La pesadilla italiana no termina con la renuncia de Silvio Berlusconi a la jefatura de Gobierno presentada el pasado 12 de octubre a las 20:00 hora de Roma. Comienza una larga noche para reconstruir, o intentar hacerlo, aquello que se ha caído a pedazos durante esta gestión devastadora: externamente la credibilidad de una de las economías más fuertes del planeta; internamente el valor de la ley y de las instituciones democráticas que para el común de la gente están ocupadas por los representantes de sectores privilegiados de la sociedad. Una verdadera "casta" como la llaman en Italia desde hace tiempo.
El origen sospechoso de los capitales que han hecho de Berlusconi un magnate -un peritaje del Banco de Italia no pudo averiguar la proveniencia de su dinero en los años '80-, la presencia de elementos mafiosos en su misma casa (un empleado suyo miembro de la mafia siciliana) y entre sus colaboradores más cercanos (uno de ellos con una condena a 7 años no ejecutada por ser un senador), las modificaciones de normas penales para beneficiar sus actos de corrupción, y de los períodos de prescripción para que no fuera incriminado en varios procesos, más la abierta conducta escandalosa (involucrando a menores y a prostitutas) hacen del ex jefe de gobierno una figura repudiada en su país y en el exterior.
La sospecha de negociaciones espurias con la mafia lanza un cono de sombra sobre los poderes ocultos que desde siempre influyen sobre la política del país peninsular. Entre otros, el de la omnipresente masonería. La oposición no parece estar en condiciones de ofrecer una alternativa creíble al sistema. Cuando tuvo el poder optó por negociar con Berlusconi el manifiesto conflicto de intereses del magnate mediático, dueño de un imperio industrial entre los mayores del planeta. Berlusconi la liquidó arrasándola y hoy la oposición asiente casi inmóvil la decisión de los mercados de mandar a su casa a su adversario, porque la política nacional no lo habría podido hacer. No sólo, sino que tiene que tolerar la "ley de estabilidad", es decir el ajuste marca FMI que desde afuera se ha decidido aplicar. Italia ha sido intervenida. En el momento que más esperó, la oposición no quedará inmune de haber permitido este despojo de los asalariados italianos sin que apareciera una medida alternativa para que los sectores más privilegiados pagaran el precio más alto del descalabro del endeudamiento del país. Estos sectores le deberán mucho a Berlusconi. Más que el comienzo del fin, parece ser el fin del comienzo.
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