El 6 de agosto de 1945, hace 67 años, luego de intensos bombardeos
sobre Japón, las fuerzas aereas de los Estados Unidos lanzaron la
primera bomba atómica de la historia. Fue llamada "Little boy",
muchacho.
Ese episodio instaló la discusión sobre dos problemáticas. Por un
lado, la necesidad de definir un criterio ético para procurar el fin de
un conflicto. ¿Se justificaban los feroces bombadeos que hicieron
estragos entre los civiles de la Alemania nazi y Japón, y en especial el
uso de las armas atómicas sobre Hirshima y Nagasaki? Los historiadores
están divididos.
El fanatismo de los regímens nazi y japonés hacía temer la
prolongación de una guerra ya larga y sangrienta. Aunque estaba claro
que la balanza pendía del lado de los aliados desde hacía tiempo, esas
masacres muy probablemente podían evitarse y, quizá, valía la pena
insistir en negociar un rendición por las vías diplomáticas. A su vez,
el poder destructivo de las armas atómicas abrió la discusión sobre la
bondad de los avances de la ciencia, sobre todo entre aquellos
científicos que trabajaron para desentrañar los secretos del átomo.
Las sucesivas catástrofes nucleares, ocasionadas ya en un contexto de
uso pacífico de la tecnología nuclear, de Trhee Mile Island (1979),
Chernobil (1986) y Fukushima (2011) demostraron cuán difícil es prever y
controlar los riesgos de la explotación de este tipo de energía.
Se trata de consecuencias que no se producen sólo en el presente,
sino en un futuro muy largo, por lo tanto con efectos sobre las
generaciones futuras, pues la contaminación no puede ser detenida y su
duración es de 24 mil años... Es decir, por siempre. Además, se trata de
efectos que superan ampliamente una determinada región. Cuando ocurrió
el episodio de Chernobil, en Ucrania, en el sur del Mediterráneo se
tuvieron que sacrificar toneladas de hortalizas por el desplazamiento de
la nube radioactiva.
Por lo tanto, se impone una reflexión acerca de la conveniencia de su
uso, máxime cuando la irresponsabilidad, como en el caso de Fukushima,
permitió construir la central nuclear en una zona de muy alto riesgo.
Alemania, luego del episodio, decidió el cierre de sus centrales
nucleares. Otros países también renunciarán a desarrollar esta
tecnología.
Escribe Tzvetan Todorov, comentando a Ulrich Bech, el conocido sociólogo alemán que habla acerca de la sociedad del riesgo: "Antes
el mal procedía de la naturaleza. La voluntad humana, apoyada en la
ciencia, era fuente de salvación. Pero hoy sucede lo contrario. Se
considera que la ciencia es un riesgo y lo que ofrece esperanzas es la
ciencia" (1).
Este riesgo, provocado en muchos ámbiso de los avances científicos y
tecnológicos, aumenta cuando se une o es usado por la codicia y la
avaricia, cuando la aspiración humana a vivir mejor es reemplazada,
según lo resume Todorov, por la "lógica neoliberal que contempla a
la humanidad como una masa indiferenciada de individuos, que quedan
reducidos a sus intereses económicos" (2). "La sociedad no existe", repetía la primer ministro británica Margareth Tatcher.
Volver a conducir a la ciencia y la teconología al pleno servicio de
la comunidad humana, significa abonar el terreno de un nuevo humanismo
que nos haga redescubrir justamente como personas que en su dimensión
relacional forman una comunidad, una sociedad. Es el mejor antódoto para
no repetir errores del pasado. Como la tragedia de Hiroshima.
(1) Tzvetan Todorov, Los enemigos íntimos de la democracia, Buenos Aires, 2012, p. 112.
(2) Ibid. p. 114.
(1) Tzvetan Todorov, Los enemigos íntimos de la democracia, Buenos Aires, 2012, p. 112.
(2) Ibid. p. 114.
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