La caída
del precio del crudo responde parcialmente a la ley de la oferta y de
la demanda. También intervienen factores geopolíticos, como el
enfrentamiento con otros países productores, Rusia e Irán, aliados
de un enemigo de los sauditas: el regimen de Siria.
¿Seguirá
a los actuales niveles el precio del petróleo o en algún momento
volverá a subir? La inusual reducción del precio de los
combustibles –en enero, en algunos países, la nafta había bajado
casi un 30% en dos meses– significa energía más barata. Los gran
mayoría de los ministros de economía respira aliviada, mientras sus
pares de los países productores de crudo sacan cuentas angustiados.
En el caso de países como Nigeria y Venezuela, con una elevada
dependencia de sus exportaciones de crudo y una situación interna
cercana al estallido social, menguan ingresos vitales; en el caso de
Rusia e Irán, se les añade un nuevo problema a sus ya complicadas
relaciones internacionales. Para otros países productores, como Ecuador, Colombia, Brasil o Bolivia, tarde o temprano si la baja continúa se podría transformar en un serio problema para sus ingresos.
A
comienzos de marzo, el barril seguía en torno a los 60 dólares. Un
40 por ciento menos respecto de junio del año pasado, cuando rondaba
los 108 dólares.
Oferta
y demanda
Para
algunos analistas se trata de una cuestión que se obedece a la ley
de la oferta y la demanda, más que a determinadas estrategias
políticas. Sin embargo, parecería inegenuo desligar el manejo de
este recurso de las cuestiones geopolíticas. Todo indica que los dos
aspectos se mezclan en un contexto que cada uno actor intenta
aprovechar.
Es
cierto que el punto de partida es la de oferta de crudo, que en el
mundo creció en los últimos años, ubicándose por encima de los 90
mbd, sobre todo a partir de la inyección en el mercado internacional
del petróleo no convencional (shale oil o petróleo de
esquisto) de los Estados Unidos. El país norteño, de importador
neto de crudo, volvió a ser exportador, al punto que la Agencia
Internacional de Energía, una emanción de la OCDE, en 2013,
vaticinaba que en tres años, los Estados Unidos superarían a Arabia
Saudita y Rusia como exportador. Se estima que, en gran medida, esta
producción ha agregado a la oferta global algo como 3 millones de
barriles diarios (mdb), su actual excedente.
A su
vez, la demanda mundial de crudo ha disminuido por efecto de las
políticas de racionalización del uso de combustibles fósiles y de
uso de recursos alternativos. Las cuatro economías más poderosas de
Europa (Alemania, Reino Unido, Francia e Italia), han reducido sus
consumos un 15 por ciento, a lo que se añade el freno a la economía
de China, cuyo crecimiento está atado al consumo de crudo.
Si fuera
sólo un tema de oferta y demanda, bastaría que los 12 países de la
OPEP, el cartel que reune a los principales poseedores de reservas
del planeta (el 81%), redujesen la producción para provocar una
nueva alza de los precios. Pero no hay acuerdo al repsecto. En el
pasado, la OPEP pudo acordar los aumentos de producción pero no su
reducción cuando hubo necesidad de ello.
Y aquí
aparecen las razones de tipo político y geopolítico.
Razones
concurrentes
El mayor
productor mundial de petróleo, Arabia Saudita, no está dispuesto a
hacerse cargo de las nuevas condiciones del mercado, por lo que ha
anunciado que no disminuirá su producción, de la que exporta 8,5
mbd, aunque el precio actual signifique ingresos menores por 117.000
millones de dólares, respecto de los ingresos con el barril en torno
a los 100 dólares. No falta quien sostiene que bastaría que los
Estados Unidos utilizaran en su casa la producción de petróleo no
convencional para resolver el problema, decisión que no coincide con
la visión del país norteño.
Aquí
aparece la pulseada entre los productores. Para los países del OPEP,
la extracción tiene un costo promedio de 40 dólares el
barril que, en el caso saudita, baja hasta los 25 dólares. Las
inversiones para un yacimiento se realizan durante unos 5 u 8 años,
para luego explotar los pozos durante 8 o 10 años, sin necesidad de
invertir más en ello (se invierte en nuevos yacimientos). En el caso
del shale oil, en cambio, el costo promedio es de 76 dólares el
barril. La técnica extractiva es distinta, no hay un yacimiento sino
que se sigue fracturando la roca para extraer, por lo que se deben
realizar continuas inversiones, de lo contrario al año siguiente la
producción baja notablemente, al 35%. Por este motivo, las empresas
venden por anticipado su producción para solicitar préstamos que
sostegan sus inversiones. Es una producción que depende del
endeudamiento.
Arabia
Saudita cree que un precio en torno a los 60 dólares el barril
barrerá con gran parte de las empresas norteamericanas o en todo
caso frenará este auge, dejando la producción a los actuales
niveles.
Sin
embargo, la casa saudita es aliada políticamente y socia de los
norteamericanos en el negocio petrolero. ¿Cómo es posible esta
relación ambivalente?
Aliados
y rivales
La
familia real saudita está compuesta por cientos de miembros, cada
uno con un gran poder local, inmensas riquezas y, a la vez,
diferentes objetivos. Al recién instalado rey Salman, le incumbe la
difícil tarea de armonizar las corrientes internas, algunas
sumamente activas en la exportación de la versión saudita del
Islam, el wahabismo, que está alimentando los conflictos en Medio
Oriente y Norte de África. Mientras que las divergencias no afecten
a la unidad interna de la monarquía, su tolerancia es muy grande. Un
ejemplo de ello, fue la tolerancia con la familia de Osama bin Laden,
cuya actividad era conocida por todos.
Washington,
por su parte, sabe que la monarquía saudita, como custodio de los
lugares sagrados cuenta con un enorme respaldo entre los países
árabes e islámicos en general, por lo que su alianza, pese a las
contradicciones, sigue siendo estratégica.
Riad,
además, cuenta con reservas monetarias inmensas (750.000 millones de
dólares), que le permiten mantenerse firme en su postura. De paso,
la baja en el valor del barril pone en dificultad a dos adversarios
suyos (y de Washington): Rusia e Irán. Si las reservas rusas superan
los 400.000 millones de dólares, las de Teherán no llegan a los
70.000 millones, por lo que el margen de los persas es limitado.
El
precio del petróleo su torna así un arma poderosa contra un gran
adversario de Arabia Saudita, el régimen chiita de Teherán, con
aspiraciones a potencia regional y a cierta expansión de su modelo
religioso. Debilitar Irán significa también debilitar a Siria, su
aliada y otro enemigo de los sauditas (o de los wahabitas), cuyo
régimen Riad promete derrocar para instalar en Damasco un gobierno
sunita. Esta contraposición entre versiones del Islam, es quizás el
verdadero choque que se está verificando a una escala cada vez más
grande.
Washington,
por su parte, mira con cierto interés los efectos colaterales del
precio del crudo sobre la economía de Moscú y Teherán, puesto que
los dos países también son una espina en el flanco en la política
exterior de la Casa Blanca.
Es
difícil predecir la evolución del precio de los combustibles. Un
precio más bajo alienta los consumos de recursos fósiles y vuelve
menos rentable utilizar las energías renovables, más caras pero
menos contaminantes.
Al
margen de las consideraciones de ética política, queda claro que en
estas estrategias políticas no entra el interés por el bienestar
general. Comenzando por los efectos catastróficos sobre el clima del
uso de combustibles fósiles. Un desinterés por el que tarde o
temprano se puede llegar a pagar un precio muy alto.
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