miércoles, 11 de junio de 2014

La integracion y sus laberintos

Hay pocas dudas acerca de avanzar en la integración latinoamericana. Para eso hace falta encarar múltiples desafíos, políticos y de infraestructura, con una mirada y con propuestas superadoras.

Hablar de integración suele evocar el sueño de un bloque latinoamericano con su propio peso político y económico. Es difícil saber si se podrá alcanzar este objetivo, aunque sin duda nos encontramos en circunstancias distintas, comparadas con décadas anteriores.

Un giro político 
Varios factores intervinieron en este cambio. En primer lugar, la consolidación de Brasil como potencia regional. Hoy su economía figura entre las primeras siete del planeta y, junto con China, Rusia e India, integra el grupo de potencias emergentes conocido como BRIC. Cuenta con la mejor y más profesional plantilla de diplomáticos de la región y nadie puede disputar su liderazgo en América latina.

Por otro lado, mientras mermaba el interés de la Casa Blanca por América latina, en la última década hubo un giro ideológico en los gobiernos de varios países que tomaron distancia del esquema aplicado en el pasado, por el que la región cumplía un rol subalterno a los objetivos de Washington. Una muestra de ello fue el inédito cambio de agenda impuesto en dos Cumbres de las Américas, en 2005 y 2012, respecto de los temas preferidos por la Casa Blanca.

Este distanciamiento fue ampliado por la decisión de Brasil, Argentina, Uruguay, Ecuador y Venezuela de pagar la deuda con el FMI –evitando así las presiones de un organismo influido por la Casa Blanca–, y por la institución de la UNASUR (2008), y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC (2010), dos ámbitos que proponen franquear el excesivo peso estadounidense en la Organización de Estados Americanos (OEA).

Más recientemente comenzó a evidenciarse el rol de la UNASUR, como en el caso de la crisis política de Venezuela, en la que facilitó el diálogo entre gobierno y oposición.

Herramientas
CELAC y UNASUR se constituyen entonces como herramienta de integración política, aunque el sistema sudamericano de organismos de integración que debería haber promovido la segunda entidad no ha ido más allá de las declaraciones y de intentos poco contundentes. La institución del Banco del Sur (BANSUR), en teoría un pilar para la integración latinoamericana, con el fin de promover el desarrollo regional, todavía carece de peso propio y de recursos más sustanciosos. Hasta 2013 disponía del 30 % de los 20 mil dólares de dotación inicial.

La integración económica, respecto de la política, parece avanzar más en clave subregional, siguiendo los pasos de entidades como el ALBA, la CAN, el Mercosur y la más reciente Alianza del Pacífico. Los últimos dos procesos son los que registran más avances.

La Alianza ya abolió los aranceles sobre el 92 % de sus productos y concita la atención hasta de países europeos. La integran Chile, Perú, Colombia y México, y están por ingresar Costa Rica y Panamá. Creada en 2011, ya supera al Mercosur en captación de inversiones externas directas.

Por su parte, luego de cierto estancamiento, el Mercosur ha retomado recientemente dinamismo con la incorporación de Venezuela y próximamente, de Bolivia.

Se critica un supuesto enfoque neoliberal de la Alianza del Pacífico. No coincide con esta visión el ex presidente de Chile, el socialista Ricardo Lagos, quien invitó a superar recelos para mirar estratégicamente las oportunidades que ofrece el comercio con Asia, para lo cual los puertos sobre el océano Pacífico son un verdadero trampolín. Este debate ideológico, para el ex presidente uruguayo, Luis Alberto Lacalle, firmatario del tratado que instituyó en 1991 el Mercosur, puede opacar los objetivos de la integración comercial.

En realidad, el tema de fondo es la ausencia de mecanismos institucionales que permitan avanzar  en el proceso sin tener que recurrir a las cumbres de presidentes para resolver temas técnicos, como las trabas a las exportaciones o la competencia entre sectores industriales.

Las rutas del comercio
Los argumentos de Lagos señalan indirectamente el importante déficit de infraestructura de la región: para avanzar en la integración económica es preciso contar con red de transporte que facilite la interconexión entre países: autopistas, puertos, vías fluviales, ferrocarriles, aeropuertos, transporte de energía, gasoductos, etcétera.

En efecto, los datos confirman cuánto influye este déficit puesto que el comercio entre países de América latina representa menos del 20 % de sus exportaciones, mientras que en la Unión Europea (UE) eso representa más del 71 % y en Asia el 58 %.

Aún considerando el diferente nivel económico y la extensa superficie latinoamericana (cinco veces más grande que la europea), la comparación con la infraestructura de la UE dice por dónde “transita” el desarrollo. El Viejo Continente cuenta con 228 mil km de ferrocarriles, 67 mil km de autopistas, 107 mil km de gasoductos y 44 mil km de vías fluviales, más de 3.300 aeropuertos y cientos de puertos. La comparación abruma si se considera que todavía Latinoamérica no cuenta con una red de autopistas que interconecten los países, ni hablar de ferrocarriles (en decadencia en casi toda la región); la ribera atlántica posee apenas dos o tres puertos de aguas profundas, hay contenciosos no resueltos por el dragado de las vías fluviales plurinacionales... Es todavía un proyecto la realización de corredores bioceánicos que interconecten la orilla pacífica con la atlántica de Sudamérica, para facilitar el comercio tanto con Asia como con Europa.

Una nueva mentalidad
Acaso el desafío más importante para todo este proceso sea representado por la adquisición de una “cultura de la integración”. Por un lado se trata de asumir que, interdependientes como somos, ningún país puede alcanzar por sí mismo el desarrollo, concepto que hoy ingloba más aspectos, como el de la sustentabilidad medioambiental o la seguridad, entre otros. 

Las barreras mentales a veces son más consistentes que la propia cordillera de los Andes, fruto de las herencias de nuestra historia. Valga como ejemplo las difíciles relaciones entre Perú, Bolivia y Chile, consecuencia de la Guerra del Pacífico disputada hace más de 130 años. Bolivia no sólo no le vende gas a Chile, sino que una cláusula del contrato por el que le vende gas a la Argentina prohíbe que el fluido pueda ser revendido y llegar a tierra chilena. El complejo entuerto de la salida al mar soberana, que Bolivia reclama, hace que sea difícil avanzar en una mejor integración entre los tres países si antes no se supera la cuestión.

Recientemente, Costa Rica y Nicaragua han tenido tensiones por cuestiones limítrofes y también las han manifestado El Salvador con Honduras. El flamante presidente salvadoreño supo dar un buen ejemplo de cómo encarar un conflicto: cuando la disputa con Tegucigalpa por la posesión de una diminuta isla en el Golfo de Fonseca alcanzó un nivel preocupante, realizó una propuesta superadora: transformar ese espejo de agua compartido por su país, Honduras y Nicaragua en un polo de desarrollo económico y comercial, que fue aceptada por sus pares.

Vuelve aquí el tema del liderazgo brasileño, que es clave para enfocar y superar los desafíos de la región. Este liderazgo tiene ventajas pero también costos. Y hasta ahora el gobierno de Brasil no pareció demasiado dispuesto a pagarlos.

El tema no es menor. No habría UE si Francia, Alemania y Reino Unido no se hubieran alternado en el liderazgo. Y fue precisamente eso lo que permitió, apenas cinco años después del segundo conflicto mundial, cuando todavía se estaban recuperando de los destrozos de una guerra en la que fueron enemigos, que Francia, Alemania e Italia dieran comienzo al proceso de integración en 1950. 

A veces los desafíos se transforman en laberintos pero, como enseña Leopoldo Marechal, de un laberinto se sale por arriba. El proceso de integración necesita de miradas superadoras.

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