones precarias en busca de un futuro en el Viejo Continente. Armó campos de concentración y toleró el comercio sucio que explota la desesperación de los más pobres.
El acuerdo con Italia sellado hace dos años, un pacto de amistad mutua, en realidad significó negocios privilegiados con empresas italianas por un monto no menor a los 15 mil millones de dólares, desplazando a los demás países. Mucho le convino a Berlusconi, con quien Kadafi incluso realizó negocios personales. Además ingresó en el sistema financiero europeo con sumas cuantiosas: entre los bienes congelados hay cuentas por 30 mil millones de dólares.
Hasta que se irritó Francia. Y la chispa fueron las revueltas sociales que estallaron desde fines del año pasado sobre todo en el Magreb y en Medio Oriente.
Misteriosamente, los inesperados levantamientos en Libia, donde la mano de hierro del régimen nunca permitió el surgimiento de una oposición que se precie de ese nombre, cobraron sospechosa energía. Un ejército regular parecía ser arrollado por civiles mal armados y sin entrenamiento militar. Tan débiles eran los rebeldes que luego, aún con el apoyo de la OTAN, sus avances en el terreno fueron escasos. Es decir, fue inflada la revuelta gracias a los medios de comunicación que por lo general utilizaron como espejos en cadena una única fuente inicial. E incluso quedó al descubierto la presencia de efectivos franceses y británicos. Por lo tanto, fue relativamente fácil “vender” la noticia del bombardeo a civiles, desmentida más tarde por los satélites rusos que rastrearon la zona, información confirmada por la enviada de Russia Today, Irina Galushko, y hasta por el Pentágono por intermedio del Jefe de Estado Mayor, Mike Mullen, y el 3 de marzo por Robert Gates, ministro de Defensa.
Sin embargo, el plan ya estaba en marcha y apareció la resolución 1973 de la ONU que daba lugar a la "guerra humanitaria". Un mandato más amplio es casi imposible, ya que los aliados pueden adoptar “todas las medidas necesarias (...) para proteger a los civiles y las zonas pobladas por civiles bajo amenaza de ataque en la Jamahiriya Árabe de Libia, incluida Benghazi” (art.4 de la resolución). En realidad, el objetivo inicial era la aplicación de una zona de exclusión de vuelos (no fly zone). Sin embargo, la amplitud del mandato permitió bombardear columnas de blindados, residencias presidenciales y otros objetivos terrestres. El nuncio de la Santa Sede en Libia denunció la muerte de decenas de civiles supuestamente bajo la protección aliada.
Eso significa que los aliados han elegido uno de los dos bandos de un conflicto interno con una disparidad de criterios que preocupa si pensamos, por ejemplo, que durante 20 años, en Sudán, el régimen masacró a ciudadanos indefensos durante la guerra civil que provocó dos millones de muertos, sin que hubiera una idéntica intervención de la ONU. Lo mismo puede decirse del conflicto en la región africana de los Grandes Lagos, donde los muertos, desde 1998, han llegado a los cinco millones y Ruanda ocupa ilegalmente una región oriental del Congo (ex Zaire). Y tampoco ha merecido el mismo tratamiento la implacable mano dura de Vladimir Putin contra Chechenia, donde muchos civiles pagaron con la vida el conato de independencia de esa región.
La reciente intervención a favor de uno de los bandos genera otro interrogante: puesto que los rebeldes eran hasta ayer gente del régimen, ¿quién asegura hoy a los aliados que son mejores que Kadafi? En efecto, la primera línea de las fuerzas rebeldes la constituye el Grupo Islámico Combatiente Libio (GICL), una organización desde hace tiempo vinculada con Al Qaeda y muy infiltrada por la CIA y el MI5 (el servicio de inteligencia británico). El grupo, luego de participar en la guerra afgana en los años ochenta, estuvo activo en Bosnia y luego en Kosovo a fines de los noventa, pero siempre manteniendo el apoyo de la inteligencia de la CIA y el MI5. La cuestión es que la propia ONU sigue incluyendo al GICL entre las organizaciones terroristas. A su vez, el grupo ha sido controlado por el ex director de inteligencia libia, Moussa Koussa, sucesivamente canciller de Kadafi, quien en marzo desertó huyendo a Londres y dejando huellas que lo señalan como un agente encubierto de la CIA y el MI51. Hoy Koussa es presentado como un referente del gobierno provisional rebelde.
¿Qué puede pasar en Libia? Las variables son muchas: un conflicto prolongado, un auto exilio de Kadafi, la derrota de los rebeldes o su triunfo... Pero no hay dudas de que estamos frente a una gravísima violación de la carta de la ONU, de intereses comerciales que manipulan la información para conseguir sus resultados ante las narices de una comunidad internacional que ya no sabe cuáles son las reglas del derecho internacional.
Se trata de un camino muy peligroso. Y hay que encontrar la manera de desandarlo si no se quiere caer en la ley del más fuerte
(1)    Cfr. “Our man in Trípoli”, Global Research, donde Michael Chossudovsky reconstruye los vínculos de Moussa Koussa con la CIA y el MI5 británico.

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