Como
escribe acertadamente el periodista parisino Jean Michel Merlin,
“serán las elecciones legislativas de junio a dar al país un
nuevo rostro político”. En efecto, si bien el socialista Francois
Hollande ha resultado ser el ganador de las elecciones
presidenciales, el electorado francés dista mucho de haber decidido
respaldar masivamente su orientación ideológica. El triunfo de
Hollande ha sido claro, pero no se lo puede definir como contundente:
51,7 por ciento de los votos, algo más de tres puntos por encima de
las preferencias cosechadas por su rival, Nicolas Sarkozy, en un fin
de semana electoral que registró una muy buena concurrencia, puesto
que más del 80 por ciento de los votantes fue a las urnas.
Esperando la “tercera vuelta”
Un
repaso de los resultados de la primera vuelta de estas elecciones
presidenciales da una idea de reparto de las preferencias entre los
candidatos: Hollande consiguió el 28,6 por ciento de los votos, el
saliente presidente Sarkozy llegó en cambio al 27 por ciento con su
propuesta de derecha, al tiempo que la verdadera sorpresa fue el
respaldo cosechado por la extrema derecha representada por Marine Le
Pen (la hija de Jean-Marie, conocidos por sus posturas xenófobas),
con un inesperado 18 por ciento de las preferencias. El Frente de
izquierda-partido comunista de Jean-Louis Mélechon, por su parte, no
fue más allá del 11 por ciento, mientras que el centrista Francois
Bayrou apenas superó el 9 por ciento.
Falta a
este punto la “tercera vuelta”, como algunas figuras de la
derecha han definido las próximas elecciones legislativas que, en
junio, definirán la composición del Parlamento galo. El flamante
presidente, por lo tanto, casi no tendrá tiempo para enfrentar ese
nuevo compromiso y, al mismo tiempo, dar los primeros pasos como Jefe
de Estado de esta tradicional potencia occidental. Sus márgenes de
maniobra política se verán acotados, acaso sobre todo por los
sectores más extremos, tanto de la derecha como de la izquierda (Le
Pen y Mélechon), quienes posiblemente apuntarán sus dardos contra
la moderación que Hollande supo manifestar a lo largo de su
inteligente campaña electoral.
Algo más que estilos diferentes
La
pregunta clave es cómo se llegó a este resultado. Una de las
críticas más frecuentes dirigida a la gestión de Nicolas Sarokozy
ha sido la de haber gobernado para los ricos, los industriales, los
poderosos. De esto parecen estar convencidos los sectores de clase
media y baja. Son precisamente esos sectores de la población que, en
estos años, no han visto grandes mejoras al problema del desempleo.
Éste se acentúa particularmente en las grandes periferias habitadas
por los descendientes de segunda y tercera generación de los
inmigrantes de las ex colonias francesas del norte y del centro de
África, donde en 2005 estallaron violentos disturbios, comenzando
por los suburbios parisinos. “Nos sentimos despreciados por
Sarkozy”, comentaba un habitante de la periferia de París
recordando la arrogancia con la que el ex presidente se dirigió a
menudo hacia la clase media. Una actitud que el ex presidente intentó
moderar con gestos algo torpes, como cuando fue filmado quitándose
un costoso reloj antes de saludar a gente común por la calle. Sin
embargo, se fue afirmando la convicción de que se trataba de gestos
pour la galerie.
El verdadero Sarkozy volvía a aparecer en seguida. Como cuando, para
congraciarse a la extrema derecha, el primero de mayo opuso la
celebración de la fiesta de los “verdaderos trabajadores” a la
que tradicionalmente protagonizaban los sindicatos.
Por otro
lado, durante su gestión Sarkozy centralizó en sus manos el poder
en un híperactivismo que, en los primeros meses de su mandato, hasta
pareció una forma de sobreactuación. De este modo, el rol del
primer ministro quedó desdibujado, terminando por ser un mero
ejecutor de sus órdenes. Más grave aún fue haber transformado el
parlamento en una escribanía que sólo tenía que ratificar sus
decisiones.
En el
balotaje, poco más de la mitad de los votantes ha rechazado
claramente estos errores. Tanto es así que, en la noche de los
festejos, el eslogan no fue “Hollande presidente” sino “Sarkozy,
se terminó”. La muchedumbre esperó al primer mandatario electo
con banderas no sólo francesas, sino europeas, belgas, italianas,
tunecinas en una muestra de amplitud de visiones y de actitud
inclusiva.
Tomando
distancia de su ex rival, Hollande manifestó por lo tanto la
intención de ser el presidente de todos los franceses. Agradeció el
apoyo de los centristas representados por Bayrou, y prometió que el
primer ministro gobernaría efectivamente. Se comprometió sobre dos
demandas muy populares y claves: la justicia y los jóvenes. “La
justicia dispondrá de todas las garantías para ser independiente”,
y a los jóvenes prometió todo los esfuerzos para que tengan un
porvenir y las mismas posibilidades, sin distinción de raza,
religión o procedencia, dijo en el día de su asunción. En otro
orden, aseguró su compromiso ante la tremenda crisis que azota a la
Unión Europea con medidas que no se limiten al rigor fiscal, sino
que apunten al crecimiento y a la generación de empleo con una
mirada especialmente dirigida a las nuevas generaciones. “Fijaré
mis prioridades, pero no decidiré todo, por todo y para todo”,
declaró en su discurso de investidura, tomando una vez más
distancia del hiperpresidencialismo de la gestión anterior.
Francia y el mundo
Sin
duda, durante estos años Francia ha ejercido un creciente rol de
liderazgo en Europa. Sarkozy supo aprovechar el alineamiento
británico con la política de la Casa Blanca y la nula simpatía por
el euro, estableciendo un eje Berlín – París que ha cobrado
particular relevancia a partir del último año, cuando la crisis
financiera ha estallado en el Viejo Continente, obligando a la zona
del euro a redefinir estrategias comunes más decididas para hacer
frente al descalabro griego, y a la alerta roja proveniente de las
economías, española, italiana y portuguesa (el grupo fue bautizado
con el acrónimo PIGS, por las iniciales de estos países en inglés).
Pero la
necesidad de demostrar que el de Francia era un gobierno fuerte ha
provocado también otro cambio sustancial de la política exterior
gala. Luego de años de cierta pasividad, en los que Estados Unidos y
Reino Unido desplegaron un gran poder de iniciativa en África,
continente en el que Francia tiene importantes intereses políticos y
comerciales con sus ex colonias. Londres y Washington tenían un plan
que consistía directamente en ir expulsando a los franceses de la
región. La jugada más lograda en este sentido fue el derrocamiento,
en 1998, del dictador del entonces Zaire (hoy República Democrática
de Congo), Mobutu Sese Seko a manos de Laurent Desiré Kabila. Ese
plan, nombre en código: “herradura”, fue ejecutado sin
contemplaciones. Cabe recordar que el conflicto, que sigue todavía,
produjo varios millones de muertes y el desmembramiento de
facto de Congo. En el
intento de defender a Mobutu, París recurrió a mercenarios serbios
y bosnios, acusados de crímenes de guerra cometidos en el conflicto
de la ex Yugoslavia. Lo cual le valió al gobierno francés un
embarazoso escándalo (1). También se puede leer en este sentido la
desestabilización sucesiva de otros países, en especial, Costa de
Marfil.
Más
recientemente, en África apareció otro competidor de relieve:
China. Sarkozy supo aprovechar a su favor la rivalidad entre Estados
Unidos y China, aliándose contra el “adversario” común asiático
con Washington y Londres. Dos hechos marcan esta decisión: el
regreso de los franceses en el mando operativo de la OTAN, y el
conflicto desencadenado en Libia.
Desde la
presidencia de Charles De Gaulle, París había dejado de integrar el
mando operativo de la OTAN. Para el viejo presidente ningún soldado
francés debería recibiría órdenes de alguien de otro país.
Sarkozy modificó esta línea en 2009. La Casa Blanca, estaba
decidida a frenar el avance chino en África, donde la potencia
asiática está tratando hacer negocios con los países productores
de petróleo, entre ellos Libia, en aplicación de una política
destinada a limitar los esfuerzos de China de multiplicar sus fuentes
de abastecimiento de crudo, sin el cual no le será posible mantener
los altos niveles de crecimiento económico. Por su parte Sarkozy
quería desplazar a las empresas italianas, con las que el líder
libio Muhammar Khadafi tuvo un trato preferencial gracias al vínculo
amistoso con el primer ministro italiano Silvio Berlusconi. Esta
coincidencia entre París y la Casa Blanca explica el rol
particularmente activo de Sarkozy en oportunidad de la intervención
militar en Libia, teóricamente para proteger a la población civil,
en la realidad, al lado de los insurgentes. En efecto, meses antes de
que en Libia estallara la revuelta, se registró una fuerte presencia
de elementos de inteligencia de varios países, y también franceses.
Éstos fueron preparando los escenarios que luego por intermedio de
una oportuna maquinaria mediática fueron presentados como la salvaje
represión por parte del régimen de Khadafi. Entre los elementos
contratados para hacer estallar la revuelta, curiosamente, figura el
Grupo Islámico Combatiente de Libia. Una organización,
paradojalmente, vinculada a Al Qaeda, que en la página web del
ministerio del interior británico figura como proscripta en ese
país, mientras que en la página del Departamento de Estado de los
Estados Unidos, sigue figurando como grupo terrorista (2). Por lo
visto, cuando se trata de intereses comerciales, es fácil para
ciertos gobiernos taparse la nariz y negociar con quien sea. Hoy
inútilmente Amnistía Internacional señala que en Libia se sigue
torturando y ejecutando a adversarios.
La
cuestión es que si bien Francia recuperó un papel de liderazgo en
el plano internacional, no todos estos episodios han reportado
ventajas claves, ni pueden ser esgrimidos con orgullo, al punto tal
que no constituyeron un punto fuerte durante la pasada gestión de
Sarkozy.
Las cuentas de Francia
Monsieur
le president tendrá además
una situación económica complicada, como cualquier país europeo en
este momento, ya que la crisis financiera parece avanzar en modo
imparable. En las semanas venideras se jugará el futuro de Grecia,
sacudida y al borde de la bancarrota si no se pagan unos 30.000
millones de euros antes de fines de junio. Para el economista
italiano Alberto Bagnai “Francia tiene un importante problema de
competitividad que se traduce en un creciente endeudamiento externo
(...), por lo que deberá recurrir a la ‘devaluación interna’:
remover garantías sindicales, reducción de salarios, etc.” (3).
Para este experto, a partir de 2005 Francia comenzó a endeudarse.
Entre 2007 y 2001 la deuda publica creció en 22 puntos porcentuales
del Producto Bruto Interno (PBI), del que hoy representa el 86 por
ciento. Por este motivo el país “está a la vigilia de una crisis
en todo similar a la de los demás países periféricos de la
Eurozona: crisis de balanza de pagos inducida por una reducción del
ahorro privado, agravada por una reducción del ahorro público”
(4). La diferencia entre Francia y Grecia, en este caso, sería sólo
cuantitativa y no cualitativa.
En un
contexto tan adverso, ¿podrá Holland cumplir con su programa
electoral? La pregunta no es superflua. En España Mariano Rajoy
asumió la conducción del gobierno convencido de poder dominar la
situación, para luego comprobar que se trata de una tarea sumamente
compleja. En su ejecutivo circulan voces de posibles elecciones
anticipadas antes de fin de año. Voces acaso exageradas, pero que
hablan claro de la complejidad y delicadeza de la situación. Holland
ha enfrentado su campaña electoral criticando el severo ajuste al
que han sido sometidas las economías europeas, sin que la gente
pudiera vislumbrar una perspectiva esperanzadora. Cualquiera está
dispuesto a hacer sacrificios, siempre y cuando pueda vislumbrar una
luz al final del túnel. Los cambios estructurales, el recorte del
gasto público, los recortes de salarios, la ulterior precarización
de los contratos de trabajo, hasta el momento han acentuado la
recesión en toda Europa con la sola excepción de Alemania. Sin
embargo, el partido de la canciller Angela Merkel recibió en mayo un
castigo importante en la región de Renania – Westfalia, la más
poblada del país y es difícil no ver en este resultado el rechazo a
su férrea defensa de la política de ajuste.
En estas
escasas semanas, Hollande deberá cuidar el caudal electoral
conseguido, posiblemente ampliarlo si quiere disponer de un mayor
apoyo en el Parlamento, pero esto compatiblemente con la situación
económica adversa. Su primer gesto, una vez asumido el mando
presidencial, ha sido la de visitar a la vecina Alemania, dando una
clara señal de continuidad en el eje París – Berlín que hoy
lidera la Unión Europea. Tanto él como su par alemana deberán dar
prueba de saber capitanear el barco en el mar embravecido. Si lo
logran, Europa, habrá encontrado los líderes que le hacen falta.
Notas:
(1) El
operativo fue conocido bajo el nombre en código: “araña”. Cfr.
El sito web sobre los Balcanes: Notizie Est,
whttp://www.bulgaria-italia.com/notizie-est/article3e97.asp
y también
http://www.bulgaria-italia.com/notizie-est/article4e6b.asp
(2)
Cfr. Sitio web del Departamento de Estado:
http://www.state.gov/j/ct/rls/other/des/123085.htm
La sigla del grupo está obviamente en inglés Libyan Islamic Fighting Group (LIFG). En cambio, el sitio web del ministerio del interior británico, cfr. http://www.homeoffice.gov.uk/publications/counter-terrorism/proscribed-terrorgroups/proscribed-groups?view=Binary, ofrece también un resumen sobre el grupo: “Libyan Islamic Fighting Group (LIFG) The LIFG seeks to replace the current Libyan regime with a hard-line Islamic state. The group is also part of the wider global Islamist extremist movement, as inspired by Al Qa’ida. The group has mounted several operations inside Libya, including a 1996 attempt to assassinate Mu’ammar Qadhafi”.
La sigla del grupo está obviamente en inglés Libyan Islamic Fighting Group (LIFG). En cambio, el sitio web del ministerio del interior británico, cfr. http://www.homeoffice.gov.uk/publications/counter-terrorism/proscribed-terrorgroups/proscribed-groups?view=Binary, ofrece también un resumen sobre el grupo: “Libyan Islamic Fighting Group (LIFG) The LIFG seeks to replace the current Libyan regime with a hard-line Islamic state. The group is also part of the wider global Islamist extremist movement, as inspired by Al Qa’ida. The group has mounted several operations inside Libya, including a 1996 attempt to assassinate Mu’ammar Qadhafi”.
(4)
Ibid.
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