martes, 24 de junio de 2014
Las armas de la CIA en las manos equivocadas
Tres mil toneladas de armas enviadas entre 2012 y 2013 desde Croacia para pertrechar a los rebeldes en Siria, gracias al soporte de la Central de Inteligencia norteamericana, terminaron en manos del Ejército Islámico de Iraq y el Levante. Lo señalan hoy medios serbios y croatas y en su momento lo señaló The New York Times.
En agosto de 2012 publicamos la intervención del congresista estadunidense Ron Paul (1), republicano, quien planteó el problema de que la ayuda del gobierno de los Estados Unidos a los rebeldes sirios terminaría apoyando a los mismos grupos terroristas contra los cuales, se supone decimos nosotros, se estaría combatiendo en todo el orbe. Era más que un temor. Ya había sucedido durante el conflicto desatado en Libia, que grupos que tanto los Estados Unidos como el Reino Unido y también la ONU incluyen entre los terroristas estaban recibiendo la ayuda occidental, planteando, una vez más, que algo turbio se oculta tras las fachadas de estas organizaciones, cuya actividad muy a menudo se entrelaza con los servicios de inteligencia.
Muchos de estos terroristas, aunque habría que pensar más bien en mercenarios, se trasladaron a Siria. Y es allí donde desde 2011 el plan de derrocar al régimen del presidente Bachar al Assad incluye la colaboración con el terrorismo. Entre los grupos activos en Siria figura precisamente el Frente al Nousra, brazo siriano del Estado Islámico de Iraq y el Levante (EIIL), a su vez vinculado con Al Qaeda. La alerta acerca del peligro de financiar estas milicias ha sido dada en varias oportunidades. En efecto, entre 2012 y 2013, hubo 75 vuelos civiles que desde el aeropuerto de Zagreb, en Croacia, trasladaron, con el soporte logístico de Turquía y Jordania, 3 mil toneladas de armamentos con el apoyo de la central de inteligencia de los Estados Unidos, la CIA. De ello daba fe en marzo de 2013 el propio cotidiano norteamericano New York Times (2) entre las varias señalaciones realizadas por la prensa.
Ante el avance del EIIL , que nadie logra explicar, pues es difícil entender cómo una milicia valuada en unos diez mil efectivos haya ahuyentado un ejército regular, el de Iraq, adiestrado y pertrechado durante diez años por el Pentágono, comienzan a aparecer varios elementos que ponen en tela de juicio la posición oficial de la Casa Blanca, que dese hace días amaga con apoyar el gobierno de Bagdad para repeler a los rebeldes, aunque en realidad poco ha hecho, excluyendo como primera cosa, el envío de tropas en territorio iraquí. Si lo hiciera, el problema principal sería que sus efectivos deberían enfrentarse a las mismas armas enviadas hace más de un año y medio desde Croacia. En efecto, varios medios de Serbia y Croacia, entre ellos el Jutarnji List (3) están publicando fotos de los rebeldes del EIIL con armas enviadas en su momento a los rebeldes sirios. La contundencia de la noticia, se debe al hecho de que se trata de armas que no usan otros países en el conflicto (4). El sitio italiano, Analisi Difesa, a menudo cercano a fuentes militares, se hace eco de la denuncia, citando además el blogger birtánico, Eliot Higgins, quien desde marzo de este año estuvo señalando la presencia en Iraq de armas enviadas a Siria, destacando que ningún otro país de la región hace uso de ellas.
Por otra parte, que la actividad diplomática de la Casa Blanca no está apuntando a pacificar la región en la que nuevamente estalló un conflicto, lo confirma el hecho de que la avanzada del EIIL no ha supuesto un problema para la venta del petróleo iraquí, pese a que el EIIL haya ocupado importantes zonas de producción y de oleoductos. Tanto en Siria como en Iraq, uno de los objetivos de los rebeldes han sido las zonas de producción de crudo. Hasta ahora la Exxon Mobil es la que se ha encargado de la venta del crudo del que se ha apoderado el Frente Al Nousra, mientras que la Aramco (que reúne capitales de los Estados Unidos y Arabia Saudita) se está haciendo cargo del petróleo iraquí en manos del EIIL. Se trata de un mercado, el del crudo, demasiado controlado por Washington para no conjeturar que la Casa Blanca no tiene mucho interés en bloquear al EIIL en Iraq, sino más bien lo contrario. Dividir el país en tres estados, es para los estrategas mucho más fácil de controlar que en la situación actual.
1 Cfr “Estados Unidos apoya a Al Qaeda”, en http://www.ciudadnueva.org.ar/areas-tematicas/internacionales/estados-un...
2 Cfr “Arms airlift to Syria rebels with aid from CIA”, en http://www.nytimes.com/2013/03/25/world/middleeast/arms-airlift-to-syria...
3 Cfr Jutarnji List, 16.6.2014, http://www.jutarnji.hr/bozji-ratnici-ruse-iracke-gradove-hrvatskim-oruzj...
4 El lanzagranadas RBG-6, los lanzacohetes antitanques M79 Osa, y el cañón sin retroceso M60
martes, 17 de junio de 2014
Detras de bambalinas
¿Estamos frente al avance arrollador de los terroristas del Ejército Islámico de Iraq y el Levante, o más bien a deserciones masivas en el ejército iraquí? Parece que va tomando forma el proyecto de rediseñar el mapa de Medio Oriente, creando pequeños Estados étnico-confesionales, más fáciles de ser controlados.
A medida que en los medios de comunicación iban apareciendo las noticias del rebrote del conflicto en Iraq, con la “arrolladora” ofensiva del Ejército Islámico de Iraq y el Levante (EIIL), los que seguimos los acontecimientos en Medio Oriente no podíamos ocultar cierto escepticismo y asombro por el contenido de las mismas.
En primer lugar porque la información distaba mucho de ser creíble. Por débil que sea, ¿puede desmoronarse como un castillo de naipes el ejército iraquí que las fuerzas armadas de los Estados Unidos han entrenado y pertrechado a lo largo de diez años, pagando además el costo humano de 4.500 soldados muertos y al menos 60.000 heridos durante la ocupación del país, desde la invasión de 2003? Cualquiera diría que formar un ejercito que se disuelve en una semana (hubo 150.000 desertores) ha sido un pésimo negocio, doblemente caro. Más asombro causa, por lo tanto, el reclamo de los opositores del presidente Barack Obama, los republicanos que exigen una nueva intervención.
Por otro lado, comparando la información (seria) sobre el conflicto en Siria, no podía no llamar la atención que allí el EIIL lejos de ser una preocupación había sido un aliado de la milicia insurgente y, por lo tanto, por los propios occidentales (Francia, Reino Unido y los EE. UU.) que están apoyando la tentativa de derrocar el régimen del presidente Bashir al-Assad.
A comienzos de 2012, el EIIL creó en Siria el grupo Al Jabath al.Nousra, es decir, el Frente de Apoyo al Pueblo del Levante, siendo la rama siria de Al Qaeda a la que profesaba lealtad. Demasiado para que Washington no incluyera el grupo en el elenco de los terroristas. Una lástima, para el ministro de relaciones exteriores de Francia, Laurent Fabius, quien a fines de 2012 sostenía públicamente que los “chicos” de Al Nousra “están haciendo un buen trabajo”.
Lo que acontece en Iraq, y la decisión de los Estados Unidos de no intervenir parece confirmarlo, indica otra cosa: se intenta llevar a cabo el rediseño del mapa de Medio Oriente, como ya ha sido denunciado en otras oportunidades, con la formación de emiratos que responden a los intereses de las mayorías étnico religiosas locales y de quienes están digitando estos conflictos, entre ellos Arabia Saudita. La “huida” del ejército iraquí permitió al EIIL ocupar el territorio que posiblemente se transformará en un emirato sunita (que en Iraq son minoría, cerca del 40%). El norte quedaría bajo el control de los kurdos, que gozan de particular autonomía desde la declaración de zona de exclusión aérea a partir de 1991, todavía bajo el régimen de Saddam Hussein. Y la mayoría chiita quedaría en la restante parte del territorio, ya que esta población representa el 60%. Hay fuentes que aseguran que hubo altos mandos del ejército iraquí que recibieron dinero a través de los servicios de inteligencia estadounidenses para facilitar las deserciones, aprovechando del caos administrativo en Baghdad.
Para algunos medios, la situación es fruto de la política anti sunita del primer ministro iraquí Nuri al–Maliki, perteneciente a la comunidad chiita. Sin embargo, conviene recordar que en abril, en las elecciones legislativas, la coalición de al-Maliki obtuvo el 25% de los votos, tres veces más que su adversario más directo y sumamente superior al resto de los grupos que competían. Difícilmente habría recibido tantos votos si el descontento habría llegado al punto de determinar una insurrección armada.
Arabia Saudita maneja los hilos de esta situación en su tentativa de imponer la versión del Islam practicada por la monarquía saudita, tan fundamentalista en el discurso hacia afuera, como pragmática hacia adentro en sus concepción moral y en su lujosa vida. Tras la figura del líder principal del EIIL, Abu Bakr al-Baghdadi, una figura oscura vinculada a Al Qaeda y liberada inexplicablemente en 2010, y desde entonces comprometido en poner esta milicia sunita bajo el ala de la organización terrorista, se oculta el verdadero conductor del EIIL, el príncipe saudita Abdul Rahman al-Faisal, hermano de Saud al-Faisal, canciller saudita, y Turki al-Faisal, ex directores de los servicios de inteligencia y hoy embajador en Londres y Washington. Aprovechando las circunstancias del desorden en Ucrania, los príncipes Faisal, adquirieron una fábrica de armas en ese país y desde mayo importantes cargamentos de pertrechos están llegando a Iraq vía Turquía, para abastecer al EIIL. Nada podría verificarse sin un visto bueno de la OTAN, ergo, de sus integrantes principales.
Mientras el conflicto en Siria tuvo chances de derrocar al presidente Assad, posiblemente la idea era de una partición del país y de la región (en el mapa se puede visionar una versión del proyecto que remonta a 2006). Más de una voz se levantó para denunciar estos planes, como la del patriarca de los cristianos maronitas, Bechara Rai (1). Pero eso fue antes de que los propios milicianos comenzaran a luchar entre sí y que fracasara la tentativa de obtener el espaldarazo de los bombardeos estadounidenses contra las tropas de Damasco, como represalia por el uso de armas químicas que, en realidad, utilizaron los propios rebeldes. Ese plan, al menos hasta ahora, fue desbaratado gracias a la firme intervención de Rusia que se opuso a un ataque estadounidense contra Siria.
Quedan muchos puntos oscuros, acerca de cuál es el plan general que se está aplicando y, por sobre todo, su lógica. Pero no hay dudas, desde que comenzó la desgraciada aventura de la invasión de Iraq (y de Afganistán), que gran parte de los que se dice no corresponde a la realidad.
A medida que en los medios de comunicación iban apareciendo las noticias del rebrote del conflicto en Iraq, con la “arrolladora” ofensiva del Ejército Islámico de Iraq y el Levante (EIIL), los que seguimos los acontecimientos en Medio Oriente no podíamos ocultar cierto escepticismo y asombro por el contenido de las mismas.
En primer lugar porque la información distaba mucho de ser creíble. Por débil que sea, ¿puede desmoronarse como un castillo de naipes el ejército iraquí que las fuerzas armadas de los Estados Unidos han entrenado y pertrechado a lo largo de diez años, pagando además el costo humano de 4.500 soldados muertos y al menos 60.000 heridos durante la ocupación del país, desde la invasión de 2003? Cualquiera diría que formar un ejercito que se disuelve en una semana (hubo 150.000 desertores) ha sido un pésimo negocio, doblemente caro. Más asombro causa, por lo tanto, el reclamo de los opositores del presidente Barack Obama, los republicanos que exigen una nueva intervención.
Por otro lado, comparando la información (seria) sobre el conflicto en Siria, no podía no llamar la atención que allí el EIIL lejos de ser una preocupación había sido un aliado de la milicia insurgente y, por lo tanto, por los propios occidentales (Francia, Reino Unido y los EE. UU.) que están apoyando la tentativa de derrocar el régimen del presidente Bashir al-Assad.
A comienzos de 2012, el EIIL creó en Siria el grupo Al Jabath al.Nousra, es decir, el Frente de Apoyo al Pueblo del Levante, siendo la rama siria de Al Qaeda a la que profesaba lealtad. Demasiado para que Washington no incluyera el grupo en el elenco de los terroristas. Una lástima, para el ministro de relaciones exteriores de Francia, Laurent Fabius, quien a fines de 2012 sostenía públicamente que los “chicos” de Al Nousra “están haciendo un buen trabajo”.
Lo que acontece en Iraq, y la decisión de los Estados Unidos de no intervenir parece confirmarlo, indica otra cosa: se intenta llevar a cabo el rediseño del mapa de Medio Oriente, como ya ha sido denunciado en otras oportunidades, con la formación de emiratos que responden a los intereses de las mayorías étnico religiosas locales y de quienes están digitando estos conflictos, entre ellos Arabia Saudita. La “huida” del ejército iraquí permitió al EIIL ocupar el territorio que posiblemente se transformará en un emirato sunita (que en Iraq son minoría, cerca del 40%). El norte quedaría bajo el control de los kurdos, que gozan de particular autonomía desde la declaración de zona de exclusión aérea a partir de 1991, todavía bajo el régimen de Saddam Hussein. Y la mayoría chiita quedaría en la restante parte del territorio, ya que esta población representa el 60%. Hay fuentes que aseguran que hubo altos mandos del ejército iraquí que recibieron dinero a través de los servicios de inteligencia estadounidenses para facilitar las deserciones, aprovechando del caos administrativo en Baghdad.
Para algunos medios, la situación es fruto de la política anti sunita del primer ministro iraquí Nuri al–Maliki, perteneciente a la comunidad chiita. Sin embargo, conviene recordar que en abril, en las elecciones legislativas, la coalición de al-Maliki obtuvo el 25% de los votos, tres veces más que su adversario más directo y sumamente superior al resto de los grupos que competían. Difícilmente habría recibido tantos votos si el descontento habría llegado al punto de determinar una insurrección armada.
Arabia Saudita maneja los hilos de esta situación en su tentativa de imponer la versión del Islam practicada por la monarquía saudita, tan fundamentalista en el discurso hacia afuera, como pragmática hacia adentro en sus concepción moral y en su lujosa vida. Tras la figura del líder principal del EIIL, Abu Bakr al-Baghdadi, una figura oscura vinculada a Al Qaeda y liberada inexplicablemente en 2010, y desde entonces comprometido en poner esta milicia sunita bajo el ala de la organización terrorista, se oculta el verdadero conductor del EIIL, el príncipe saudita Abdul Rahman al-Faisal, hermano de Saud al-Faisal, canciller saudita, y Turki al-Faisal, ex directores de los servicios de inteligencia y hoy embajador en Londres y Washington. Aprovechando las circunstancias del desorden en Ucrania, los príncipes Faisal, adquirieron una fábrica de armas en ese país y desde mayo importantes cargamentos de pertrechos están llegando a Iraq vía Turquía, para abastecer al EIIL. Nada podría verificarse sin un visto bueno de la OTAN, ergo, de sus integrantes principales.
Mientras el conflicto en Siria tuvo chances de derrocar al presidente Assad, posiblemente la idea era de una partición del país y de la región (en el mapa se puede visionar una versión del proyecto que remonta a 2006). Más de una voz se levantó para denunciar estos planes, como la del patriarca de los cristianos maronitas, Bechara Rai (1). Pero eso fue antes de que los propios milicianos comenzaran a luchar entre sí y que fracasara la tentativa de obtener el espaldarazo de los bombardeos estadounidenses contra las tropas de Damasco, como represalia por el uso de armas químicas que, en realidad, utilizaron los propios rebeldes. Ese plan, al menos hasta ahora, fue desbaratado gracias a la firme intervención de Rusia que se opuso a un ataque estadounidense contra Siria.
Quedan muchos puntos oscuros, acerca de cuál es el plan general que se está aplicando y, por sobre todo, su lógica. Pero no hay dudas, desde que comenzó la desgraciada aventura de la invasión de Iraq (y de Afganistán), que gran parte de los que se dice no corresponde a la realidad.
miércoles, 11 de junio de 2014
La integracion y sus laberintos
Hay pocas dudas acerca de avanzar en la integración latinoamericana. Para eso hace falta encarar múltiples desafíos, políticos y de infraestructura, con una mirada y con propuestas superadoras.
Hablar de integración suele evocar el sueño de un bloque latinoamericano con su propio peso político y económico. Es difícil saber si se podrá alcanzar este objetivo, aunque sin duda nos encontramos en circunstancias distintas, comparadas con décadas anteriores.
Un giro político
Varios factores intervinieron en este cambio. En primer lugar, la consolidación de Brasil como potencia regional. Hoy su economía figura entre las primeras siete del planeta y, junto con China, Rusia e India, integra el grupo de potencias emergentes conocido como BRIC. Cuenta con la mejor y más profesional plantilla de diplomáticos de la región y nadie puede disputar su liderazgo en América latina.
Por otro lado, mientras mermaba el interés de la Casa Blanca por América latina, en la última década hubo un giro ideológico en los gobiernos de varios países que tomaron distancia del esquema aplicado en el pasado, por el que la región cumplía un rol subalterno a los objetivos de Washington. Una muestra de ello fue el inédito cambio de agenda impuesto en dos Cumbres de las Américas, en 2005 y 2012, respecto de los temas preferidos por la Casa Blanca.
Este distanciamiento fue ampliado por la decisión de Brasil, Argentina, Uruguay, Ecuador y Venezuela de pagar la deuda con el FMI –evitando así las presiones de un organismo influido por la Casa Blanca–, y por la institución de la UNASUR (2008), y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC (2010), dos ámbitos que proponen franquear el excesivo peso estadounidense en la Organización de Estados Americanos (OEA).
Más recientemente comenzó a evidenciarse el rol de la UNASUR, como en el caso de la crisis política de Venezuela, en la que facilitó el diálogo entre gobierno y oposición.
Herramientas
CELAC y UNASUR se constituyen entonces como herramienta de integración política, aunque el sistema sudamericano de organismos de integración que debería haber promovido la segunda entidad no ha ido más allá de las declaraciones y de intentos poco contundentes. La institución del Banco del Sur (BANSUR), en teoría un pilar para la integración latinoamericana, con el fin de promover el desarrollo regional, todavía carece de peso propio y de recursos más sustanciosos. Hasta 2013 disponía del 30 % de los 20 mil dólares de dotación inicial.
La integración económica, respecto de la política, parece avanzar más en clave subregional, siguiendo los pasos de entidades como el ALBA, la CAN, el Mercosur y la más reciente Alianza del Pacífico. Los últimos dos procesos son los que registran más avances.
La Alianza ya abolió los aranceles sobre el 92 % de sus productos y concita la atención hasta de países europeos. La integran Chile, Perú, Colombia y México, y están por ingresar Costa Rica y Panamá. Creada en 2011, ya supera al Mercosur en captación de inversiones externas directas.
Por su parte, luego de cierto estancamiento, el Mercosur ha retomado recientemente dinamismo con la incorporación de Venezuela y próximamente, de Bolivia.
Se critica un supuesto enfoque neoliberal de la Alianza del Pacífico. No coincide con esta visión el ex presidente de Chile, el socialista Ricardo Lagos, quien invitó a superar recelos para mirar estratégicamente las oportunidades que ofrece el comercio con Asia, para lo cual los puertos sobre el océano Pacífico son un verdadero trampolín. Este debate ideológico, para el ex presidente uruguayo, Luis Alberto Lacalle, firmatario del tratado que instituyó en 1991 el Mercosur, puede opacar los objetivos de la integración comercial.
En realidad, el tema de fondo es la ausencia de mecanismos institucionales que permitan avanzar en el proceso sin tener que recurrir a las cumbres de presidentes para resolver temas técnicos, como las trabas a las exportaciones o la competencia entre sectores industriales.
Las rutas del comercio
Los argumentos de Lagos señalan indirectamente el importante déficit de infraestructura de la región: para avanzar en la integración económica es preciso contar con red de transporte que facilite la interconexión entre países: autopistas, puertos, vías fluviales, ferrocarriles, aeropuertos, transporte de energía, gasoductos, etcétera.
En efecto, los datos confirman cuánto influye este déficit puesto que el comercio entre países de América latina representa menos del 20 % de sus exportaciones, mientras que en la Unión Europea (UE) eso representa más del 71 % y en Asia el 58 %.
Aún considerando el diferente nivel económico y la extensa superficie latinoamericana (cinco veces más grande que la europea), la comparación con la infraestructura de la UE dice por dónde “transita” el desarrollo. El Viejo Continente cuenta con 228 mil km de ferrocarriles, 67 mil km de autopistas, 107 mil km de gasoductos y 44 mil km de vías fluviales, más de 3.300 aeropuertos y cientos de puertos. La comparación abruma si se considera que todavía Latinoamérica no cuenta con una red de autopistas que interconecten los países, ni hablar de ferrocarriles (en decadencia en casi toda la región); la ribera atlántica posee apenas dos o tres puertos de aguas profundas, hay contenciosos no resueltos por el dragado de las vías fluviales plurinacionales... Es todavía un proyecto la realización de corredores bioceánicos que interconecten la orilla pacífica con la atlántica de Sudamérica, para facilitar el comercio tanto con Asia como con Europa.
Una nueva mentalidad
Acaso el desafío más importante para todo este proceso sea representado por la adquisición de una “cultura de la integración”. Por un lado se trata de asumir que, interdependientes como somos, ningún país puede alcanzar por sí mismo el desarrollo, concepto que hoy ingloba más aspectos, como el de la sustentabilidad medioambiental o la seguridad, entre otros.
Las barreras mentales a veces son más consistentes que la propia cordillera de los Andes, fruto de las herencias de nuestra historia. Valga como ejemplo las difíciles relaciones entre Perú, Bolivia y Chile, consecuencia de la Guerra del Pacífico disputada hace más de 130 años. Bolivia no sólo no le vende gas a Chile, sino que una cláusula del contrato por el que le vende gas a la Argentina prohíbe que el fluido pueda ser revendido y llegar a tierra chilena. El complejo entuerto de la salida al mar soberana, que Bolivia reclama, hace que sea difícil avanzar en una mejor integración entre los tres países si antes no se supera la cuestión.
Recientemente, Costa Rica y Nicaragua han tenido tensiones por cuestiones limítrofes y también las han manifestado El Salvador con Honduras. El flamante presidente salvadoreño supo dar un buen ejemplo de cómo encarar un conflicto: cuando la disputa con Tegucigalpa por la posesión de una diminuta isla en el Golfo de Fonseca alcanzó un nivel preocupante, realizó una propuesta superadora: transformar ese espejo de agua compartido por su país, Honduras y Nicaragua en un polo de desarrollo económico y comercial, que fue aceptada por sus pares.
Vuelve aquí el tema del liderazgo brasileño, que es clave para enfocar y superar los desafíos de la región. Este liderazgo tiene ventajas pero también costos. Y hasta ahora el gobierno de Brasil no pareció demasiado dispuesto a pagarlos.
El tema no es menor. No habría UE si Francia, Alemania y Reino Unido no se hubieran alternado en el liderazgo. Y fue precisamente eso lo que permitió, apenas cinco años después del segundo conflicto mundial, cuando todavía se estaban recuperando de los destrozos de una guerra en la que fueron enemigos, que Francia, Alemania e Italia dieran comienzo al proceso de integración en 1950.
A veces los desafíos se transforman en laberintos pero, como enseña Leopoldo Marechal, de un laberinto se sale por arriba. El proceso de integración necesita de miradas superadoras.
Hablar de integración suele evocar el sueño de un bloque latinoamericano con su propio peso político y económico. Es difícil saber si se podrá alcanzar este objetivo, aunque sin duda nos encontramos en circunstancias distintas, comparadas con décadas anteriores.
Un giro político
Varios factores intervinieron en este cambio. En primer lugar, la consolidación de Brasil como potencia regional. Hoy su economía figura entre las primeras siete del planeta y, junto con China, Rusia e India, integra el grupo de potencias emergentes conocido como BRIC. Cuenta con la mejor y más profesional plantilla de diplomáticos de la región y nadie puede disputar su liderazgo en América latina.
Por otro lado, mientras mermaba el interés de la Casa Blanca por América latina, en la última década hubo un giro ideológico en los gobiernos de varios países que tomaron distancia del esquema aplicado en el pasado, por el que la región cumplía un rol subalterno a los objetivos de Washington. Una muestra de ello fue el inédito cambio de agenda impuesto en dos Cumbres de las Américas, en 2005 y 2012, respecto de los temas preferidos por la Casa Blanca.
Este distanciamiento fue ampliado por la decisión de Brasil, Argentina, Uruguay, Ecuador y Venezuela de pagar la deuda con el FMI –evitando así las presiones de un organismo influido por la Casa Blanca–, y por la institución de la UNASUR (2008), y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC (2010), dos ámbitos que proponen franquear el excesivo peso estadounidense en la Organización de Estados Americanos (OEA).
Más recientemente comenzó a evidenciarse el rol de la UNASUR, como en el caso de la crisis política de Venezuela, en la que facilitó el diálogo entre gobierno y oposición.
Herramientas
CELAC y UNASUR se constituyen entonces como herramienta de integración política, aunque el sistema sudamericano de organismos de integración que debería haber promovido la segunda entidad no ha ido más allá de las declaraciones y de intentos poco contundentes. La institución del Banco del Sur (BANSUR), en teoría un pilar para la integración latinoamericana, con el fin de promover el desarrollo regional, todavía carece de peso propio y de recursos más sustanciosos. Hasta 2013 disponía del 30 % de los 20 mil dólares de dotación inicial.
La integración económica, respecto de la política, parece avanzar más en clave subregional, siguiendo los pasos de entidades como el ALBA, la CAN, el Mercosur y la más reciente Alianza del Pacífico. Los últimos dos procesos son los que registran más avances.
La Alianza ya abolió los aranceles sobre el 92 % de sus productos y concita la atención hasta de países europeos. La integran Chile, Perú, Colombia y México, y están por ingresar Costa Rica y Panamá. Creada en 2011, ya supera al Mercosur en captación de inversiones externas directas.
Por su parte, luego de cierto estancamiento, el Mercosur ha retomado recientemente dinamismo con la incorporación de Venezuela y próximamente, de Bolivia.
Se critica un supuesto enfoque neoliberal de la Alianza del Pacífico. No coincide con esta visión el ex presidente de Chile, el socialista Ricardo Lagos, quien invitó a superar recelos para mirar estratégicamente las oportunidades que ofrece el comercio con Asia, para lo cual los puertos sobre el océano Pacífico son un verdadero trampolín. Este debate ideológico, para el ex presidente uruguayo, Luis Alberto Lacalle, firmatario del tratado que instituyó en 1991 el Mercosur, puede opacar los objetivos de la integración comercial.
En realidad, el tema de fondo es la ausencia de mecanismos institucionales que permitan avanzar en el proceso sin tener que recurrir a las cumbres de presidentes para resolver temas técnicos, como las trabas a las exportaciones o la competencia entre sectores industriales.
Las rutas del comercio
Los argumentos de Lagos señalan indirectamente el importante déficit de infraestructura de la región: para avanzar en la integración económica es preciso contar con red de transporte que facilite la interconexión entre países: autopistas, puertos, vías fluviales, ferrocarriles, aeropuertos, transporte de energía, gasoductos, etcétera.
En efecto, los datos confirman cuánto influye este déficit puesto que el comercio entre países de América latina representa menos del 20 % de sus exportaciones, mientras que en la Unión Europea (UE) eso representa más del 71 % y en Asia el 58 %.
Aún considerando el diferente nivel económico y la extensa superficie latinoamericana (cinco veces más grande que la europea), la comparación con la infraestructura de la UE dice por dónde “transita” el desarrollo. El Viejo Continente cuenta con 228 mil km de ferrocarriles, 67 mil km de autopistas, 107 mil km de gasoductos y 44 mil km de vías fluviales, más de 3.300 aeropuertos y cientos de puertos. La comparación abruma si se considera que todavía Latinoamérica no cuenta con una red de autopistas que interconecten los países, ni hablar de ferrocarriles (en decadencia en casi toda la región); la ribera atlántica posee apenas dos o tres puertos de aguas profundas, hay contenciosos no resueltos por el dragado de las vías fluviales plurinacionales... Es todavía un proyecto la realización de corredores bioceánicos que interconecten la orilla pacífica con la atlántica de Sudamérica, para facilitar el comercio tanto con Asia como con Europa.
Una nueva mentalidad
Acaso el desafío más importante para todo este proceso sea representado por la adquisición de una “cultura de la integración”. Por un lado se trata de asumir que, interdependientes como somos, ningún país puede alcanzar por sí mismo el desarrollo, concepto que hoy ingloba más aspectos, como el de la sustentabilidad medioambiental o la seguridad, entre otros.
Las barreras mentales a veces son más consistentes que la propia cordillera de los Andes, fruto de las herencias de nuestra historia. Valga como ejemplo las difíciles relaciones entre Perú, Bolivia y Chile, consecuencia de la Guerra del Pacífico disputada hace más de 130 años. Bolivia no sólo no le vende gas a Chile, sino que una cláusula del contrato por el que le vende gas a la Argentina prohíbe que el fluido pueda ser revendido y llegar a tierra chilena. El complejo entuerto de la salida al mar soberana, que Bolivia reclama, hace que sea difícil avanzar en una mejor integración entre los tres países si antes no se supera la cuestión.
Recientemente, Costa Rica y Nicaragua han tenido tensiones por cuestiones limítrofes y también las han manifestado El Salvador con Honduras. El flamante presidente salvadoreño supo dar un buen ejemplo de cómo encarar un conflicto: cuando la disputa con Tegucigalpa por la posesión de una diminuta isla en el Golfo de Fonseca alcanzó un nivel preocupante, realizó una propuesta superadora: transformar ese espejo de agua compartido por su país, Honduras y Nicaragua en un polo de desarrollo económico y comercial, que fue aceptada por sus pares.
Vuelve aquí el tema del liderazgo brasileño, que es clave para enfocar y superar los desafíos de la región. Este liderazgo tiene ventajas pero también costos. Y hasta ahora el gobierno de Brasil no pareció demasiado dispuesto a pagarlos.
El tema no es menor. No habría UE si Francia, Alemania y Reino Unido no se hubieran alternado en el liderazgo. Y fue precisamente eso lo que permitió, apenas cinco años después del segundo conflicto mundial, cuando todavía se estaban recuperando de los destrozos de una guerra en la que fueron enemigos, que Francia, Alemania e Italia dieran comienzo al proceso de integración en 1950.
A veces los desafíos se transforman en laberintos pero, como enseña Leopoldo Marechal, de un laberinto se sale por arriba. El proceso de integración necesita de miradas superadoras.
lunes, 9 de junio de 2014
El gesto espiritual y tambien politico de Bergoglio
La convocatoria al presidente palestino y al de Israel de orar por la superación del conflicto en Tierra Santa, además de un profundo significado religioso, también representa un gesto de mucho peso político.
Si bien la iniciativa del Papa Francisco de orar por la paz en Tierra Santa, entre israelíes y palestinos, tuvo un carácter eminentemente espiritual, es imposible no valorar también su peso político. Jorge Mario Bergoglio es un hombre que ha demostrado en varias oportunidades su gran capacidad de operar políticamente, por lo que es muy posible que su iniciativa haya tenido varios objetivos.
En primer lugar, la presencia de dos altas autoridades de ambas partes en un evento espiritual dice que el conflicto no es religioso, sino político.
A su vez, en coherencia con la permanente invitación que el Papa hace a los cristianos de comprometerse con la realidad en la que vivimos, su gesto sitúa la Iglesia católica en una de las tantas "fronteras" de nuestro siglo: la paz. Entre las reformas internas emprendidas por Francisco, figura también la de devolver a la Iglesia un rol transparente en la defensa y la preservación de la convivencia pacífica, un bien irrenunciable. No ha sido tan clara esta política en años anteriores, cuando la influencia de los neocons estadounidenses llegó hasta los muros vaticanos, pretendiendo indirectamente avalar la invasión de Iraq bajo la categoría de "guerra justa". Un operativo muy sutil que modificó por lo bajo la clara línea política determinada por Juan Pablo II, en ese entonces ya enfermo.
El reciente viaje de Bergoglio a Tierra Santa a fines de mayo, fue oportunidad para afirmar también con total claridad la postura de la Iglesia que reconoce por igual tanto del derecho del Estado de Israel a existir, como el derecho de los palestinos a un Estado independiente y soberano. Bergoglio rezó en el Muro del Templo (conocido con el de los Lamentos), pero rompió el protocolo dos veces, para rezar contra el muro de hormigón que, literalmente, enjaula los poblados palestinos. Ante el indirecto reproche del primer ministro Benjamín Netanyahu, el Papa no tuvo inconveniente de ir a rezar por las víctimas del terrorismo ante el monumento que las recuerda. Con sus gestos, reforzó la postura que reconoce derechos y condena la violencia como método para conseguirlos. Eso le da a la Iglesia la necesaria equidistancia para hablar con autoridad moral. Ningún rabino, de lo contrario, lo habría acompañado al Muro del Templo para fundirse allí en un abrazo junto a un representante del Islam, como lo ha hecho el argentino Abraham Skorka.
Por otra parte, la iniciativa Vaticana acontece en un momento que si bien es crítico para el proceso de paz, estancado como está pese a la iniciativa de Washington, también encierra una excelente oportunidad.
Luego de siete años de divisiones y de luchas internas resueltas incluso con las armas, los palestinos vuelven a recuperar su unidad política con la reconciliación entre sus principales facciones, Hamas y Fatah. El anuncio de un Gobierno de unidad es sin duda una buena notica para el proceso de paz. Pese a su pasado terrorista y fundamentalista, Hamas difícilmente podrá participar de un Ejecutivo que muchos países reconocen como el de un Estado independiente y soberano sin abandonar sus posturas más radicalizadas y violentas, comenzando por el propósito de lograr la destrucción de Israel.
Hay demasiada visibilidad, adquirida también gracias a la iniciativa espiritual del Papa, como para desperdiciar esta oportunidad con gestos irresponsables. Mahmud Abbas lo sabe, de lo contrario difícilmente habría aceptado exponerse tanto al aceptar la invitación papal. Evidentemente, hay un proceso de cambio interno en Hamas.
Si bien la presencia del presidente Shimon Peres no tenía el peso político de su Jefe de Gobierno, puesto que el presidente del Estado de Israel cumple una función más bien protocolar, no caben dudas de que igualmente se trató de una encumbrada figura del aparato estatal además ideológicamente representativa de una importante porción de la opinión pública.
La invitación no fue cursada al primer ministro Netanyahu, porque habría obtenido un rotundo rechazo, como además lo demuestra el silencio que se ha impuesto el propio jefe del Ejecutivo. Sin embargo, Netanyahu tampoco puede negar en nombre de una circunstancial mayoría oficialista que hay una cantidad de conciudadanos que anhelan un acuerdo de paz que ponga fin a un conflicto que dura desde hace 66 años.
Netanyahu se opone a negociar con una Autoridad Nacional Palestina que incluya a los terroristas de Hamas (y también al grupo Yihad Islámica), pero tampoco puede soslayar que su gobierno es sostenido por grupos que propugnan resolver el conflicto deportando a la fuerza a Jordania a todos los palestinos, que su Ejército aplica métodos similares a los que usa el terrorismo, y que su política de ampliación de los asentamientos israelíes en territorio palestino además de una provocación es una injusticia que viola lo dispuesto por las resoluciones de las Naciones Unidad al respecto.
Nadie puede pretender sentarse a una mesa de negociación con una contraparte impoluta. El haber participado de un conflicto hace que todos de algunas maneras lleguen con las manos ensangrentadas. Pero aquí el tema no es el pasado, sino el futuro. La iniciativa del Papa tiene chances de volver a encauzar un proceso al que todo el mundo desea éxito.
Si bien la iniciativa del Papa Francisco de orar por la paz en Tierra Santa, entre israelíes y palestinos, tuvo un carácter eminentemente espiritual, es imposible no valorar también su peso político. Jorge Mario Bergoglio es un hombre que ha demostrado en varias oportunidades su gran capacidad de operar políticamente, por lo que es muy posible que su iniciativa haya tenido varios objetivos.
En primer lugar, la presencia de dos altas autoridades de ambas partes en un evento espiritual dice que el conflicto no es religioso, sino político.
A su vez, en coherencia con la permanente invitación que el Papa hace a los cristianos de comprometerse con la realidad en la que vivimos, su gesto sitúa la Iglesia católica en una de las tantas "fronteras" de nuestro siglo: la paz. Entre las reformas internas emprendidas por Francisco, figura también la de devolver a la Iglesia un rol transparente en la defensa y la preservación de la convivencia pacífica, un bien irrenunciable. No ha sido tan clara esta política en años anteriores, cuando la influencia de los neocons estadounidenses llegó hasta los muros vaticanos, pretendiendo indirectamente avalar la invasión de Iraq bajo la categoría de "guerra justa". Un operativo muy sutil que modificó por lo bajo la clara línea política determinada por Juan Pablo II, en ese entonces ya enfermo.
El reciente viaje de Bergoglio a Tierra Santa a fines de mayo, fue oportunidad para afirmar también con total claridad la postura de la Iglesia que reconoce por igual tanto del derecho del Estado de Israel a existir, como el derecho de los palestinos a un Estado independiente y soberano. Bergoglio rezó en el Muro del Templo (conocido con el de los Lamentos), pero rompió el protocolo dos veces, para rezar contra el muro de hormigón que, literalmente, enjaula los poblados palestinos. Ante el indirecto reproche del primer ministro Benjamín Netanyahu, el Papa no tuvo inconveniente de ir a rezar por las víctimas del terrorismo ante el monumento que las recuerda. Con sus gestos, reforzó la postura que reconoce derechos y condena la violencia como método para conseguirlos. Eso le da a la Iglesia la necesaria equidistancia para hablar con autoridad moral. Ningún rabino, de lo contrario, lo habría acompañado al Muro del Templo para fundirse allí en un abrazo junto a un representante del Islam, como lo ha hecho el argentino Abraham Skorka.
Por otra parte, la iniciativa Vaticana acontece en un momento que si bien es crítico para el proceso de paz, estancado como está pese a la iniciativa de Washington, también encierra una excelente oportunidad.
Luego de siete años de divisiones y de luchas internas resueltas incluso con las armas, los palestinos vuelven a recuperar su unidad política con la reconciliación entre sus principales facciones, Hamas y Fatah. El anuncio de un Gobierno de unidad es sin duda una buena notica para el proceso de paz. Pese a su pasado terrorista y fundamentalista, Hamas difícilmente podrá participar de un Ejecutivo que muchos países reconocen como el de un Estado independiente y soberano sin abandonar sus posturas más radicalizadas y violentas, comenzando por el propósito de lograr la destrucción de Israel.
Hay demasiada visibilidad, adquirida también gracias a la iniciativa espiritual del Papa, como para desperdiciar esta oportunidad con gestos irresponsables. Mahmud Abbas lo sabe, de lo contrario difícilmente habría aceptado exponerse tanto al aceptar la invitación papal. Evidentemente, hay un proceso de cambio interno en Hamas.
Si bien la presencia del presidente Shimon Peres no tenía el peso político de su Jefe de Gobierno, puesto que el presidente del Estado de Israel cumple una función más bien protocolar, no caben dudas de que igualmente se trató de una encumbrada figura del aparato estatal además ideológicamente representativa de una importante porción de la opinión pública.
La invitación no fue cursada al primer ministro Netanyahu, porque habría obtenido un rotundo rechazo, como además lo demuestra el silencio que se ha impuesto el propio jefe del Ejecutivo. Sin embargo, Netanyahu tampoco puede negar en nombre de una circunstancial mayoría oficialista que hay una cantidad de conciudadanos que anhelan un acuerdo de paz que ponga fin a un conflicto que dura desde hace 66 años.
Netanyahu se opone a negociar con una Autoridad Nacional Palestina que incluya a los terroristas de Hamas (y también al grupo Yihad Islámica), pero tampoco puede soslayar que su gobierno es sostenido por grupos que propugnan resolver el conflicto deportando a la fuerza a Jordania a todos los palestinos, que su Ejército aplica métodos similares a los que usa el terrorismo, y que su política de ampliación de los asentamientos israelíes en territorio palestino además de una provocación es una injusticia que viola lo dispuesto por las resoluciones de las Naciones Unidad al respecto.
Nadie puede pretender sentarse a una mesa de negociación con una contraparte impoluta. El haber participado de un conflicto hace que todos de algunas maneras lleguen con las manos ensangrentadas. Pero aquí el tema no es el pasado, sino el futuro. La iniciativa del Papa tiene chances de volver a encauzar un proceso al que todo el mundo desea éxito.
Etiquetas:
Discurso papal,
Iglesia,
Israel,
Jorge Mario Bergoglio,
mahmud Abbas,
Palestina,
Papa Francisco,
shimon peres,
un minuto por la paz
Suscribirse a:
Entradas (Atom)