Los conflictos en Siria e Iraq, que algunos ya definen como “Siraq”, han puesto en evidencia la existencia de realidades complejas cuya historia es poco conocida en Occidente. Se suele soslayar que se trata de países con una gran diversidad étnica y religiosa, que el Estado unitario mantenía unida, asegurando a menudo cierto grado de protección de las minorías. Los conflictos instalados en estos territorios, siguiendo intereses ajenos, han perjudicado equilibrios de por sí delicados.
La caja de Pandora
Siria seguía el citado esquema de convivencia religiosa y étnica: los casi 23 millones de sirios se repartían entre una gran mayoría árabe y sunita, cristianos (10 %), chiitas de diferentes tradiciones (12 %) y drusos (3 %), siendo los kurdos la más numerosa minoría étnica (9 %), seguidos por otros grupos: asirios, yazidi, turcomanos... En Iraq, el gobierno de Saddam Hussein (por cierto, un criminal), evitaba que el 60 % de la población chiita se impusiera por sobre sunitas, kurdos, cristianos y demás minorías. Algo parecido ocurría en Libia antes de 2011, amiga de los mismos franceses e italianos que luego la atacaron sin remordimiento. La torpe intervención de los Estados Unidos en Iraq en 2003 destapó una verdadera caja de Pandora, provocando el caos y el enfrentamiento. Le siguieron Libia y Siria, donde se aplicó el mismo guión, con el agravante de favorecer el interés de Arabia Saudita y Qatar –los verdaderos patrocinadores del terrorismo–, dedicados a la doble tarea de imponer su versión del islam (salafita) y contener a su adversario religioso y geopolítico: Irán. De este entuerto surgió lo que el ex comandante supremo de la OTAN, Wesley Clark, definió como un “Frankenstein”: el Isis. El grupo, junto con otras milicias, ha sido utilizado como “herramienta” en un conflicto destinado a diseñar un nuevo mapa de Medio Oriente dividido en más pequeños Estados etno-religiosos, que concentra territorialmente sunitas, chiitas, kurdos, cristianos… Establecer aliados y adversarios en estos conflictos no es simple. Ante la necesidad de detener al Isis, se necesitan fuerzas en el terreno que las democracias occidentales no están dispuestas a aportar, por lo que se insiste en recurrir a los kurdos. Sin embargo, éstos distan de ser una realidad social homogénea.
Una nación sin Estado
Luego de la Primera Guerra Mundial, en 1919, las potencias europeas olvidaron la promesa de un Kurdistán, realizada durante el conflicto y, finalmente, esta nación quedó repartida entre Turquía, Siria, Iraq e Irán. Si bien los kurdos son en su gran mayoría sunitas, en el plano político sus ideas son muy distintas. Los kurdos de Turquía son tradicionales adversarios del régimen de Ankara y adhieren en gran número al partido de los trabajadores (PKK), una agrupación comunista liderada por Abdulah Ocalan. Hasta mediados de la década pasada, el PKK se enfrentó con las armas al ejército turco en un conflicto que provocó 30.000 muertos. Hoy el ideario de Ocalan se ha distanciado del marxismo-leninismo recalando en el ecologismo y el federalismo municipalista, superador del Estado-nación. Frenadas en Turquía, estas ideas se han desarrollado en Rojava, la limítrofe región de Siria que hospeda a la minoría kurda de ese país, reunida sobre todo en torno al partido de la unión democrática (PYD). En estos años de mayor debilidad del gobierno de Damasco han conformado un modelo federalista similar al de los zapatistas mexicanos de Chiapas. El territorio se divide en cantones y municipios confederados con autonomía política y económica, cuya tierra ha sido redistribuida. Todo el pueblo está en armas, sus milicias (YPG) obedecen a un subcomandante femenino y uno masculino. La convivencia social abarca a yazidíes y asirios y no aspira ni a la independencia ni a ser un Estado, según su ideario semi anarquista. El YPG ha peleado tanto al lado como contra el ejército de Damasco, cuando el conflicto sirio llevó a su territorio (con complicidad turca) al Isis. Al final, los yihadistas fueron derrotados también gracias a la ayuda aérea del Pentágono, mientras que el ejército turco se dedicó a atacar a los kurdos tanto en su territorio como en Siria. Los kurdos de Iraq también combaten el Isis con su ala militar (los peshmerga), pero desde otras ideas políticas. Los Estados Unidos, luego de la invasión, les concedió una real autonomía al punto que Washington ha enviado representantes diplomáticos a la capital, Erbil, del territorio controlado por ellos. Su líder, Mas’ud Barzani, adhiere a una visión conservadora y nacionalista, aliada de la Casa Blanca. Incluso manejan parte de la producción de petróleo. En este sentido son también aliados de Turquía, que respiraría con alivio si el Kurdistán naciera lejos de su frontera. Finalmente, no falta un componente kurdo en el propio Isis. Bingol y Adiyaman, ciudades kurdas en el sureste de Turquía, son centro de reclutamiento del Isis. Desde Iraq se han alistado no menos de 500 kurdos, y otros más se unieron a Al Nusra, grupo que se opone al gobierno de Damasco y que se define como sucursal siria de Al Qaeda.
En definitiva, cada grupo kurdo combate su propia guerra y dentro de sus fronteras. Pero lo mismo ocurre en el intrincado mapa de agrupaciones yahdistas, milicias y ejércitos de decenas de países que se enfrentan en “Siraq” (incluyendo libaneses de Hezboláh, pasdaran (1) iraníes, rusos y occidentales), cada uno con sus objetivos, lo cual complica así, ulteriormente, este escenario. La guerra nunca es un buen remedio para las cuestiones complejas.
1. Milicianos, guardianes de la revolución.