martes, 17 de junio de 2014

Detras de bambalinas

¿Estamos frente al avance arrollador de los terroristas del Ejército Islámico de Iraq y el Levante, o más bien a deserciones masivas en el ejército iraquí? Parece que va tomando forma el proyecto de rediseñar el mapa de Medio Oriente, creando pequeños Estados étnico-confesionales, más fáciles de ser controlados.

A medida que en los medios de comunicación iban apareciendo las noticias del rebrote del conflicto en Iraq, con la “arrolladora” ofensiva del Ejército Islámico de Iraq y el Levante (EIIL), los que seguimos los acontecimientos en Medio Oriente no podíamos ocultar cierto escepticismo y asombro por el contenido de las mismas.
En primer lugar porque la información distaba mucho de ser creíble. Por débil que sea, ¿puede desmoronarse como un castillo de naipes el ejército iraquí que las fuerzas armadas de los Estados Unidos han entrenado y pertrechado a lo largo de diez años, pagando además el costo humano de 4.500 soldados muertos y al menos 60.000 heridos durante la ocupación del país, desde la invasión de 2003? Cualquiera diría que formar un ejercito que se disuelve en una semana (hubo 150.000 desertores) ha sido un pésimo negocio, doblemente caro. Más asombro causa, por lo tanto, el reclamo de los opositores del presidente Barack Obama, los republicanos que exigen una nueva intervención.

Por otro lado, comparando la información (seria) sobre el conflicto en Siria, no podía no llamar la atención que allí el EIIL lejos de ser una preocupación había sido un aliado de la milicia insurgente y, por lo tanto, por los propios occidentales (Francia, Reino Unido y los EE. UU.) que están apoyando la tentativa de derrocar el régimen del presidente Bashir al-Assad.

A comienzos de 2012, el EIIL creó en Siria el grupo Al Jabath al.Nousra, es decir, el Frente de Apoyo al Pueblo del Levante, siendo la rama siria de Al Qaeda a la que profesaba lealtad. Demasiado para que Washington no incluyera el grupo en el elenco de los terroristas. Una lástima, para el ministro de relaciones exteriores de Francia, Laurent Fabius, quien a fines de 2012 sostenía públicamente que los “chicos” de Al Nousra “están haciendo un buen trabajo”.

Lo que acontece en Iraq, y la decisión de los Estados Unidos de no intervenir parece confirmarlo, indica otra cosa: se intenta llevar a cabo el rediseño del mapa de Medio Oriente, como ya ha sido denunciado en otras oportunidades, con la formación de emiratos que responden a los intereses de las mayorías étnico religiosas locales y de quienes están digitando estos conflictos, entre ellos Arabia Saudita. La “huida” del ejército iraquí permitió al EIIL ocupar el territorio que posiblemente se transformará en un emirato sunita (que en Iraq son minoría, cerca del 40%). El norte quedaría bajo el control de los kurdos, que gozan de particular autonomía desde la declaración de zona de exclusión aérea a partir de 1991, todavía bajo el régimen de Saddam Hussein. Y la mayoría chiita quedaría en la restante parte del territorio, ya que esta población representa el 60%. Hay fuentes que aseguran que hubo altos mandos del ejército iraquí que recibieron dinero a través de los servicios de inteligencia estadounidenses para facilitar las deserciones, aprovechando del caos administrativo en Baghdad.

Para algunos medios, la situación es fruto de la política anti sunita del primer ministro iraquí Nuri al–Maliki, perteneciente a la comunidad chiita. Sin embargo, conviene recordar que en abril, en las elecciones legislativas, la coalición de al-Maliki obtuvo el 25% de los votos, tres veces más que su adversario más directo y sumamente superior al resto de los grupos que competían. Difícilmente habría recibido tantos votos si el descontento habría llegado al punto de determinar una insurrección armada.

Arabia Saudita maneja los hilos de esta situación en su tentativa de imponer la versión del Islam practicada por la monarquía saudita, tan fundamentalista en el discurso hacia afuera, como pragmática hacia adentro en sus concepción moral y en su lujosa vida. Tras la figura del líder principal del EIIL, Abu Bakr al-Baghdadi, una figura oscura vinculada a Al Qaeda y liberada inexplicablemente en 2010, y desde entonces comprometido en poner esta milicia sunita bajo el ala de la organización terrorista, se oculta el verdadero conductor del EIIL, el príncipe saudita Abdul Rahman al-Faisal, hermano de Saud al-Faisal, canciller saudita, y Turki al-Faisal, ex directores de los servicios de inteligencia y hoy embajador en Londres y Washington. Aprovechando las circunstancias del desorden en Ucrania, los príncipes Faisal, adquirieron una fábrica de armas en ese país y desde mayo importantes cargamentos de pertrechos están llegando a Iraq vía Turquía, para abastecer al EIIL. Nada podría verificarse sin un visto bueno de la OTAN, ergo, de sus integrantes principales.

Mientras el conflicto en Siria tuvo chances de derrocar al presidente Assad, posiblemente la idea era de una partición del país y de la región (en el mapa se puede visionar una versión del proyecto que remonta a 2006). Más de una voz se levantó para denunciar estos planes, como la del patriarca de los cristianos maronitas, Bechara Rai (1). Pero eso fue antes de que los propios milicianos comenzaran a luchar entre sí y que fracasara la tentativa de obtener el espaldarazo de los bombardeos estadounidenses contra las tropas de Damasco, como represalia por el uso de armas químicas que, en realidad, utilizaron los propios rebeldes. Ese plan, al menos hasta ahora, fue desbaratado gracias a la firme intervención de Rusia que se opuso a un ataque estadounidense contra Siria.

Quedan muchos puntos oscuros, acerca de cuál es el plan general que se está aplicando y, por sobre todo, su lógica. Pero no hay dudas, desde que comenzó la desgraciada aventura de la invasión de Iraq (y de Afganistán), que gran parte de los que se dice no corresponde a la realidad.

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