miércoles, 1 de abril de 2015

Los juegos políticos tras el precio del petróleo

La caída del precio del crudo responde parcialmente a la ley de la oferta y de la demanda. También intervienen factores geopolíticos, como el enfrentamiento con otros países productores, Rusia e Irán, aliados de un enemigo de los sauditas: el regimen de Siria.


¿Seguirá a los actuales niveles el precio del petróleo o en algún momento volverá a subir? La inusual reducción del precio de los combustibles –en enero, en algunos países, la nafta había bajado casi un 30% en dos meses– significa energía más barata. Los gran mayoría de los ministros de economía respira aliviada, mientras sus pares de los países productores de crudo sacan cuentas angustiados. En el caso de países como Nigeria y Venezuela, con una elevada dependencia de sus exportaciones de crudo y una situación interna cercana al estallido social, menguan ingresos vitales; en el caso de Rusia e Irán, se les añade un nuevo problema a sus ya complicadas relaciones internacionales. Para otros países productores, como Ecuador, Colombia, Brasil o Bolivia, tarde o temprano si la baja continúa se podría transformar en un serio problema para sus ingresos.
A comienzos de marzo, el barril seguía en torno a los 60 dólares. Un 40 por ciento menos respecto de junio del año pasado, cuando rondaba los 108 dólares.

Oferta y demanda
Para algunos analistas se trata de una cuestión que se obedece a la ley de la oferta y la demanda, más que a determinadas estrategias políticas. Sin embargo, parecería inegenuo desligar el manejo de este recurso de las cuestiones geopolíticas. Todo indica que los dos aspectos se mezclan en un contexto que cada uno actor intenta aprovechar.
Es cierto que el punto de partida es la de oferta de crudo, que en el mundo creció en los últimos años, ubicándose por encima de los 90 mbd, sobre todo a partir de la inyección en el mercado internacional del petróleo no convencional (shale oil o petróleo de esquisto) de los Estados Unidos. El país norteño, de importador neto de crudo, volvió a ser exportador, al punto que la Agencia Internacional de Energía, una emanción de la OCDE, en 2013, vaticinaba que en tres años, los Estados Unidos superarían a Arabia Saudita y Rusia como exportador. Se estima que, en gran medida, esta producción ha agregado a la oferta global algo como 3 millones de barriles diarios (mdb), su actual excedente.
A su vez, la demanda mundial de crudo ha disminuido por efecto de las políticas de racionalización del uso de combustibles fósiles y de uso de recursos alternativos. Las cuatro economías más poderosas de Europa (Alemania, Reino Unido, Francia e Italia), han reducido sus consumos un 15 por ciento, a lo que se añade el freno a la economía de China, cuyo crecimiento está atado al consumo de crudo.
Si fuera sólo un tema de oferta y demanda, bastaría que los 12 países de la OPEP, el cartel que reune a los principales poseedores de reservas del planeta (el 81%), redujesen la producción para provocar una nueva alza de los precios. Pero no hay acuerdo al repsecto. En el pasado, la OPEP pudo acordar los aumentos de producción pero no su reducción cuando hubo necesidad de ello.
Y aquí aparecen las razones de tipo político y geopolítico.

Razones concurrentes
El mayor productor mundial de petróleo, Arabia Saudita, no está dispuesto a hacerse cargo de las nuevas condiciones del mercado, por lo que ha anunciado que no disminuirá su producción, de la que exporta 8,5 mbd, aunque el precio actual signifique ingresos menores por 117.000 millones de dólares, respecto de los ingresos con el barril en torno a los 100 dólares. No falta quien sostiene que bastaría que los Estados Unidos utilizaran en su casa la producción de petróleo no convencional para resolver el problema, decisión que no coincide con la visión del país norteño.
Aquí aparece la pulseada entre los productores. Para los países del OPEP, la extracción tiene un costo promedio de 40 dólares el barril que, en el caso saudita, baja hasta los 25 dólares. Las inversiones para un yacimiento se realizan durante unos 5 u 8 años, para luego explotar los pozos durante 8 o 10 años, sin necesidad de invertir más en ello (se invierte en nuevos yacimientos). En el caso del shale oil, en cambio, el costo promedio es de 76 dólares el barril. La técnica extractiva es distinta, no hay un yacimiento sino que se sigue fracturando la roca para extraer, por lo que se deben realizar continuas inversiones, de lo contrario al año siguiente la producción baja notablemente, al 35%. Por este motivo, las empresas venden por anticipado su producción para solicitar préstamos que sostegan sus inversiones. Es una producción que depende del endeudamiento.
Arabia Saudita cree que un precio en torno a los 60 dólares el barril barrerá con gran parte de las empresas norteamericanas o en todo caso frenará este auge, dejando la producción a los actuales niveles.
Sin embargo, la casa saudita es aliada políticamente y socia de los norteamericanos en el negocio petrolero. ¿Cómo es posible esta relación ambivalente?

Aliados y rivales
La familia real saudita está compuesta por cientos de miembros, cada uno con un gran poder local, inmensas riquezas y, a la vez, diferentes objetivos. Al recién instalado rey Salman, le incumbe la difícil tarea de armonizar las corrientes internas, algunas sumamente activas en la exportación de la versión saudita del Islam, el wahabismo, que está alimentando los conflictos en Medio Oriente y Norte de África. Mientras que las divergencias no afecten a la unidad interna de la monarquía, su tolerancia es muy grande. Un ejemplo de ello, fue la tolerancia con la familia de Osama bin Laden, cuya actividad era conocida por todos.
Washington, por su parte, sabe que la monarquía saudita, como custodio de los lugares sagrados cuenta con un enorme respaldo entre los países árabes e islámicos en general, por lo que su alianza, pese a las contradicciones, sigue siendo estratégica.
Riad, además, cuenta con reservas monetarias inmensas (750.000 millones de dólares), que le permiten mantenerse firme en su postura. De paso, la baja en el valor del barril pone en dificultad a dos adversarios suyos (y de Washington): Rusia e Irán. Si las reservas rusas superan los 400.000 millones de dólares, las de Teherán no llegan a los 70.000 millones, por lo que el margen de los persas es limitado.

El precio del petróleo su torna así un arma poderosa contra un gran adversario de Arabia Saudita, el régimen chiita de Teherán, con aspiraciones a potencia regional y a cierta expansión de su modelo religioso. Debilitar Irán significa también debilitar a Siria, su aliada y otro enemigo de los sauditas (o de los wahabitas), cuyo régimen Riad promete derrocar para instalar en Damasco un gobierno sunita. Esta contraposición entre versiones del Islam, es quizás el verdadero choque que se está verificando a una escala cada vez más grande.
Washington, por su parte, mira con cierto interés los efectos colaterales del precio del crudo sobre la economía de Moscú y Teherán, puesto que los dos países también son una espina en el flanco en la política exterior de la Casa Blanca.
Es difícil predecir la evolución del precio de los combustibles. Un precio más bajo alienta los consumos de recursos fósiles y vuelve menos rentable utilizar las energías renovables, más caras pero menos contaminantes.

Al margen de las consideraciones de ética política, queda claro que en estas estrategias políticas no entra el interés por el bienestar general. Comenzando por los efectos catastróficos sobre el clima del uso de combustibles fósiles. Un desinterés por el que tarde o temprano se puede llegar a pagar un precio muy alto.


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