El régimen sirio se ve acosado
por juegos de poder: la confrontación entre corrientes opuestas en el mundo
islámico e intereses geopolíticos del “gran juego” global.
¿Qué pasa en Siria?
Los medios muestran un régimen despiadado que dispara contra civiles que
marchan pidiendo reformas democráticas. Es la imagen que quieren presentar los
gobiernos interesados en la caída de Bashal al Assad. Coinciden miembros de la Liga
Árabe, la dinastía saudita y Qatar, y los Estados Unidos, Francia, el Reino
Unido y gran parte de Occidente. Pero, en realidad, las manifestaciones a favor
de Assad revelan que no es repudiado por gran parte de la población. Tanto la mayoría sunita, como la minoría
cristiana, estarían ciertamente a favor de un cambio de régimen, pero no de
manera cruenta. Una “guerra civil provocaría centenares de miles de muertos”,
aclara una fuente confiable consultada. No es cierto que la gente esté
dispuesta a levantarse en armas contra un régimen que –conviene aclararlo– no
es un modelo de democracia.
Los grupos infiltrados en territorio sirio no son
una novedad. Inclusive, no coinciden las versiones sobre quién está disparando
a la multitud. La Liga Árabe envió al lugar a 166 observadores (1). El informe presenta un cuadro muy diferente
del que difunden las cancillerías occidentales y los medios periodísticos. El
documento fue silenciado porque cuestiona la información de que el gobierno sea
responsable de una brutal represión. Se atribuye a algunas bandas el asesinato
de cientos de civiles y miles de soldados. Las mismas que habrían cometido atentados
con bombas en autobuses, trenes, puentes y oleoductos.
No muy diferente del caso libio, donde de la noche a la mañana surgió una
guerrilla armada en un país donde la oposición no era particularmente activa.
La presencia de servicios de inteligencia y fuerzas extranjeras fue confirmada varias
veces, además de grupos milicianos cercanos a Al Qaeda.
Siria es parte de un escenario donde se da una compleja confrontación entre
diferentes corrientes internas del mundo islámico, sunitas y chiítas. Los
gobiernos con mayoría sunita, como Arabia Saudita, no ven con agrado el aumento
de la influencia chiíta en el mundo árabe a través del régimen iraní, que, sin
embargo, gana simpatías populares por su férrea oposición al estilo de vida
occidental. El régimen de Teherán no esconde su proyecto de exportar la
revolución de Khomeini dentro del Islam (y de apoyar a grupos como Hezbollah en
Líbano y Hamás en Gaza). El régimen sunita wahabita de Riad considera que es
herética la mediación de los ayatolás entre lo sagrado y lo profano. En su
momento, la casa Saudita financió la guerra entre Irak e Irán en los ’80. Para
Renzo Guolo, docente de Filosofía y Letras en la Universidad de Padua, “el chiísmo
como religión de las minorías y como religión de los oprimidos encontró un
abanderado en la República de Irán (2).
Siria es el principal aliado del gobierno iraní. Representa un caso
anómalo, porque la mayoría sunita de la población (70%) está gobernada por los alauitas
(12-13%). Siria es un país central en Medio Oriente, de importancia estratégica.
“Los alauitas, a los que pertenece Assad, provienen de una corriente histórica
del chiísmo y, por lo tanto, hay una fuerte afinidad religiosa. Hay también afinidad
política, ya que Irán y Siria tienen un pacto militar. La caída del régimen de
Damasco, tendría efectos no sólo en Israel sino también en Irán”, concluye
Guolo (3). Debemos tener presente que la actual situación
es vista como favorable por sectores islámicos radicales de Siria como los
salafitas y los Hermanos musulmanes que querrían ser los herederos del régimen,
como ya sucedió en otros países árabes.
En este panorama de carácter religioso se apoya la dimensión política del
problema. A nadie escapa que debilitar a este aliado de Irán significa
debilitar el régimen de los ayatolás, que es uno de los objetivos de la Casa Blanca.
La falta de prudencia del presidente Ahmadinejad y sus absurdas declaraciones
negando la Shoá o predicando la destrucción de Israel, favorece finalmente los
intereses occidentales. Pero ser uno los principales productores de crudo del
mundo dispuestos a una política desprejuiciada con Occidente y el crecimiento la
relación comercial con China –que firmó un contrato para el uso de gran parte
de la producción de gas y petróleo iraní en los próximos 25 años– son los
motivos de mayor peso para la reacción de Washington. Rusia, aliado histórico
de Siria, que ya constató hasta qué punto la OTAN está dispuesta a neutralizar
adversarios como Libia, no ve con buenos ojos la desestabilización en un área
cercana a sus fronteras.
Pero no sólo en Siria se actúa según razones de Estado, sin interesarse por
las víctimas de una guerra civil. En Irán está sucediendo algo similar. Bajo el
título “Falsa bandera”, Mark Perry presenta en su sitio foreignpolicy.com un informe de la infiltración del Mossad en la
organización Jundallah, muy activa en Irán (4). El riesgo
de un conflicto está más cerca de lo que se cree.
Situación delicada y juego de roles mientras, por el lenguaje diplomático y
el control de la información, quedan ocultos las razones de fondo. En estas
condiciones la proclamada defensa de los principios democráticos en Siria
alienta un futuro incierto. A nivel internacional, la construcción de
auténticos proyectos políticos para afrontar una aldea global es cada vez más
compleja y se deja esperar.
(1) Report of
the Head of the League of Arab States Observer Mission to Syria for the period
from 24 December 2011 to 18 January 2012.
(2) Sciiti e sunniti nell’epoca di
Assad , publicado por la ONG
Emergency, E-on line: http://www.eilmensile.it/2011/12/24/sciiti-e-sunniti-nellepoca-assad/
(3) Ibid.
(4) False flag, Foreign Policy, 13 de enero de 2012.
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