Los
procesos de integración regional suponen la política elevada a su
más alto nivel, superado quizá sólo por el de las Naciones Unidas.
Son ámbitos en que la mirada relativa y limitada de un país es
potenciada por objetivos comunes a escala más amplia.
La
complejidad de la globalización en la que estamos sumergidos nos
revela que la creciente interdependencia hace que ningún país pueda
alcanzar por sí mismo el verdadero progreso y, en definitiva, el
desarrollo integral de sus ciudadanos.
En
el caso de la integración latinoamericana, el sueño de una patria
grande nace en tiempos de las luchas independentistas y lo alimenta
una insuperable ventaja respecto de procesos similares: la gran
homogeneidad lingüística.
Para
sus partidarios, los avances hacia la integración serán siempre
lentos. Para los escépticos, las trabas demuestran que sería
preferible limitarse a multiplicar el comercio, confiando más en el
libre mercado que en la política.
Al
hacer un balance de los últimos años de este proceso, cabe señalar
el logro de la reformulación de las relaciones con los Estados
Unidos, un factor que en el pasado ha jugado un rol clave. El
nacimiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe
(CELAC), con la clara intención de hacer de contrapeso a la
hegemonía norteamericana en la Organización de Estados Americanos
(OEA), y la neutralización del proyecto del Área de Libre Comercio
Americana (ALCA), han sido muestra de capacidad de autonomía
política.
Tanto
la CELAC como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) se
perfilan como ámbitos de construcción política, al tiempo que
otros espacios subrregionales avanzan, algunos más, otros menos,
hacia una progresiva integración: la Comunidad Andina, la Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Comunidad
del Caribe (Caricom), el Sistema de la Integración Centroamericana
(SICA), la Alianza del Pacífico, el Mercosur.
El
Mercosur es sin duda el que ha dado los pasos más significativos,
aunque más recientemente muestre señales de estancamiento. En julio
se completó el protocolo de adhesión de su sexto socio, Bolivia. Es
la mayor novedad en estos dos años junto al ingreso, en 2013, de
Venezuela. Sin embargo, se nota internamente cierto nerviosismo
generado por las políticas proteccionistas que impiden ampliar el
mercado interno, y por la reticencia argentina al tratado de libre
comercio con la Unión Europea. La normativa del Mercosur impide que
los miembros negocien por separado tratados de libre comercio y hoy
Brasil, Uruguay y Paraguay cuestionan esta limitación. El tema es
que no se avanza hacia completar el proceso de unión aduanera ni
tampoco hacia el área de libre comercio.
México,
Perú, Colombia y Chile, por su parte, han generado entusiasmo con la
puesta en marcha de la Alianza de países que se asoman al Pacífico.
Costa Rica y Panamá quieren ser los próximos socios, Uruguay está
interesado en vincularse “más activamente”, otros 42 países
participan como observadores. En julio entró en vigencia el acuerdo
marco que eliminó el 92 % de los aranceles aduaneros, mientras que
el resto será eliminado progresivamente. En la última cumbre el
discurso comenzó a aborar más el tema de la integración.
¿Cuáles
pueden ser los principales desafíos para la política
integracionista?
Si
bien todos son responsables de este proceso, está claro que sin el
liderazgo de Brasil, México y Argentina será mucho más difícil
avanzar. ¿Sabrán estos países mirar más allá de sus cuestiones
internas?
En
un mundo global es necesario rever el concepto de soberanía
territorial, que aparece superado. A su vez, ¿cómo hablar de
integración sin que haya una transferencia de parte de la soberanía
hacia un ámbito supranacional? Eso supone avanzar hacia organismos
comunitarios dotados de cierta autonomía decisional. No sólo se
está lejos de este paso, sino que siguen cobrando importancia
litigios territoriales, que involucran a varios países, que
trasladan al plano jurídico cuestiones que sólo se podrán resolver
políticamente.
A
su vez, herramientas como la UNASUR y la CELAC deberían tener un
papel mucho más relevante en casos de crisis: el proceso de paz en
Colombia y la delicada situación en Venezuela, por ejemplo, deberían
haber contado con un rol bastante más proactivo.
Finalmente,
la capacidad política debería acompañarse de una capacidad de
planificación. Integración significa muchas cosas: aprovechar la
complementariedad que existe a nivel de recursos y de capacidad
productiva, aunar esfuerzos en la innovación productiva, la
investigación y la inversión en el desarrollo de la infraestructura
civil, los servicios, la producción cultural, etc... Quizás, esta
planificación sea hoy el principal desafío ·
Los
gabinetes binacionales
Cabe
incluir en el proceso de integración la positiva experiencia de los
gabinetes binacionales que se llevan a cabo, por lo general
anualmente, entre Perú y Ecuador, Perú y Bolivia, Perú y Colombia,
Ecuador y Colombia, Ecuador y Venezuela. Se trata de una jornada de
trabajo que se lleva a cabo, normalmente, en localidades fronterizas.
En los temas de agenda aparecen tanto las cuestiones de las zonas
limítrofes como temas de interés común, desde las interconexiones viales y energéticas, a los temas comerciales o de infraestructura,
etcétera.
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