martes, 1 de febrero de 2011

Revoluciones y doble discurso


Pobreza y desempleo son motivo de un descontento que en Túnez, Egipto y varios países árabes se canaliza contra regímenes autoritarios. Con dualidad de criterio, Occidente apoya estos gobiernos cuando son amigos y los condena si son rivales.




Luego de 23 años en el poder, el régimen tunecino del presidente Ben Alí sostenido por su clan familiar había caído en la corrupción. Popularmente se hablaba de “cleptocracia”. "Cuando comprar una computadora, un teléfono móvil o la pasta de dientes, se lo estás comprando a la familia", asegura Rim Ben Smail, catedrática de la Universidad de Túnez1.
Mientras tanto, desde la crisis financiera de 2008, este país relativamente próspero –en base a los estándares del norte de Africa–, languidecía, con medio millón de desempleados sobre 10 millones de habitantes, una tasa alta si se tiene en cuenta que no es frecuente que la mujer trabaje. En el caso de los jóvenes, el porcentaje trepa al 30%, y se duplica al 60% entre quienes poseen un título universitario.
Y fue precisamente la muerte de un licenciado en informática que trabajaba como verdulero ambulante, Mohamed Boazizi, la mecha que encendió la revuelta en Tunez. El hombre se inmoló por protesta cuando la policía le reclamó un permiso de comercio que no podeía. Su muerte, sumada al aumento de precios de muchos productos de primera necesidad, desencadenó el caos, provocando brutales represiones y un centenar de muertos. Desde su blog, Lina Ben Mhenni comentaba: "La desocupación es la chispa... pero los tunecinos están hartos de 23 años de dictadura, de corrupción y de falta de libertad de expresión". En poco tiempo, a través de internet se convocaron huelgas y se difundieron videos de manifestaciones, sorteando los controles oficiales sobre la red (Túnez es el país de la región con mayor penetración de internet). Fue la primer ciberrevuelta de un pueblo contra su régimen. El 14 de enero, Ben Alí y su familia abandonaron el país, mientras se formaba un gobierno de unidad nacional que llamó a elecciones para mediados de 2011.
Pero las protestas y la violencia se extendieron a Egipto, otro país con una situación parecida a la tunecina, a Yemen y también en Marruecos, Argelia y Jordania. En Siria y Sudán, los gobiernos decidieron limitar el uso de internetya que las redes sociales tuvieron un papel clave en estas revueltas.
El problema hubiera quedado circunscripto a estas áreas y a la cuestión social si los gobiernos cuestionados no hubieran recibido durante mucho tiempo el amplio apoyo de los países occidentales. Un apoyo que se justifica por intereses económicos pero también políticos más allá del hecho de ser regímenes autoritarios. De hecho, con una cínica dualidad de criterios respecto de otras dictaduras que, en cambio, son frecuentemente denunciadas por los mismos occidentales, acerca de estos países no se han levantado voces de protesta que no fueran las de ONG que por su misma naturaleza prescinden de las conveniencias políticas, como las que trabajan en le área de los derechos humanos. Este escenario, por lo tanto, pone en discusión de qué democracia habla Occidente cuando pretende instalarla en países como Iraq o Afganistán.
Repasemos un poco la historia más reciente de algunos de estos países. En el caso del ya ex presidente tunecino, su llegada al poder fue en 1987 gracias a un golpe de Estado palaciego apoyado por el gobierno de Italia. Ben Alí, en efecto, fue preferido al presidente legitimo Habib Bouguiba, líder luchador contra el colonialismo francés y negociador de la independencia de su país en 1954, ya débil y mayor, quien fue declarado incapaz. El entonces ministro italiano Gianni de Michelis, intentó atenuar la responsabilidad de su país: "Fue una suerte de golpe de Estado legítimo". Pero ¿por qué hubo silencio cuando Túnez era gobernado por una dictadura, mientras que en otros casos similares la postura italiana fue la opuesta? "Posiblemente había un conjunto de intereses particulares y de razonamientos generales", respondió el ex funcionario2. Es decir, a Roma le convenía más el nuevo gobierno de Ben Alí.
Similar dualidad de criterio ha sido aplicada en Argelia, al apoyar el golpe de Estado que evitó la muy probable llegada al poder del Frente Islámico de Salvación (FIS) en 1991, cuando Occidente quiso frenar a sectores islamistas radicalizados. Y otro ejemplo más es el respaldo, sobretodo de los Estados Unidos, al presidente de Egipto, Hosni Mubarak, quien está en el gobierno desde 1981, desde el atentado que asesinó a su precedesor Anwar el-Sadat, quien firmó el tratado de paz con Israel luego de las guerras que han enfrentado a los dos países 1967 y 1973. Pese a que el suyo ha sido un gobierno que dista mucho de ser un régimen democraticos, el apoyo como aliado de Occidente ha sido importante, cosa que le ha valido también algunos atentados como el de 1995 en Addis Abeba, del que puso escapar gracias a su jefe de los servicios de inteligencia. Por otro lado, Egipto se ha transformado en una escala para la CIA, que usa sus cárceles donde enviar a sospechados o acusados de terrorismo en la “lucha contra el terrorismo global”. Allí estos prisioneros - algunos fueron reconocidos inocentes - son torturados.
Pero hay más ejemplos todavía. El lujo de la clase dirigente de los Emiratos Arabes Unidos (EAU) oculta que de los 4,3 millones de sus habitantes sólo 800 mil poseen la ciudadanía y apenas 6.700 pueden acceder al voto. No se cuestiona la falta de democracia en los EAU pese a que no están permitidos los partidos políticos, no hay elecciones y está restringida la libre asociación y los derechos de los trabajadores. Es frecuente la trata de blancas y la esclavización de niños extranjeros para ser utilizados como jinetes en las carreras de camellos. Y si se pule un poco el barniz dorado de la dinastía de Arabia Saudí, aparece una mortalidad infantil del 23/1000, pese a un PBI per cápita cercano a los 10 mil dólares anuales. Allí se aplica la pena de muerte –medio centenar de personas al año– también por delitos como la sodomía y la brujería. También allí están prohibidos los partidos políticos, las elecciones, los sindicatos, los colegios de abogados, las organizaciones de derechos humanos. Los medios de comunicación son censurados.
En este contexto, ¿es posible pretender que Occidente no sea mal visto en el mundo árabe? En lugar de la solución militar para luchar contra el terrorismo, los propios analistas del Pentágono hablan de la necesidad de un "enfoque cultural diferente y de opciones políticas innovadoras" porque "los musulmanes no odian nuestra libertad. Más bien odian nuestras políticas. La enorme mayoría rechaza la postura de Washington, que consideran unilateral, a favor de Israel y en contra de los derechos de los palestinos. Y el apoyo a regímenes tiránicos, especialmente el de Egipto, Arabia Saudita, Jordania, Pakistán y los Estados del Golfo"3. Paradojalmente, esta conducta termina favoreciendo  el predicamento y la popularidad de los grupos radicalizados. Estos, gracias a los fondos que reciben de los países petroleros, socorren a los pobres al tiempo que difunden sus doctrinas fundamentalistas para las cuales países como Estados Unidos es el reino del mal. Y Occidente es muy lento en comprender que precisamente esta política dual y  colonialista no paga. Y tarde o temprano deberá remplazarla.


(1) El País, de Madrid, 14.1.2011
(2) Corriere della Sera, 16.1.2011
(3) R. Reale, Ultime notizie. Indagine sulla crisi dell'informazione in Occidente. I rischi per la democrazia. Roma, 2005, p. 305, citado por C. Bonini - G. D'Avanzo en Il mercato della paura, Torino, 2006, p. 331.

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