viernes, 1 de mayo de 2015

Estados Unidos e Irán ensayan acuerdos más profundos

En abril, las potencias del grupo 5+1 alcanzaron un importante pre acuerdo sobre el programa nuclear de Irán que en junio podría transformarse en definitivo. Es un paso positivo pero no el único en las relaciones entre Washington y Teherán.



El acuerdo marco sobre el programa nuclerar de Irán alcanzado en la ciudad Suiza de Lausana el pasado 2 de abril, pone fin a una larga disputa, comenzada hace diez años, cuando se comenzó a sospechar que los iraníes pudieran dotarse de armas atómicas, al transformar en militar un programa nuclear que el gobierno siempre defendió como civil.
En estos años, no faltaron las ambigüedades. El tono a menudo desafiante y altero de los líderes iraníes más radicales, junto a la amenaza de destruir Israel, no jugó a favor de su credibilidad, provocando la aplicación de duras sanciones. Por otro lado, la Casa Blanca utilizó el cuco iraní magnificando su plan nuclear y alegando la violación del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) del que el país asiático es parte.
Lo cierto es que el espectro de la presencia de armas atómicas en la región de Medio Oriente, de por sí inestable, agregaría un elemento ulterior de preocupación que es bueno evitar, aunque cabe recordar que el más preocupado por el plan nuclear iraní, el gobierno de Israel, dispone de armas nucleares pese a no haberlo admitido hasta ahora.

Muchas concesiones
Los Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia más Alemania (el grupo 5+1), con el aporte de la Unión Europea, logró acordar con Irán un marco de parámetros para un acuerdo definitivo que debería firmarse el próximo 30 de junio, según un cronograma fijado hace un año y medio, desde que las partes decidieron inaugurar una ronda de diálogos (fundamentalmente, Washington y Teherán).
En síntesis, Irán aceptó reducir en dos tercios, durante 10 años, su capacidad de producción de uranio enriquecido (el combustible para las centrales que producen energía y elemento clave para un arma atómica). Durante 15 años podrá desarrollar investigación científica y enriquecer uranio pero sólo hasta el nivel de uso civil, que es mucho más bajo (3,67%) respecto del nivel necesario para usos militares (90%) y además se define en qué plantas podrá ser enriquecido. El país tendrá que deshacerse del 97% de las reservas de este material y la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) podrá realizar inspecciones en las plantas afectadas al programa y también en sitios no declarados pero donde se sospecha que se podrían estar realizando actividades colaterales. Este regimen de inspecciones durará 15 años y, en algunos aspectos, hasta 25 años. Irán aceptó, además, aceptó no reprocesar el combustible utilizado para recabar plutonio, susceptible de uso militar todavía más que el uranio.
El objetivo de estas limitaciones consiste, en caso de buena fe por parte de los iraníes, en un tiempo suficiente, 10-5 años, para vigilar que el programa apunta realmente a dotar el país de centrales nucleares para diversificar la matriz energética. En caso de mala fe y de violación del acuerdo, Teherán necesitaría un año para llegar a fabricar un arma atómica, lo cual daría a la comunidad internacional el tiempo suficiente para reaccionar.
A cambio de estas concesiones, presentadas para que no parecieran una capitulación del gobierno persa, Irán saldría del aislamiento político internacional y se levantarían las duras sanciones que están ahogando su economía. El país pasa por un mal momento, empeorado por la baja del precio del petróleo, del que es segundo productor mundial.
En caso de ser firmado para su definitiva vigencia, el acuerdo puede ser visto como una victoria de la comunidad internacional. Es un buen precedente que a futuro podrá ser utilizado para casos similares, también por la novedad de inclusión de la limitación en la fabricación de plutonio.

La verdadera contrapartida
Ahora bien, entre las concesiones aceptadas por Teherán y los beneficios que obtiene como contrapartida existe una visible asimetría, sobre todo si se acepta que el programa siempre tuvo una finalidad civil. ¿Washington y Teherán están negociando algo más? Varios elementos indican que la Casa Blanca tendría intención de reducir su influencia en Medio Oriente para concentrarse más en Asia, donde crece la expansión de China. La administración de Obama, consciente del fracaso de su política en Afganistán, Iraq, Siria y Yemen ha comprendido que Irán juega un rol importante en Medio Oriente. Este rol, hoy es insoslayable para evitar la creciente desestabilización de la región, también porque en estos países una parte importante de la población es, como la gran parte de los iraníes, de tradición chiita. Tanto en Siria como en Iraq, el aporte de Teherán para frenar la locura criminal del Estado Islámico está siendo clave y la Casa Blanca lo percibe. Este reconicimiento de Irán como potencia regional por parte de Washington sería entonces la contrapartida real de un acuerdo que, en este sentido, es más amplio que el alcanzado en Lausana. También porque la alternativa a esto sería el triunfo como potencia regional de Arabia Sudita, cuya monarquía es fuertemente influida por los grupos fundamentalistas salafitas, a menudo vinculados con grupos terroristas. En realidad, el único gran choque hoy en la región es precisamente entre chiitas y salafitas.

Oposición interna y externa
Dentro y fuera de los Estados Unidos e Irán existe una dura oposición a cualquier acuerdo entre los dos países que no suponga una triunfo total de uno sobre otro. El presidente Obama deberá además lidiar con un Congreso manejado por la oposición republicana, lo cual complicará revocar las sanciones a Irán.
A nivel internacional, además del adversario saudita, se opone al acuerdo el gobierno de Israel. En marzo, el primer ministro israelí Benjámin Netanyahu manifestó duramente sus críticas en el propio Congreso estadounidense convencido de que Teherán aprovechará la ocasión para avanzar en el desarrollo de armas atómicas. Posiblemente, la mayor preocupación de Jerusalén es que sea aceptado como potencia regional un país cuyo líder religioso aboga por la destrucción de Israel.
Puede que el acercamiento entre Washington y Teherán no sean los renglones más derechos sobre los cuales escribir la historia de Medio Oriente. Pero puede que sean menos torcidos que otros.




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