martes, 16 de octubre de 2012

El vaso de pandora del radicalismo

La acción irracional de los Estados Unidos, segundado por los aliados occidentales, y no sólo, en la instalación mesiánica de la libertad, la democracia y el libre mercado en países islámicos está destapando el Vaso de Pandora de un radicalismo todavía más difícil de controlar.
Lejos de ser un conjunto homogéneo, el Islam está atravesado por corrientes que encaran en modo diferente la vida religiosa. La revolución de los ayatolá en Irán, supuso cierto renacimiento de los chiitas (presentes principalmente en el país persa, en Iraq con minorías en Líbano, Siria, etc.) que cobraron mayor protagonismo con su tentativa de exportar el modelo iraní. También en el mundo sunnita, que representa a la mayoría de los fieles islámicos, han ido creciendo corrientes de intepretación, entre ellas los Hermanos Musulmanes, que tuvieron mucha difusión en Medio Oriente y Magreb también en el plano político, o los salafitas (conocidos también como wahabitas aunque es menos correcto), corriente tradicionalista proveniente de Arabia Saudita y dominantes también en el rico emirato de Qatar.
Los salafitas, repartidos entre corrientes no partidarias de la yihad y otras que la consideran indispensable, representan un sector radicalizado que ha recibido de la casa real Saudí importantes inyecciones de dinero, del orden de las decenas de miles de millones de dólares. No creen en los parlamentos, y mucho menos en la democracia, dividen el mundo en musulmanes y no creyentes. La vida de un no creyente, según algunos líderes como Omar Bakri Fustok, activo en el norte de Líbano, no tiene importancia, porque no tiene santidad. Los sabios son aquellos destinados a regular la vida civil, no sirven para eso ni sindicatos ni otro tipo de organización participativa. El mundo ha conocido - en realidad es un decir, porque lo transmitido por los medios de comunicación son a menudo aspectos poco contextualizados - corrientes religiosas como la de los talibán (estudiantes en su idioma), difundidos en Afganistán, una mezcla de creencias religiosas y costumbres de las etnias locales, como la pashtun.  
Los conflictos de estas décadas, desde la invasión soviética de Afganistán, a fines de los '70, los cambios de régimenes en Asia Central enseguida despues del derrumbre de la URSS, la guerra en la ex Yugoslavia, en Kosovo y sucesivamente la invasión de Afganistán, en 2001, Iraq, en 2003, como reacción a los atentados en los Estados Unidos, y la guerra en Libia y Siria más reciente han convocado a muchos grupos radicalizados que han usado estos conflictos como entrenamiento de sus huestes, además de una oportunidad para difundir sus predicamentos. La red terrorista de Osama Bin Laden, Al Qaeda, nace precisamente durante el conflicto en Afganistán contra los invasores rusos. 
La política de la Casa Blanca se ha introducido en este mundo complejo como un elefante en un bazar, persiguiendo sus objetivo políticos pero sin tener en cuenta el contexto en el que actuaba. Así ha sucedido en los ya mencionados conflictos y, sucesivamente, en Iraq, donde luego de nueve años de guerra estamos lejos de haber democratizado el país, menos aún de haberlo pacificado. Lo mismo sucede en Afganistán luego de 11 años de ocupación, la más larga guerra de los Estados Unidos. La intervención en Libia y Siria ha adquirido matices todavía más inquietantes, con una colaboración poco comprensible con Qatar y Arabia Saudita que gustoso han enviado armas, dinero y líderes radicalizados para derrocar los dos gobiernos.
La caída de Al Assad, perteneciente a la minoría alauita, una suerte de secta, puede abrir paso a un conflicto entre corrientes más o menos radicalizadas en este país de Medio Oriente. Qatar, Arabia Saudita y Estados Unidos coinciden en este momento en tener el mismo enemigo pero por distintas razones: Irán. Para la Casa Blanca se trata de un gobierno terrorista y de uno de las principales reservas de combustibles del planeta. Para los salafitas sauditas se trata de una corriente religiosa adversaria.
Es difícil prever qué puede llegar a pasar en el futuro. El vaso de Pandora hace tiempo que ha sido destapado.
Finalmente, cabe quebrar una lanza por la inmensa mayoría de los fieles del Islam: gente pacífica, religiosa y bondadosa que vive en muchos países y conduce una existencia pacífica, a menudo acosada por la pobreza. Gente que conocedora de que el Corán no predica la violencia, sino la misericordia y la tolerancia.
Sería injusto soslayar su rol moderado dentro del mundo islámico, aunque es cierto que estos sectores aparecen menos en los medios de comunicación. Posiblemente serán ellos lo que ayudarán a desactivar la idea de un conflicto de civilizaciones. Una tarea que en paralelo debería desarrollar la sociedad civil de Occidente para desactivar la política irracional de sus gobiernos.

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