Que
soplen vientos de crisis, no lo duda nadie. Hasta Bolivia y Perú,
que crecían a un ritmo más sostenido, tuvieron que recortar sus
previsiones para este año. Chile crecerá menos del 2 por ciento
estimado. En Ecuador llovió sobre mojado, pues el terremoto supuso,
además, un golpe para una economía en dificultad. México y
Colombia alternan buenas con malas noticias, aunque en la sustancia
crecerán menos de lo esperado. El freno a la economía brasileña y
argentina es serio, y grave en el caso venezolano.
La
CEPAL aborda la cuestión de la sustentabilidad de las economías
regionales en un documento que
inaugura su 36 período de sesiones, con la presencia de los
representantes de los 45 países de la región. La comisión
económica de las Naciones Unidas apunta, en su visión
estructuralista, a cambios profundos del estilo productivo y de
consumo en pos de la sustentabilidad ambiental y social. Por un lado,
es importante cambiar la matriz energética de la región e
introducir un sistema productivo con baja huella de carbono para
mitigar los efectos del cambio climático en curso (parte de la
crisis actual, al menos en Venezuela y el Caribe, depende de una
intensa sequía). Por otro, es importante el énfasis en la
continuidad de las políticas sociales para erradicar la pobreza y
reducir la desigualdad. En síntesis, en el mediano plazo - la CEPAL
señala el 2030 –, el desafío es encontrar una nueva dinámica
entre Estado, mercado y sociedad.
El documento no
se introduce en la complejidad política de ese objetivo. Sin
embargo, el tema es clave. De no mediar una superación de los
actuales enfrentamientos políticos y articular una política con
continuidad en el plano regional, el riesgo es doble: empantanarse en
las cuestiones locales, entre el énfasis en políticas sociales y de
redistribución, y perder la perspectiva de que los problemas de
América latina necesitan ser encarados desde una mayor integración.
Se ha instalado la idea de un “fin de ciclo”, luego de los
esfuerzos en políticas de inclusión llevados a cabo en estos años,
que supone, en muchos casos, la idea de un regreso a recetas que han
demostrado no poder resolver el problema de cómo crecer con
inclusión social.
En estos años,
si bien se consiguió la mejora de la calidad de vida de muchos
latinoamericanos, unos 70 millones, también se cometieron errores,
ineficiencias, se pecó de clientelismo y con frecuencia no se
aplicaron planes sociales que fueran, además, productivos. Esta
mejora cuantitativa es la contracara de la alternativa que prevé
mejoras macroeconómicas que benefician sólo algunos y agudizan la
desigualdad. Ambas son negativas. El desafío es cómo cuidar el
gasto público haciendo que evolucione hacia mejoras cualitativas y
más productivas, no eliminarlo o simplemente ajustarlo. Este paso
sólo será posible a través de pactos políticos, mediados por la
sociedad civil, que asegure transparencia y rigor en el uso de los
recursos.
Pero no es éste
el único aporte de la sociedad civil. La CEPAL no lo visualiza, pero
la sociedad civil es un actor clave precisamente para humanizar el
mercado. Para que éste sea sustentable, en el plano ambiental y
social, es necesario que las motivaciones que animen este giro
copernicano respondan a valores que no pueden ser la utilidad y la
eficiencia productiva. Se trata fundamentalmente de una decisión que
responde a una solidaridad intergeneracional. Dicho de otro modo,
tiene que ver con el mundo que dejaremos a las generaciones futuras.
Ricas en iniciativas que pueden ser fuente de alianza con el Estado
en el esfuerzo de inclusión social, la sociedad civil es impulsora
de empresas que abarcan finalidades de utilidad social que serán
clave para revitalizar el mercado. Este tercer actor económico debe
ser potenciado, facilitado e impulsado para que el mercado recupere
su dimensión de constructor de civilización.
Finalmente,
es clave para los líderes regionales, la recuperación de la
perspectiva de la integración. Creer que cada país podrá resolver
individualmente sus problemas, es ilusorio y es una tentación. No es
posible en la aldea global del siglo XXI. Hay que desanclar el
proceso de integración de las visiones ideológicas para que avance
impulsados por políticas de Estado y la complementación económica
y cultural. Como nunca, es necesario ver en este tiempo de crisis una
oportunidad para avanzar.
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