Los gobiernos demoran en tomar medidas drásticas para contrarrestar
el cambio climático. Hay un escepticismo que es financiado por grandes
corporaciones.
El 8 de diciembre finalizaba en Doha otro evento sin que los
gobiernos tomaran la decisión de contrarrestar decididamente los efectos
del cambio climático. Hubo consenso para prorrogar la vigencia del
Protocolo de Kioto, pero se trata de un acuerdo superado que los
principales países contaminantes, como los Estados Unidos, no han
ratificado. El objetivo del Protocolo era disminuir las emisiones, entre
2008 y 2012, en poco más del 5 %, teniendo como base lo emitido en los
años noventa, un nivel que en la actualidad prácticamente se ha
duplicado.
Es decir, mientras se acumulan datos contundentes sobre una
aceleración del proceso de calentamiento global que está sorprendiendo a
los mismos científicos, se verifican fenómenos climáticos extremos,
como la sequía que azotó a los Estados Unidos el año pasado y las
copiosas lluvias del último verano boreal en las islas británicas, y
mientras todos dicen que hay que tomar medidas urgentes y reducir
drásticamente el nivel de emisiones contaminantes, los gobiernos hacen
oídos sordos. En especial los que más deberían reducirlas.
¿Cómo se explica esta morosidad? Mucho tiempo se ha perdido
discutiendo acerca de la confiabilidad de los datos mostrados por una
comunidad de científicos cada vez más numerosa, que hoy es la gran
mayoría. En 1988 se fundó el Panel Intergubernamental para el Cambio
Climático (IPCC) bajo la égida de las Naciones Unidas, entidad que en
2007 fue galardonada junto al ex candidato presidencial de los Estados
Unidos, Al Gore, con el Nobel de la Paz. Paulatinamente los datos
recogidos por el IPCC convencieron a cada vez más científicos.
En 2006, el economista británico Nicholas Stern entregaba un documento (ver resumen en www.ciudadnueva.org.ar)
sobre los costos del cambio climático. Según Stern, se podrían paliar
los efectos del cambio destinando el 1 % del producto bruto interno
mundial a este fin. Eso significa, y para los gobiernos es claro,
cambios importantes en los estilos de consumo y de producción
industrial, en el uso de los recursos y de la energía. Lo cual va a
contramano con los intereses económicos de los grandes grupos
industriales. Por ese motivo, grandes corporaciones financian
instituciones y comunicadores que se dedican a desestimar los datos
científicos.
Una de estas instituciones es el Comité para un Mañana Constructivo (www.cfact.org),
financiado por Chrysler, Exxon Mobil y Chevron, cuya actividad consiste
en campañas para contrastar la idea de que hay cambio climático y que
éste es responsabilidad de la actividad humana. No importa si entre 1993
y 2003 más de 900 artículos científicos coincidieron sobre este dato,
creando el mayor consenso científico de la historia según el director de
la revista Science. El objetivo de la institución y de figuras como
Marc Morano, un experto en relaciones públicas, apunta a sembrar dudas
utilizando los medios de comunicación con gran habilidad, aprovechando
precisamente las debilidades mediáticas de sus adversarios, aportando
opiniones de científicos desconocidos, a menudo pagados por las mismas
corporaciones, que se oponen a la idea de reducir las formas de
producción.
Con la alianza del Partido Republicano de los Estados Unidos, cuyos
miembros si no pertenecen, están profundamente vinculados con el aparato
industrial de la superpotencia, la campaña de prensa y la acción
política pudieron desmantelar la acción de la EPA, agencia gubernamental
para el ambiente, al tiempo que el Congreso se transformó en un
tribunal científico gracias a audiciones en las que los científicos
conocidos y autorizados eran literalmente interrogados ante las
videocámaras.
La presencia de un colega que opinaba en contra, aparentemente sólo
brindaba objetividad al método, ya que en realidad oponía un desconocido
a una autoridad en la materia respaldada por cientos de colegas. Se
pudo saber que el desconocido, en algún caso, cobraba sumas importantes
de compañías como Exxon Mobil. Con este sistema, en breve la opinión
pública estadounidense compartió el escepticismo y el proyecto de ley
sobre reducción de las emisiones contaminantes presentado en el Senado
en 2003 fue bochado, pese a ser patrocinado por un republicano y un
democrático.
Otro caso resonante de un operativo mediático es conocido como
“climagate”. De un server utilizado por varios científicos fueron
descargados cientos de mails, cuyo contenido fue extrapolado para
denunciar que habían manipulado los datos de las modificaciones
climáticas. El escándalo y el daño fueron grandes: aunque dos comisiones
del Congreso de los Estados Unidos desmantelaron en 2010 las
acusaciones, los medios no dieron el mismo espacio a las noticias que
rehabilitaban la honestidad de los científicos acusados.
La responsabilidad de los medios de comunicación es grande. Primero
para dar difusión a esta amenaza contra el futuro del planeta. Segundo,
porque es clave cooperar en establecer con claridad quién es quién en la
que está tomando la forma de una verdadera batalla por la verdad.
Los hielos de Groenlandia
La imagen es de la Nasa
y fue tomada en julio del último verano boreal, cuando una ola de calor
sobre Groenlandia redujo en pocos días el 97 % de los hielos. A este
ritmo, se estima que para fines de este siglo los hielos de Groenlandia
habrán desaparecido.
La curva del “palo de hockey”
La curva de este
gráfico es conocida como hockey stick (palo de hockey) y es fruto del
estudio de 1998 realizado por el científico Michael Mann y otros dos
colegas. Luego de recoger estudios sobre corales, anillos de árboles e
hielos polares, reconstruyeron la curva de la temperatura terrestre.
Quedaron estupefactos ante la curva, que es plana hasta 1850 y se eleva
bruscamente desde entonces, es decir, desde el auge de la revolución
industrial que marcó un aumento sustancial de las emisiones de bióxido
de carbono.