lunes, 13 de julio de 2015

Un Papa que hace lío

Mi impresión es que el discurso del Papa al segundo encuentro de los movimientos sociales y populares en Santa Cruz de la Sierra, sea de los que están destinados a producir repercusiones dentro y fuera de la Iglesia. 

Más que un discurso, es un programa de acción. En el texto, se advierte que el Papa es movido por una urgencia: ya no hay más tiempo, porque el sistema económico en el que estamos, productor de injusticias y desigualdades, es insoportable, “no se aguanta”; el equilibrio medioambiental puede verse gravemente afectado en poco tiempo, por lo que es necesario actuar, cambiar, porque “este sistema no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos... y tampoco lo aguanta la Tierra”.

Bergoglio identifica con claridad quién debe producir ese cambio, el sujeto político que hoy está llamado a dar un alma a la globalización: la sociedad civil, de la que tenía representado ante sí el sector de los movimientos sociales y populares. La globalización de la exclusión y de la indiferencia, la que asume la pobreza y la desigualdad como hechos naturales, tiene que ser reemplazada por la “globalización de la esperanza”, que “nace de los Pueblos y crece entre los pobres”.

Este último aspecto es importante porque supone la puesta en marcha de mecanismos para democratizar este sistema, a menudo controlado por hilos invisibles de poderes e intereses que más adelante el Papa identifica como el “estiércol del diablo”. Una democracia que, por lo tanto, parte desde abajo: “Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de las “tres T”. ¿De acuerdo? Trabajo, techo y tierra. Y también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio, cambios nacionales, cambios regionales y cambios mundiales. ¡No se achiquen!”.

¿Cuál es el rol de la Iglesia ante una tarea tan grande? Alguien podrá pensar que ésta debería mantenerse neutral, como en los procesos políticos electorales. Sin embargo, el Papa sitúa a la Iglesia dentro de la sociedad civil. Es una Iglesia que camina junto con los demás, como dijo en Ecuador, que sale de sus comodidades para ir hacia las periferias del mundo. Por eso mismo, no vive con neutralidad este aspecto, sino que lo acompaña: “La Iglesia no puede ni debe estar ajena a este proceso en el anuncio del Evangelio”. Y agrega con mucho realismo y humildad que no hay que esperarse de ella una receta.
Ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio de la interpretación de la realidad social ni la propuesta de soluciones a problemas contemporáneos. Me atrevería a decir que no existe una receta. La historia la construyen las generaciones que se suceden en el marco de pueblos que marchan buscando su propio camino y respetando los valores que Dios puso en el corazón”.

Una Iglesia, por tanto, que no es sólo mater et magistra, sino también hermana y compañera de un viaje que Bergoglio ama definir como “procesos de cambio”, en los cuales “la pasión por sembrar, por regar serenamente lo que otros verán florecer, remplaza la ansiedad por ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados inmediatos. La opción es por generar procesos y no por ocupar espacios. Cada uno de nosotros no es más que parte de un todo complejo y diverso interactuando en el tiempo: pueblos que luchan por una significación, por un destino, por vivir con dignidad, por “vivir bien”, dignamente, en ese sentido”.

En pocas palabras aquí se condensa la dimensión eminentemente política de un actuar que advierte que el “cómo” se alcanza el objetivo, sin preocuparse por ocupar espacios de poder, es tan importante como el objetivo mismo. En efecto, los procesos de cambio en marcha en América latina corren el riesgo, bajo la justificación de la búsqueda de la justicia social, de transformarse en proyectos hegemónicos que podría generar fracturas entre componentes mayoritarias y minoritarias de la sociedad. La sociedad civil está motivada por el amor a los demás, por la gratuidad, no por el poder ni por las teorías.

Bergoglio lo aclara en un pasaje particularmente intenso: “Ese arraigo al barrio, a la tierra, al oficio, al gremio, ese reconocerse en el rostro del otro, esa proximidad del día a día, con sus miserias, porque las hay, las tenemos, y sus heroísmos cotidianos, es lo que permite ejercer el mandato del amor, no a partir de ideas o conceptos sino a partir del encuentro genuino entre personas. Necesitamos instaurar esta cultura del encuentro, porque ni los conceptos ni las ideas se aman. Nadie ama un concepto, nadie ama una idea; se aman las personas”.

Pero ¿qué quiere decir que la Iglesia no es ajena a estos procesos? ¿Qué quiere decir que acompaña? Porque para el Papa “salir” es parte medular de su misión evangelizadora. Mi impresión es que en contextos de ese tipo aparecen los ulteriores horizontes de la nueva evangelización: el anuncio de Jesucristo ya no puede limitarse al anuncio de la Palabra, sino que debe traducirse también en nuevas categorías de pensamiento económico, en categorías políticas, en líneas para una nueva socialidad, en instituciones jurídicas... es decir, penetrando en todos los aspectos de la cultura incluyendo una nueva relación con la hermana-madre Tierra.   

No se trata sólo de nuevas teorías, sino de que estas categorías se inspiren y provengan de la experiencia que nace del amor evangélico, de la solidaridad, la gratuidad y la fraternidad. Es, por tanto, una invitación dirigida particularmente a los laicos, en sus múltiples expresiones eclesiales, a cuyos sectores juveniles el Papa invitó a armar “lío” dentro de la Iglesia. Bergoglio está tratando de hacer lío en el mundo, a menudo develando el hechizo que padecen aquellos que no ven hasta qué punto este sistema insoportable, bajo un manto de capitalismo y dedicado a nuevas formas de colonialismo, no es otra cosa que un rey desnudo que no tiene modo de sostenerse, ni epistemológicamente ni a nivel medioambiental.

Es entonces importante generar junto con el Papa este proceso de cambio, uniendo a su voz y a su actuar nuestras voces y nuestro actuar.


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