La Corte Internacional de La Haya ha fallado. Y no hay apelación. El gobierno de Uruguay violó el Tratado del Río de la Plata. No podía hacer lo que hizo. Pero la Corte también reconoce que estamos frente a hechos consumados. Pensar en relocalizar la planta no es viable. Además, no se han producido pruebas de que contamine. Por lo tanto, la Corte invita a las partes a cuidar el medio ambiente de la zona.
¿Nada nuevo o todo nuevo? Esta mañana, chateando con un querido amigo uruguayo sobre el fallo, le comentaba exactamente estos tres puntos como posibles posturas por parte de la Corte Internacional de Justicia. No disponía de información reservada, no me asistía la clarividencia. Derecho y sentido común sugerían que la Corte, como es su costumbre, señalaría de qué manera dos pueblos podrán cooperar a futuro, asumiendo que los hechos producidos no son de tal magnitud como para desendar un camino.
¿Qué podrá pasar de aquí en adelante? Mucho depende de si prima o no la cordura. Ahora que la Corte de La Haya ha respondido, las preguntas nos las tenemos que plantear nosotros:
¿Puede un grupo de ciudadanos estar condicionando las relaciones con un país vecino en circunstancias en las cuales no se está produciendo el perjucio tan temido, es decir, la contaminación del río Uruguay? ¿Esta postura que influye tan fuertemente sobre nuestra política exterior se condice con un gobierno que ha recibido el mandato electoral para llevar a cabo las relaciones con otros Estados? Los vecinos de Gualeguaychú, con los que es absolutamente compartible la preocupación por el medio ambiente, ¿no deberán rever su postura que a esta altura es intransigente?
A su vez, ¿antes de levantar el dedo acusador contra los vecinos uruguayos, no convendrá ver cómo cuidamos en casa el medio ambiente?
La imagen del Riachuelo es una postal que nos impide hablar de los demás. Y es tan sólo el primer ejemplo que se asoma a la memoria.
Este desafortunado episodio debería dejarnos varias enseñanzas. Ojalá que podamos atesorar de ellas. Primero que nada, y en esto los habitantes de Gualeguaychú tienen razón y han instalado el tema: el cuidado del medio ambiente es una cuestión que atañe a la calidad de nuestra vida. No es un tema secundario. Por lo tanto, el modo con el cual encaramos nuestro desarrollo y nuestro progreso debe sustentarse también desde el punto de vista ambiental. Por otro lado, nadie hoy, ningún país, y máxime si son limítrofes, puede hacer esto solo: el medio ambiente es un tema de la agenda global. Tenemos que invertir en ellos, y sobre todo a nivel regional, nuestros mejores y mayores esfuerzos y negociaciones para armonizar intereses.
Finalmente, una última enseñanza es para quien lleva la enorme responsabilidad de gobernar en nombre de todos los argentinos: hace falta prestar oído y responder con rapidez el reclamo de la ciudadanía. Demasiadas veces, la exasperación y la sospecha de la inacción de las autoridades mueve a la intransigencia. Y en el país, cada vez más, necesitamos diálogo y comprensión.
¿Nada nuevo o todo nuevo? Esta mañana, chateando con un querido amigo uruguayo sobre el fallo, le comentaba exactamente estos tres puntos como posibles posturas por parte de la Corte Internacional de Justicia. No disponía de información reservada, no me asistía la clarividencia. Derecho y sentido común sugerían que la Corte, como es su costumbre, señalaría de qué manera dos pueblos podrán cooperar a futuro, asumiendo que los hechos producidos no son de tal magnitud como para desendar un camino.
¿Qué podrá pasar de aquí en adelante? Mucho depende de si prima o no la cordura. Ahora que la Corte de La Haya ha respondido, las preguntas nos las tenemos que plantear nosotros:
¿Puede un grupo de ciudadanos estar condicionando las relaciones con un país vecino en circunstancias en las cuales no se está produciendo el perjucio tan temido, es decir, la contaminación del río Uruguay? ¿Esta postura que influye tan fuertemente sobre nuestra política exterior se condice con un gobierno que ha recibido el mandato electoral para llevar a cabo las relaciones con otros Estados? Los vecinos de Gualeguaychú, con los que es absolutamente compartible la preocupación por el medio ambiente, ¿no deberán rever su postura que a esta altura es intransigente?
A su vez, ¿antes de levantar el dedo acusador contra los vecinos uruguayos, no convendrá ver cómo cuidamos en casa el medio ambiente?
La imagen del Riachuelo es una postal que nos impide hablar de los demás. Y es tan sólo el primer ejemplo que se asoma a la memoria.
Este desafortunado episodio debería dejarnos varias enseñanzas. Ojalá que podamos atesorar de ellas. Primero que nada, y en esto los habitantes de Gualeguaychú tienen razón y han instalado el tema: el cuidado del medio ambiente es una cuestión que atañe a la calidad de nuestra vida. No es un tema secundario. Por lo tanto, el modo con el cual encaramos nuestro desarrollo y nuestro progreso debe sustentarse también desde el punto de vista ambiental. Por otro lado, nadie hoy, ningún país, y máxime si son limítrofes, puede hacer esto solo: el medio ambiente es un tema de la agenda global. Tenemos que invertir en ellos, y sobre todo a nivel regional, nuestros mejores y mayores esfuerzos y negociaciones para armonizar intereses.
Finalmente, una última enseñanza es para quien lleva la enorme responsabilidad de gobernar en nombre de todos los argentinos: hace falta prestar oído y responder con rapidez el reclamo de la ciudadanía. Demasiadas veces, la exasperación y la sospecha de la inacción de las autoridades mueve a la intransigencia. Y en el país, cada vez más, necesitamos diálogo y comprensión.