Estudios sobre la fraternidad
Diálogo con Antonio María Baggio, impulsor de una red de investigadores que trabajan en torno a la idea de la fraternidad en el pensamiento latinoamericano y su dimensión como categoría política.
Por José María Poirier y Alberto Barlocci
La charla con Antonio María Baggio docente de la Universidad Sophia, el instituto universitario fundado por los Focolares cerca de Florencia, se desarrolla en un bar de Tucumán, durante una pausa del seminario de la Red de Universitarios para Estudios sobre la Fraternidad (RUEF), en agosto pasado. Docente de filosofía, politólogo e investigador, como buen italiano del norte –de la llanura padana, arrasada por el sol en el verano, bajo un manto de nieve en el largo invierno– Baggio es parco y reservado. Acostumbra ponderar el significado de cada palabra y, como todo académico, es preciso cuando expresa un concepto, puntilloso cuando cita un nombre o algunos dichos. Sabemos que no es el entusiasmo lo que lo lleva a presentar la fraternidad como una “necesidad de nuestra época”, sino una atenta reflexión.
¿Cuál sería el punto de partida para instalar un debate sobre la fraternidad?
La constatación de un fracaso. De los tres principios del tríptico de la Revolución Francesa –libertad, igualdad y fraternidad– la aplicación de los primeros dos ha sido extremadamente parcial en algunos lugares e imperfecta en otros. Y esto no sólo en regiones del mundo que aún viven en relaciones de injusticia y de explotación, sino también en países desarrollados. La insatisfacción es tal que algunos se preguntan si los ideales de la democracia se pueden realizar. Ya en los años 60 lo puso en duda Robert Dahl, quien estudió las formas modernas de la democracia. Y llega a la conclusión de que esos ideales se pueden vivir, sí, pero en ámbitos reducidos como la familia, una pequeña red de relaciones, un pueblo, pero ya no en una gran ciudad. En efecto, si la aplicabilidad de principios como la libertad y la igualdad depende del grado de extensión, significa un fracaso del proyecto democrático.
Zygmund Bauman, el sociólogo polaco, observa algo parecido...
Sí, él considera que sin esos principios no se puede vivir. Y que están presentes en la sociedad, pero en forma oculta. Hay quien está dispuesto a renunciar a la fraternidad a cambio de la seguridad, por ejemplo. En ese sentido, el acceso a cierto nivel de consumo da una apariencia superficial de igualdad. Y la realidad virtual da una cierta sensación de fraternidad. Por lo tanto son aspectos deformados del mismo tríptico, porque aun así necesitamos principios.
Si bien es un concepto que no tiene buena prensa en el ámbito político, ¿qué lo induce a pensar que es necesario volver al valor de la fraternidad?
Según nuestros estudios, en las grandes crisis, cuando no se pueden asegurar los principios de libertad e igualdad, se ha recurrido a la fraternidad. Por ejemplo, en oportunidad de una guerra o un evento trágico los ciudadanos apelan espontáneamente a la fraternidad para crear las condiciones de una vida basada en la libertad y la igualdad. Aparece como la única posibilidad relacional que luego crea el resto de las relaciones, que sucesivamente son codificadas. Luego de liberarse del enemigo, la Constitución habla de libertad e igualdad mientras que supone la fraternidad. Este es un papel histórico, reconocido e importante. Por lo tanto, no es un elemento derivado sino una fuente generadora, es una condición para el ejercicio de los demás principios.
Ha sucedido con el fin del régimen de Apartheid en Sudáfrica, con los tribunales tradicionales de Ruanda luego del genocidio, y en los países que se han liberado del colonialismo.
En ámbitos políticos suele suceder que el otro más que un adversario es un enemigo y, por lo tanto, es alguien a quien destruir. ¿No es escéptico convocar a un valor tan alto?
La fraternidad no reemplaza las reglas de la buena política, las mejora. La competencia política es importante porque es sinónimo de libertad; en caso contrario, faltaría la posibilidad de optar entre varios candidatos. Pero hay modos y modos de competir: esta palabra deriva del latín cum-petere, es decir, buscar, pedir juntos, aunque por caminos distintos y de diferentes maneras. El hecho de ser distintos y medirse para saber quién es el mejor, sigue involucrando un vínculo, que es ese cum (juntos): el fin es lograr el bien para todos los que compiten. Otra cosa es la disputa posicional: es una pugna destructiva, donde lo importante es anular al otro para ocupar su lugar. En cambio la competencia política genuina asigna roles distintos: el adversario que pierde no es anulado sino que asume el rol de opositor, que es constructivo para todo el país. El ganador cuenta con las garantías de quien ha perdido en las elecciones, porque las funciones de contralor político más importantes deben ser ocupadas por la oposición. En este escenario la fraternidad reduce el nivel de los conflictos y ayuda a reconocer en el otro la validez de su vocación política y de la diversidad. Los hermanos son muy distintos entre sí y la fraternidad nos permite apreciar las verdaderas diferencias, no las motivadas por la lucha posicional. La fraternidad no cambia ni es un edulcorante de la política, sino que ayuda a que se la viva mejor.
Sin embargo, la constante contraposición entre adversarios políticos en todo el mundo no deja vislumbrar indicios de fraternidad.
Hay que generar las condiciones para poder hablar en estos términos. De lo contrario se sigue una lógica polar, binaria: amigo-enemigo, proletarios-capitalistas, que no interpreta exactamente la realidad. La existencia de graves injusticias a veces presentan como verdaderos y sensatos aquellos discursos que subrayan sólo el choque. Sucedió con el marxismo y el socialismo radical en sociedades de rápida industrialización, donde de verdad había injusticias. Y es mucho más fácil entrar en acción y movilizar las masas a partir de una ideología binaria: “Yo soy bueno, él es malo, actuemos contra el malo”. Pero este tipo de discursos no logra sostenerse en una situación que evoluciona, e incluso la lectura de la realidad cambia cuando se tiene en cuenta la complejidad social. Uno de los problemas actuales es la herencia de los pensamientos binarios. Existe un liberalismo en el que hay amigos de la libertad, que son los buenos, y plantea enemigos; la igualdad ha creado un humanismo binario. Pero ninguno está en condiciones de interpretar la realidad.
¿Entonces cómo hay que leerla?
El filósofo y político contemporáneo Edgard Moren dice que hay que recuperar el pensamiento de la complejidad porque los razonamientos simplificadores, reduccionistas, no logran interpretar la realidad y, por lo tanto, tampoco ubicarnos en condición de actuar bien. Para él significa recuperar el tríptico liberad, igualdad y fraternidad. La libertad y la igualdad no se contraponen, como lo hemos vivido después de la revolución francesa, y la fraternidad las une. Para Moren no es un camino fácil, y tenemos que vivir la fraternidad en esta dimensión y no porque seamos creyentes. Dice que no hay una buena noticia, que no somos salvados sino que el nuestro es un mundo en el que estamos perdidos, y por eso tenemos que comportarnos como hermanos. Es una época en la que los políticos actúan de modo binario y atrasado respecto de la realidad. Y si bien admite que hay casos en los que funciona, ya no en Occidente.
Se refiere a la complejidad de las interrelaciones humanas, que son más ricas que la mera contraposición.
La fraternidad lleva los conflictos a nivel fisiológico. Puede parecer utópico cuando asistimos a los grandes choques políticos, pero en la vida de las ciudades, en lo cotidiano, si no existiera una actitud que privilegia el interés de la mayoría y la solución de los problemas concretos, no podríamos sobrevivir.
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