Sobre las islas Spratly, en Occidente algo saben los expertos en geopolítica y los pocos que se interesan en la materia. Sin embargo nos encontramos frente a una de las regiones estratégicas del planeta, como el estrecho de Ormuz o los canales de Suez y de Panamá. Pero, ¿por qué es tan importante este puñado de islas remotas, desconocidas, deshabitadas y, para colmo, inhóspitas? Parece que este archipiélago, compuesto por más de 650 islas, islotes y barreras coralinas, cuya superficie supera los 400 mil kilómetros cuadrados, ubicado en el 10° paralelo del mar de China Meridional, precisamente entre Vietnam y las Filipinas, contiene bajo sus aguas ricas de pesca una inmensa reserva de petróleo y de gas. Hay quienes hablan de 50 mil millones de barriles, otros de 150. Para algunos estamos frente a reservas similares a las de Arabia Saudita, para otros muy menores, de sólo la décima parte. Pero inclusive en esta última hipótesis se trataría de una cantidad consistente. En efecto, las Filipinas extraen de una región que limita con las islas Spratly el 15 por ciento del crudo que consume el país.
La cercanía de las islas con el estrecho de Malaca, punto de paso obligado entre el océano Índico y el Pacífico, convierte a esta zona de enorme importancia estratégica: por allí pasa el 50 por ciento de las naves porta contenedores y petroleras del mundo. Por lo tanto, se comprende por qué las Spratly son codiciadas por Vietnam, China, las Filipinas, Malasia, Taiwan y el Sultanato de Brunei. En los últimos 30 años esa contienda conoció algunos picos de tensión, breves escaramuzas navales o protestas diplomáticas. Salvo el Sultanato de Brunei, todos los demás contendientes recurrieron a sus propias fuerzas navales para asegurar el control de algunos sectores del archipiélago, a veces sólo algún atolón. Mientras tanto, todo puede servir para no quedar fuera de la repartición, si es que algún día sucede.
Vietnam, las Filipinas y sobre todo China llevan la parte del león. Además, China y Vietnam disputan también la soberanía de las islas Paracelso,poco más al norte, también ellas ricas de petróleo. Pero es China, que en el ínterin, ha rebautizado al archipiélago en su idioma (Nasha), quien despierta las mayores preocupaciones puesto que su gobierno parece decidido a imponer su voluntad como sea. El aumento del gasto de defensa hará que pronto sea casi imposible oponerse a las decisiones de las autoridades chinas. Y eso pese a los acuerdos de 2002 que establecieron un código de conducta destinado a confinar la cuestión al ámbito político, pero que no obliga a las partes.
En suma, una situación ambigua como las que surgen de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (Unclos, en su sigla en inglés), especialmente cuando se trata de establecer con precisión la zona económica exclusiva, el radio de 200 millas marinas desde la propia costa.
¿Podría, entonces, transformarse esta zona en un foco de tensiones internacionales dado su valor económico y estratégico? Es difícil decirlo. La historia sugeriría que no. Y también la política china. Pequín es responsable, en gran medida, del crecimiento de muchas regiones, entre las cuales se encuentra Sudamérica, gracias a una política inteligente y de mutua conveniencia. Además, rige aún la teoría de Deng Xiaoping: “esconde tus capacidades y gana tiempo”.
Pero las circunstancias siempre pueden cambiar. En efecto, ¿nadie pudo prever la intervención militar contra Libia? Y ello no obstante el regreso de Kadafi al consenso de las naciones.
La sed de petróleo de China, difícil de apagar dados los ritmos de crecimiento del gigante asiático, obliga a Pequín a acaparar constantemente fuentes de recursos energéticos. La Casa Blanca, por su parte, comprendió que si quiere contener el crecimiento de China y evitar encontrarse frente a una superpotencia global debe atacar de alguna manera su talón de Aquiles: la necesidad de combustibles. Es ésta una clave de lectura del conflicto estallado precisamente en Libia, que estaba por transformarse en un importante proveedor de China.
La exigencia china en materia de combustibles sigue creciendo. Y no son muchas las áreas del planeta que cuentan con grandes reservas no renovables, considerando que el empleo de las renovables (energía solar, eólica, etc.) está lejos de mutar los actuales equilibrios geopolíticos. Es necesario, entonces, preguntarse qué sucederá si por una razón u otra la necesidad china de combustibles se tornara tan urgente al punto de provocar decisiones y medidas de fuerza. Y también, dados los antecedentes como la invasión de Irak y la actual presencia de fuerzas aliadas en Afganistán, cada vez menos justificables, ¿sobre cuáles argumentos jurídicos sería posible impedir que China definiera de una buena vez y a su favor la soberanía sobre las islas Spratly?
Conviene no olvidar que, con inquietante pragmatismo, a partir del 11 de septiembre de 2001 Rusia obtuvo el “permiso” de actuar a discreción en Chechenia con tal de presentar su guerra como lucha contra el terrorismo mundial. Y Putin no empleó ciertamente el “guante de terciopelo”. Estos argumentos, que nunca serían expuestos públicamente, son sin embargo bien conocidos por las diplomacias que saben lo que se dice off the record entre jefes de Estado y gobiernos.
No obstante, es muy probable que prevalezca la prudencia y se llegue a un acuerdo entre los países que reclaman la soberanía de las islas Spratly. Pero lo mejor no acontece siempre, como enseña la historia. Prudente es, entonces, evitar de otorgar a los violentos argumentos para un posible casus belli.
¿Se podrá superar la lógica de las relaciones de fuerza para privilegiar el terreno más propiamente político? La interdependencia que cada día nos demuestra cuánto dependemos unos de otros, parece sugerirlo.