Algunas reflexiones a la luz de las intervenciones de Jorge Mario Bergoglio en su viaje a México. Una vez más el Papa nos convoca desde una de las periferias del mundo donde se concentran parte de los retos de este siglo.
México encierra
muchos de los desafíos del siglo XXI. Onceava economía planetaria, rico en recursos
naturales y culturales, México es un país emergente de grandes
potencialidades, pero también un país en emergencia. Se
reúnen en esta tierra las desigualdades y contradicciones que
caracterizan nuestra América latina: casi la mitad de sus 120
millones de habitantes viven en la pobreza o la vulnerabilidad
social. Enormes riquezas benefician a unos pocos en medio de una
estridente pobreza que caracteriza en especial la vida de las
numerosas etnias indígenas.
A
menudo, son riquezas de proveniencia espuria: imperan los carteles de
la droga en medio de una suerte de guerra civil no declarada que en
los últimos 6/7 años ha provocado no menos de 50.000 asesinatos y
28.000 desaparecidos. Como los estudiantes de Ayotzinapa
desaparecidos en la nada, pero más probablemente masacrados por los
sicarios del cartel local con la complicidad de las fuerzas
policiales y las autoridades políticas del Estado. El 90 por ciento
de los delitos graves quedan impunes.
Frecuentemente, periodistas, intendentes, sacerdotes que se atreven a
levantar la voz contra estos poderes letales son acallados y
culpabilizados hasta por las propias autoridades que deberían velar
por el bien común: en los últimos diez años, fueron asesinados 80
periodistas y otros 17 desaparecieron. La última víctima es una
periodista, mamá desde hacía tres semanas, secuestrada por un
comando armado y liquidada unas horas después. Los políticos no se
salvan de la violencia, sólo el año pasado al menos 23 fueron
muertos. Tampoco los sacerdotes tienen vida fácil: 40 muertos en
diez años entre presbíteros y religiosos, cientos de seminaristas,
catequistas y parroquianos han sido amenazados.
¿Todos
valientes? Lamentablemente no faltan los sacerdotes que conceden
dudosas absoluciones por actos criminales a cambio de cuantiosas
financiaciones para ampliar o mejorar los templos, como si el lujo de
los lugares de culto fuera un elemento esencial para la identidad
católica. Ante esta espiral violenta, Bergoglio ha invitado (¿o
fustigado?) a los obispos a no refugiarse tras “condenas genéricas”
porque hace falta “coraje profético” para reconstruir
pastoralmente el tejido social.
El
Papa ha recomendado especialmente a los obispos el seguimiento de la
llaga de la migración. Es una verdadera emergencia humanitaria
negada por las autoridades. Decenas de miles de personas que salen
principalmente de Guatemala, El Salvador y Honduras y cruzan de norte
a sur el país tratando de ingresar en los Estados Unidos. Una marcha
de la esperanza a la que se unen mexicanos de varios estados, todos
huyendo de la pobreza y la violencia. Muchos son menores de edad y
las víctimas de los que especulan con la trata de personas ya no se
cuentan.
Desigualdades,
injusticias, pobreza, gente obligada a dejar su tierra, violencia,
criminalidad, marginación, dominación... el Papa habla en México
ante llagas bien determinadas, pero éstas evocan las llagas de toda
la humanidad en las periferias que ha señalado a menudo como los
lugares en los que hoy la Iglesia está convocada. Vivimos en la
aldea global donde los síntomas locales son efecto de males
globales. Es estando a lado de los últimos y de los oprimidos de
todas las periferias que podremos comprender las claves para
enfrentar los males globales que nos oprimen. La historia de la
salvación parte precisamente desde una periferia del mundo.
Sin
embargo el Papa no se limita a enumerar estos males, sino que propone
un cambio de perspectiva radical invitando a la Iglesia a cambiarse a
sí misma. Comenzando por asumir que la catolicidad no es una milicia
que lucha contra el mal –imagen que quizás guste a algunos– sino
una madre capaz de abrazar a la humanidad y sus penas, de ofrecer su
“regazo” y también de situarse al lado de los últimos y usar en
su defensa incluso la indignación y la denuncia, como en el caso de
los pueblos indígenas expropiados incluso de sus culturas milenarias
de las que hoy, afirma el Papa, tenemos necesidad. La “Virgen
Morenita”, emblema del mestizaje cultural de este país y de todo
mestizaje, “nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el
corazón de los hombres es la ternura de Dios”, ha señalado
Bergoglio a los pastores. Parafraseando el libro del Éxodo, el Papa
los ha invitado a no recurrir a los mismos métodos de los “faraones
actuales”: nuestra fuerza está en la nube de fuego y no en los
carros y caballos.
Cambiarnos
para generar cambios. Es la lógica que hace 1500 años siguió
Agustín de Hipona: “Son tiempos malos dicen los hombres.
Vivan bien y los tiempos serán buenos. Nosotros somos los tiempos”.
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