La conversación con el prestigioso economista italiano Stefano Zamagni se desarrolló a fines de noviembre en Buenos Aires, en una pausa durante su participación de la iniciativa conocida como el Atrio de los Gentiles. Este profesor de la Universidad de Bologna, despliega sus argumentos para destacar los límites del capitalismo, tal como lo hemos conocido en los últimos dos siglos, y que manifiesta señales de crisis desde varios puntos de vista. Miembro de la Pontificia Academia de Ciencias, Zamagni es entre los principales impulsores de la economía civil, que se instala a partir de la dimensión relacional y no egoísta de los actores económicos.
Se
diría que Europa y América latina están procediendo al revés: en
el Viejo Continente se diría que hay un giro liberista, mientras que
en America latina hay una tendencia a la intervención del Estado...
Ante
todo, hay que aclarar que no se puede hablar genéricamente de Europa
o de América latina, porque dentro de los dos continentes hay
perceptibles diferencias. Por ejemplo, no que toda Europa no logra
salir de la crisis. No lo logran algunos países, precisamente los
mediterráneos, porque en cambio Alemania va muy bien, hasta
demasiado, y también los países del norte europeo. Asimismo, en
América latina no podemos poner en el mismo nivel el caso de la
Argentina, con el de Chile o de Brasil. Lo que sí se puede decir en
general es que tanto Europa como en América latina no se ve todavía
un paradigma de acción económica y política capaz de resolver los
problemas en el largo plazo. La intervención del Estado, sea en
América latina que en Europa meridional es de tipo coyuntural, pero
que no resuelve las causas de los problemas.
Al
origen de estos problemas hay, a mi entender, un retraso cultural.
Durante demasiado tiempo los centros culturales, académicos y no
sólo, han seguido repitiendo un paradigma recibido de los Estados
Unidos y que suele ser definido como neoliberal, cometiendo un
trágico error, tanto en América latina como en Europa: mucho no se
han dado cuenta de que no hay que considerar lo que dicen los
estadounidenses sino lo que hacen. Es una paradoja que sorprende.
Tomemos el ejemplo de cómo se ha afrontado la crisis actual. Los
Estados Unidos, que todos identifican con el núcleo del
neoliberismo, han sido los más interventistas, los más keynesianos,
incluso desde la época de Keynes*. Las políticas aplicadas para
salir de la crisis han sido de un notable interventismo. Los
estadounidenses hablan y escriben sobre neoliberismo pero en la
práctica nunca lo han sido, desde el siglo XIX. Los académicos
creen en estos mitos porque no estudian la historia, no saben y
piensan que los Estados Unidos son la patria del liberismo. Conviene
recordar que fueron los primeros en introducir en 1891 una ley
antitrust, la Sherman Act, para combatir los monopolios, las fuerzas
oligopólicas. O pensemos en la ley Glass Steagal, que fue torpemente
derogada por el presidente Bill Clinton en 1999, pero que por más de
sesenta años reguló los mercados financieros. Eso es interventismo.
El presidente Roosevelt fue interventista, George Bush y Barack Obama
han sido híperinterventistas, pese a que se crea que han sido
liberistas.
Usted
habla de mitos, ¿cuáles hay que superar para llegar a un nuevo
paradigma económico?
El
primero tiene que ver con el homo oeconomicus: es falso desde el
punto de vista de los hechos que la gran mayoría de las personas
actúa en base a su propio interés despreocupándose por los efectos
sobre el resto de la sociedad. Es cierto que, según se estima, hay
un 40 por ciento de personas que sigue esta pauta, pero no es cierto
que la totalidad se comporte de este modo. Y cuando se piensa eso, se
cometen errores.
¿No
cree que la economía financiera se ha expandido demasiado?
Es el
segundo mito que hay que derrumbar. Sabemos que a nivel global el
volumen de las transacciones financieras es siete veces superior al
volumen de las transacciones relativas a bienes y servicios. En 1980
el PBI igualaba al volumen de los patrimonios financieros, hoy éstos
últimos son siete veces superiores. Y de esto no se habla. También
en ese entonces había capitalismo, pero la economía real controlaba
a la economía financiera, hoy ocurre lo contrario. Hay que entender
que la financiarización de la economía no puede durar todavía
porque lleva a la ruina de todo el sistema. Es lo que están diciendo
muchos intelectuales, también estadounidenses, y premios Nobel como
J. Stiglitz, P. Krugman, A. Sen, G. Akerlof...
¿El
tercer mito?
Es el de
una sociedad articulada sólo sobre dos polos: el público y el
privado. Aquí nos encontramos ante responsabilidades tanto de los
economistas como de filósofos y sociólogos que han sostenido una
concepción dualista de la sociedad, en la que en determinados
momento prevalece lo público y en otros lo privado. Es un error,
porque una sociedad, como una mesa, necesita de una tercera pata,
además del ámbito público y del privado, hay un ámbito civil. Por
civil se entiende el conjunto de cuerpos intermedios y de todas las
organizaciones de la sociedad civil que no sólo desarrollan una
actividad cultural sino también una práctica económica. No se
puede razonar sólo en términos de actividad pública y privada. A
título de ejemplo, se suele hablar de universidades públicas y
privadas y eso no es correcto. Privada es una universidad que
persigue el lucro. Una universidad católica pertenece al ámbito
civil y no privado, porque no persigue el lucro. Lamentablemente
existe la costumbre de limitarse a dos polos. Hay que comprender, sin
embargo, que la realidad económica no es sólo expresión de un
sector privado en el que cada uno persigue sus intereses y un sector
público en el que hay una inclinación por políticas de tipo
populista, sino que existe una tercera realidad económica de tipo
civil.
Margaret
Tatcher solía repetir, defendiendo sus reformas neoliberales, "la
sociedad no existe", entendiendo que ésta es un conjunto de
individualidades.
La
cultura del individualismo libertario, que hoy es dominante en
nuestras sociedades, y que ha sido en cierto sentido favorecida por
un enfoque económico y sociológico que ha ido exaltando el
individuo se está transformando en un cáncer de nuestras sociedades.
El
individualismo libertario es contrario tanto al principio de
solidaridad como al principio de democracia. El griego Pericles, en
el siglo V antes de Cristo, sostenía que no puede funcionar una
democracia cuando la mayoría de los ciudadanos son, utilizando su
idioma, idiotés, es decir, individuos que no se metían
en políticas porque preocupados sólo por lo suyo. La democracia no
puede funcionar si hay demasiado individualismo. De hecho, las
dictaduras en América latina han sido el fruto de una concepción
individualista extrema. Un paradigma económico alternativo no puede
fundarse sobre el individualismo, sino sobre el personalismo, sobre
la centralidad de la persona humana. La diferencia entre persona e
individuo es clara: el individuo está bien cuando está solo, la
persona es un sujeto que busca la relación. Hoy el déficit que
tenemos es precisamente la relacionalidad. Nos están faltando bienes
relacionales. En la actividad económica prevalece la idea de vencer
al otro, que es una consecuencia de este enfoque. Si el
individualismo tiene su eslogan en el "homo homini lupus"
de Thomas Hobbes (el hombre es lobo para otro hombre), la alternativa
es la de recuperar el pensamiento del napolitano Antonio Genovesi,
que un siglo después de Hobbes, a mediados del 1700 afirmaba: homo
homini natura amicus (el hombre es naturalmente amigo de otro
hombre). Son dos antropologías diferentes que llevan a grandes
diferencias conceptuales en el plano económico y social.
Hay
que ir a las raíces de los problemas...
Sí.
El caso argentino indica, por ejemplo, que el gasto social del Estado
no es inferior al que se realiza en Europa. ¿Por qué subsiste tanta
desigualdad? El problema es que la Argentina más de la mitad del
gasto social es utilizado para un asistencialismo que no es
productivo. Las personas necesitadas serán ayudadas, pero seguirán
necesitando esa ayuda. Hay que pasar de una intervención del Estado
asistencialista a una intervención generativa: es decir los recursos
que el Estado pone a disposición deben ser en si mismo productivos,
capaces de permitir a las personas salir de la necesidad. Porque de
lo contrario se permanece en la desigualdad.
Usted
hablaba del aporte económico de la sociedad civil, pero en ciertos
ámbitos académicos se suele considerar irrelevante...
Es una
consecuencia de la ignorancia, precisamente porque se la considera
como la economía del asistencialismo, es decir, del despilfarro de
los recursos y se considera que los recursos obtenidos por el fisco
son utilizados en modo improductivo. La mayor parte de los
economistas no conocen la economía civil. En realidad, la economía
civil es más fuerte que la economía política y no viceversa. Cuando
se plantea un modelo generativo la irrelevancia desaparece. ¿Cómo
se puede calificar de irrelevante el sector cooperativo – pienso en
Europa –, sin el cual en esta crisis hoy estaríamos en una
situación desastrosa. Creo que hay una responsabilidad de quien no
conoce, pero también de quienes tienen intereses en dejar las cosas
como están, manteniendo la gente en la ignorancia.
* J. M.
Keynes, economista británico que en el siglo XX estudió a fondo las teorías acerca de la intervención del Estado en la economía.
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