domingo, 20 de mayo de 2012

Nuevo escenario político en Francia


Como escribe acertadamente el periodista parisino Jean Michel Merlin, “serán las elecciones legislativas de junio a dar al país un nuevo rostro político”. En efecto, si bien el socialista Francois Hollande ha resultado ser el ganador de las elecciones presidenciales, el electorado francés dista mucho de haber decidido respaldar masivamente su orientación ideológica. El triunfo de Hollande ha sido claro, pero no se lo puede definir como contundente: 51,7 por ciento de los votos, algo más de tres puntos por encima de las preferencias cosechadas por su rival, Nicolas Sarkozy, en un fin de semana electoral que registró una muy buena concurrencia, puesto que más del 80 por ciento de los votantes fue a las urnas.

Esperando la “tercera vuelta”

Un repaso de los resultados de la primera vuelta de estas elecciones presidenciales da una idea de reparto de las preferencias entre los candidatos: Hollande consiguió el 28,6 por ciento de los votos, el saliente presidente Sarkozy llegó en cambio al 27 por ciento con su propuesta de derecha, al tiempo que la verdadera sorpresa fue el respaldo cosechado por la extrema derecha representada por Marine Le Pen (la hija de Jean-Marie, conocidos por sus posturas xenófobas), con un inesperado 18 por ciento de las preferencias. El Frente de izquierda-partido comunista de Jean-Louis Mélechon, por su parte, no fue más allá del 11 por ciento, mientras que el centrista Francois Bayrou apenas superó el 9 por ciento.
Falta a este punto la “tercera vuelta”, como algunas figuras de la derecha han definido las próximas elecciones legislativas que, en junio, definirán la composición del Parlamento galo. El flamante presidente, por lo tanto, casi no tendrá tiempo para enfrentar ese nuevo compromiso y, al mismo tiempo, dar los primeros pasos como Jefe de Estado de esta tradicional potencia occidental. Sus márgenes de maniobra política se verán acotados, acaso sobre todo por los sectores más extremos, tanto de la derecha como de la izquierda (Le Pen y Mélechon), quienes posiblemente apuntarán sus dardos contra la moderación que Hollande supo manifestar a lo largo de su inteligente campaña electoral.

Algo más que estilos diferentes

La pregunta clave es cómo se llegó a este resultado. Una de las críticas más frecuentes dirigida a la gestión de Nicolas Sarokozy ha sido la de haber gobernado para los ricos, los industriales, los poderosos. De esto parecen estar convencidos los sectores de clase media y baja. Son precisamente esos sectores de la población que, en estos años, no han visto grandes mejoras al problema del desempleo. Éste se acentúa particularmente en las grandes periferias habitadas por los descendientes de segunda y tercera generación de los inmigrantes de las ex colonias francesas del norte y del centro de África, donde en 2005 estallaron violentos disturbios, comenzando por los suburbios parisinos. “Nos sentimos despreciados por Sarkozy”, comentaba un habitante de la periferia de París recordando la arrogancia con la que el ex presidente se dirigió a menudo hacia la clase media. Una actitud que el ex presidente intentó moderar con gestos algo torpes, como cuando fue filmado quitándose un costoso reloj antes de saludar a gente común por la calle. Sin embargo, se fue afirmando la convicción de que se trataba de gestos pour la galerie. El verdadero Sarkozy volvía a aparecer en seguida. Como cuando, para congraciarse a la extrema derecha, el primero de mayo opuso la celebración de la fiesta de los “verdaderos trabajadores” a la que tradicionalmente protagonizaban los sindicatos.
Por otro lado, durante su gestión Sarkozy centralizó en sus manos el poder en un híperactivismo que, en los primeros meses de su mandato, hasta pareció una forma de sobreactuación. De este modo, el rol del primer ministro quedó desdibujado, terminando por ser un mero ejecutor de sus órdenes. Más grave aún fue haber transformado el parlamento en una escribanía que sólo tenía que ratificar sus decisiones.
En el balotaje, poco más de la mitad de los votantes ha rechazado claramente estos errores. Tanto es así que, en la noche de los festejos, el eslogan no fue “Hollande presidente” sino “Sarkozy, se terminó”. La muchedumbre esperó al primer mandatario electo con banderas no sólo francesas, sino europeas, belgas, italianas, tunecinas en una muestra de amplitud de visiones y de actitud inclusiva.
Tomando distancia de su ex rival, Hollande manifestó por lo tanto la intención de ser el presidente de todos los franceses. Agradeció el apoyo de los centristas representados por Bayrou, y prometió que el primer ministro gobernaría efectivamente. Se comprometió sobre dos demandas muy populares y claves: la justicia y los jóvenes. “La justicia dispondrá de todas las garantías para ser independiente”, y a los jóvenes prometió todo los esfuerzos para que tengan un porvenir y las mismas posibilidades, sin distinción de raza, religión o procedencia, dijo en el día de su asunción. En otro orden, aseguró su compromiso ante la tremenda crisis que azota a la Unión Europea con medidas que no se limiten al rigor fiscal, sino que apunten al crecimiento y a la generación de empleo con una mirada especialmente dirigida a las nuevas generaciones. “Fijaré mis prioridades, pero no decidiré todo, por todo y para todo”, declaró en su discurso de investidura, tomando una vez más distancia del hiperpresidencialismo de la gestión anterior.

Francia y el mundo

Sin duda, durante estos años Francia ha ejercido un creciente rol de liderazgo en Europa. Sarkozy supo aprovechar el alineamiento británico con la política de la Casa Blanca y la nula simpatía por el euro, estableciendo un eje Berlín – París que ha cobrado particular relevancia a partir del último año, cuando la crisis financiera ha estallado en el Viejo Continente, obligando a la zona del euro a redefinir estrategias comunes más decididas para hacer frente al descalabro griego, y a la alerta roja proveniente de las economías, española, italiana y portuguesa (el grupo fue bautizado con el acrónimo PIGS, por las iniciales de estos países en inglés).
Pero la necesidad de demostrar que el de Francia era un gobierno fuerte ha provocado también otro cambio sustancial de la política exterior gala. Luego de años de cierta pasividad, en los que Estados Unidos y Reino Unido desplegaron un gran poder de iniciativa en África, continente en el que Francia tiene importantes intereses políticos y comerciales con sus ex colonias. Londres y Washington tenían un plan que consistía directamente en ir expulsando a los franceses de la región. La jugada más lograda en este sentido fue el derrocamiento, en 1998, del dictador del entonces Zaire (hoy República Democrática de Congo), Mobutu Sese Seko a manos de Laurent Desiré Kabila. Ese plan, nombre en código: “herradura”, fue ejecutado sin contemplaciones. Cabe recordar que el conflicto, que sigue todavía, produjo varios millones de muertes y el desmembramiento de facto de Congo. En el intento de defender a Mobutu, París recurrió a mercenarios serbios y bosnios, acusados de crímenes de guerra cometidos en el conflicto de la ex Yugoslavia. Lo cual le valió al gobierno francés un embarazoso escándalo (1). También se puede leer en este sentido la desestabilización sucesiva de otros países, en especial, Costa de Marfil.
Más recientemente, en África apareció otro competidor de relieve: China. Sarkozy supo aprovechar a su favor la rivalidad entre Estados Unidos y China, aliándose contra el “adversario” común asiático con Washington y Londres. Dos hechos marcan esta decisión: el regreso de los franceses en el mando operativo de la OTAN, y el conflicto desencadenado en Libia.
Desde la presidencia de Charles De Gaulle, París había dejado de integrar el mando operativo de la OTAN. Para el viejo presidente ningún soldado francés debería recibiría órdenes de alguien de otro país. Sarkozy modificó esta línea en 2009. La Casa Blanca, estaba decidida a frenar el avance chino en África, donde la potencia asiática está tratando hacer negocios con los países productores de petróleo, entre ellos Libia, en aplicación de una política destinada a limitar los esfuerzos de China de multiplicar sus fuentes de abastecimiento de crudo, sin el cual no le será posible mantener los altos niveles de crecimiento económico. Por su parte Sarkozy quería desplazar a las empresas italianas, con las que el líder libio Muhammar Khadafi tuvo un trato preferencial gracias al vínculo amistoso con el primer ministro italiano Silvio Berlusconi. Esta coincidencia entre París y la Casa Blanca explica el rol particularmente activo de Sarkozy en oportunidad de la intervención militar en Libia, teóricamente para proteger a la población civil, en la realidad, al lado de los insurgentes. En efecto, meses antes de que en Libia estallara la revuelta, se registró una fuerte presencia de elementos de inteligencia de varios países, y también franceses. Éstos fueron preparando los escenarios que luego por intermedio de una oportuna maquinaria mediática fueron presentados como la salvaje represión por parte del régimen de Khadafi. Entre los elementos contratados para hacer estallar la revuelta, curiosamente, figura el Grupo Islámico Combatiente de Libia. Una organización, paradojalmente, vinculada a Al Qaeda, que en la página web del ministerio del interior británico figura como proscripta en ese país, mientras que en la página del Departamento de Estado de los Estados Unidos, sigue figurando como grupo terrorista (2). Por lo visto, cuando se trata de intereses comerciales, es fácil para ciertos gobiernos taparse la nariz y negociar con quien sea. Hoy inútilmente Amnistía Internacional señala que en Libia se sigue torturando y ejecutando a adversarios.
La cuestión es que si bien Francia recuperó un papel de liderazgo en el plano internacional, no todos estos episodios han reportado ventajas claves, ni pueden ser esgrimidos con orgullo, al punto tal que no constituyeron un punto fuerte durante la pasada gestión de Sarkozy.

Las cuentas de Francia

Monsieur le president tendrá además una situación económica complicada, como cualquier país europeo en este momento, ya que la crisis financiera parece avanzar en modo imparable. En las semanas venideras se jugará el futuro de Grecia, sacudida y al borde de la bancarrota si no se pagan unos 30.000 millones de euros antes de fines de junio. Para el economista italiano Alberto Bagnai “Francia tiene un importante problema de competitividad que se traduce en un creciente endeudamiento externo (...), por lo que deberá recurrir a la ‘devaluación interna’: remover garantías sindicales, reducción de salarios, etc.” (3). Para este experto, a partir de 2005 Francia comenzó a endeudarse. Entre 2007 y 2001 la deuda publica creció en 22 puntos porcentuales del Producto Bruto Interno (PBI), del que hoy representa el 86 por ciento. Por este motivo el país “está a la vigilia de una crisis en todo similar a la de los demás países periféricos de la Eurozona: crisis de balanza de pagos inducida por una reducción del ahorro privado, agravada por una reducción del ahorro público” (4). La diferencia entre Francia y Grecia, en este caso, sería sólo cuantitativa y no cualitativa.
En un contexto tan adverso, ¿podrá Holland cumplir con su programa electoral? La pregunta no es superflua. En España Mariano Rajoy asumió la conducción del gobierno convencido de poder dominar la situación, para luego comprobar que se trata de una tarea sumamente compleja. En su ejecutivo circulan voces de posibles elecciones anticipadas antes de fin de año. Voces acaso exageradas, pero que hablan claro de la complejidad y delicadeza de la situación. Holland ha enfrentado su campaña electoral criticando el severo ajuste al que han sido sometidas las economías europeas, sin que la gente pudiera vislumbrar una perspectiva esperanzadora. Cualquiera está dispuesto a hacer sacrificios, siempre y cuando pueda vislumbrar una luz al final del túnel. Los cambios estructurales, el recorte del gasto público, los recortes de salarios, la ulterior precarización de los contratos de trabajo, hasta el momento han acentuado la recesión en toda Europa con la sola excepción de Alemania. Sin embargo, el partido de la canciller Angela Merkel recibió en mayo un castigo importante en la región de Renania – Westfalia, la más poblada del país y es difícil no ver en este resultado el rechazo a su férrea defensa de la política de ajuste.
En estas escasas semanas, Hollande deberá cuidar el caudal electoral conseguido, posiblemente ampliarlo si quiere disponer de un mayor apoyo en el Parlamento, pero esto compatiblemente con la situación económica adversa. Su primer gesto, una vez asumido el mando presidencial, ha sido la de visitar a la vecina Alemania, dando una clara señal de continuidad en el eje París – Berlín que hoy lidera la Unión Europea. Tanto él como su par alemana deberán dar prueba de saber capitanear el barco en el mar embravecido. Si lo logran, Europa, habrá encontrado los líderes que le hacen falta.


Notas:
(1) El operativo fue conocido bajo el nombre en código: “araña”. Cfr. El sito web sobre los Balcanes: Notizie Est, whttp://www.bulgaria-italia.com/notizie-est/article3e97.asp y también http://www.bulgaria-italia.com/notizie-est/article4e6b.asp

(2) Cfr. Sitio web del Departamento de Estado: http://www.state.gov/j/ct/rls/other/des/123085.htm 
La sigla del grupo está obviamente en inglés Libyan Islamic Fighting Group (LIFG). En cambio, el sitio web del ministerio del interior británico, cfr. http://www.homeoffice.gov.uk/publications/counter-terrorism/proscribed-terrorgroups/proscribed-groups?view=Binary, ofrece también un resumen sobre el grupo: “Libyan Islamic Fighting Group (LIFG) The LIFG seeks to replace the current Libyan regime with a hard-line Islamic state. The group is also part of the wider global Islamist extremist movement, as inspired by Al Qa’ida. The group has mounted several operations inside Libya, including a 1996 attempt to assassinate Mu’ammar Qadhafi”.

(3) Cfr. Bagnai: perché Hollande sará costretto a tradire gli elettori, en: www.libreidee.org

(4) Ibid.


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