viernes, 9 de enero de 2015

A la violencia se responde con más democracia


La primera reacción es la de solidaridad con las víctimas inocentes de este ataque violento que pretendió atentar contra una de las libertades fundamentales de nuestra sociedad. Sin embargo, esto no puede impedir detectar la necesidad de corregir algunas ambigüedades de Occidente respecto del fanatismo y la intolerancia.

Mientras desde Francia sigue el flujo informativo de las noticias vinculadas al ataque a la sede del semanario satírico Charlie Hebdo, en las redes sociales y en los medios de comunicación se multiplican las lecturas, los análisis y los comentarios sobre el atentado. No es fácil y tampoco es el momento para sacar conclusiones definitivas acerca de este episodio. La experiencia nos ha enseñado que, a menudo, los hechos vinculados con el terrorismo ofrecen más lados oscuros que explicaciones claras.

Sin duda, la primera reacción es el sentimiento de solidaridad con las víctimas de este atentado criminal. Gente común, trabajadores que este jueves había concurrido a su trabajo pensando que por la tarde regresaría a sus hogares. Que se haya atacado un medio de prensa, símbolo de una de las libertades fundamentales de Occidente dice que directa o indirectamente la furia homicida de estos sujetos se ha descargado sobre una expresión de los valores democráticos. También en este caso, la condena no puede sino ser firme y sin vacilaciones. El sistema de libertades sobre los cuales se construyen nuestras democracia, entre ellas la libertad de expresión, representa precisamente la mejor respuesta a toda tentación de involución violenta hacia sociedades autoritarias.

Hechas estas aclaraciones, hay sin embargo algunos aspectos que conviene recordar. La facilidad con la cual se vincula el terrorismo con el Islam lleva a peligrosas e injustas generalizaciones. Hay medios que con asombrosa incapacidad analítica y populismo de baja calidad hoy estigmatizan la inmigración árabe en Europa y el Islam atribuyéndole la paternidad del atentado. Paradojalmente, esta actitud olvida dos cosas: primero que una gran cantidad de islámicos han repudiado el hecho violento. En segundo lugar, ignora que una de las víctimas de los terroristas ha sido el policía rematado sin piedad, Hamed Merrabet, un hombre de origen árabe, padre de dos hijos y musulmán. Un funcionario policial que ha dado la vida para proteger el semanario que ofendía con sus viñetas la religión que profesaba.

La migración a Europa de islámicos provenientes de varios países de África y otros continentes, tiene una historia de décadas que no es posible borrar. La violencia de los atentadores golpea a todos, también a los inmigrantes que se han radicado en el Viejo Continente y se han insertado así como en América latina se han insertado musulmanes y judíos, además de cristianos. El ataque no es de una religión contra otra, sino que es de grupos fanatizados contra un sistema de vida civilizado capaz de integrar la diversidad. La respuesta no es transformarse en una fortaleza, sino ofreciendo más civilización todavía, más libertades, más garantías para que avance esta capacidad de mirar a la diversidad como una riqueza.

Tampoco podemos olvidar un aspecto importante y es el de la ambigua relación entre Occidente y el mundo del fanatismo radicalizado. Francia tiene graves responsabilidades respecto de la desestabilización de Libia y Siria, al haberse involucrado directa y pesadamente en esos conflictos. Todavía en 2013, el entonces ministro de relaciones exteriores francés, Laurent Fabius, sostenía que el grupo Al Nousra estaba realizando “un buen trabajo” en Siria. En ese entonces, Al Nousra se identificaba, y no sólo vinculaba, con Al Qaeda. Sucesivamente, de él migrarán milicianos hacia el Estado Islámico que hoy azota Iraq y Siria. La presencia de soldados franceses en ese país y en Libia, previo a los levantamientos que terminaron con el derrocamiento de Kadhafi fueron señalados en varias ocasiones. Pero cabe recordar que desde la primera Guerra del Golfo Occidente hasta los episodios más recientes que acabo de citar, pasando por las invasiones de Afganistán e Iraq, ha destapado durante casi un cuarto de siglo la caja de Pandora de enfrentamientos internos a sectores islámicos, utilizando convenientemente y con desparpajo grupos terroristas antes o después denunciados como tales. Esta política desquiciada ha alimentado figuras opacas e intereses todavía menos transparentes que actúan en la sombra. Mientras se siga en esta actitud, es difícil que alguien no siga intentando sembrar el caos.

Finalmente, también es la oportunidad para gastar una palabra sobre la libertad de expresión. Charlie Hebdo ha utilizado este pilar de la democracia traspasando el límite entre sátira y desacralización y la ofensa lisa y llana, con cierta dualidad de criterio. Echó a un diseñador por haber blandamente satirizado la conversión religiosa de un hijo del ex presidente Nicolas Sarkozy por actitud discriminatoria, pero eso no le ha impedido publicar viñetas que ofenden groseramente a los islámicos y también a los cristianos. Una cosa es la sátira, otra cosa es ser blasfemo. Porque en el fondo es otra forma de esa intolerancia que el semanario pretende combatir.

Occidente tiene el deber de hacer de sus conquistas un puente de civilización y de paz y no la escusa para justificar cualquier actitud. La sociedad que se ha formado en base a esas conquistas es mucho más compleja. Por eso, para encontrar una convivencia armónica entre sus ciudadanos, necesita no sólo de las libertades sino también del espíritu igualitario, que asigna criterios de justicia, y del espíritu de fraternidad que da límites y contenidos a esos dos valores.

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