miércoles, 19 de mayo de 2010

Recuperar la cordura


Cuando los optimistas pensaban que había pasado lo peor de la crisis financiera estallada en los Estados Unidos a fines de 2008, la debacle de la economía griega junto con los tropiezos de otras economías europeas menos fuertes, como las de España, Portugal e Irlanda, completaron un panorama que no es alentador. Según las autoridades financieras de la Unión Europea (UE), el blindaje de un billón de euros (un millón de millones) aplicado en mayo por la UE y el Fondo Monetario Internacional, sólo permitió ganar tiempo, pues el Viejo Continente se enfrenta la peor crisis en un siglo.
Varios gobiernos, luego de oscilar entre negar la realidad e intentar paliarla con medidas que resultaron insuficientes, comenzando por el de Grecia, terminaron por aplicar un drástico ajuste fiscal: reducción del gasto público (léase gasto social), congelamiento de jubilaciones y salarios estatales, en algunos casos su reducción, más impuestos, etcétera. En fin, recetas que en estas latitudes bien conocemos, aunque sin los amortiguadores sociales a disposición de los países del primer mundo, y sin el respaldo de un bloque como la UE capaz de salir al cruce del desaguisado griego (400 mil millones de dólares de deuda pública y un desorden financiero ocultado a los demás gobiernos de la región) con una ayuda de 140 mil millones de dólares. No será fácil la vida de los europeos en los meses venideros o quizás hasta en un año o más, aunque no se llegará a los niveles generalizados de pobreza y de exclusión social propios de América latina. Y no será fácil evitar los efectos que producirá este vendaval sobre nuestras economías.
Se diría que en el Viejo Continente está tomando consistencia el germen de la desigualdad de un modelo de capitalismo que, al favorecer la acumulación y la libertad de acción de los mercados sin muchos controles, es incapaz de permitir una distribución más equitativa del ingreso. Tal como en los Estados Unidos, el éxito de ciertos sectores coexiste con el crecimiento de la pobreza (35 millones, alrededor del 10% de la población); también en la UE los indicadores de pobreza y de desempleo están en aumento. A los gobiernos de ese bloque se les hace cada vez más difícil aplicar los beneficios del Estado de Bienestar, allí fuertemente arraigado, si bien cada vez más costoso, en un contexto neoliberista para el cual el gasto social, la intervención del Estado y la regulación los mercados son malas palabras.
Sin embargo, la libertad absoluta del mercado ha generado trabajo precario, especulación salvaje, pérdida de empleo. Un problema especial lo constituyen los mercados financieros: de cada 100 pesos que ingresan a diario en el mercado global, apenas 0,50 centavos son fruto de la producción de bienes y servicios, mientras que 99,50 pesos son movilizados en actividades financieras, sean o no especulativas. La mentalidad que se ha instalado entre operadores e inversores es que hay que generar ganancias rápidas y cuantiosas, como si el dinero fuera capaz por sí mismo de generar riqueza. Eso ha llevado a una progresiva sofisticación de ese mercado al punto tal que su comprensión es casi imposible a un lego. Detrás de las burbujas financieras de billones y billones de dólares que estallan estruendosa y periódicamente no hay un solo bien producido, sino papeles y números virtuales.
Una irracionalidad que raya la locura.
Lo paradójico, y lo más injusto, es que cada vez que estalla una crisis los platos rotos los paga la ciudadanía, ajena a las sofisticaciones financieras, y ante la aparente despreocupación de los responsables. El año pasado el presidente Barack Obama reaccionó indignado cuando los que causaron la crisis estadounidense estaban cobrando remuneraciones por 160 millones de dólares.
Más allá de las discusiones académicas o ideológicas sobre el modelo económico que mejor garantice la justicia social, un primer paso consistiría en recuperar la cordura: el mercado, que hoy es global, se ha transformado en una suerte de casino en el que la compulsión al juego dilapida fortunas. Para evitar desastres periódicos, necesitamos recuperar el predominio del intercambio de bienes y servicios fruto del trabajo.


Editorial de Cn revista, junio de 2010.
www.ciudadnueva.org.ar 



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