miércoles, 16 de febrero de 2011

Ventanas que se abren


Los países islámicos parecían un mundo poco disponible al cambio. En dos meses, cayeron dos dictaduras, en Egipto y en Túnez. ¿Qué sucede en el área islámica?


A mediados de los años ’80, cuando nadie presagiaba la caída del Muro de Berlín –el derrumbe de los regímenes socialistas europeos–, desde las columnas de Ciudad Nueva Antonio M. Baggio señalaba que el proceso político abierto por el entonces presidente Gorbachov –se solía usar las expresiones en ruso perestrojka (reforma) y glasnost (transparencia)– podría llegar mucho más lejos de lo que se imaginaba el líder soviético. Y así fue.
Del mismo modo, si se tiene en cuenta la complejidad del mundo islámico en el que, desde el pasado mes de diciembre, se han verificados giros políticos inesperados, puede que estemos frente a un fenómeno parecido a la caída del Muro de Berlín. También allí está aconteciendo algo inédito que abre ventanas inesperadas en un mundo que Occidente no suele comprender con facilidad.
El área interesada por el fenómeno es muy amplia y con características distintas. Los hechos comenzaron en los países del Magreb, como se denomina la región occidental de los países árabes del norte de África (al-magrib en este idioma significa poniente), y que abarca Túnez, Libia, Marruecos, Argelia, Sahara Occidental y Mauritania. El Magreb es parte de la cuenca del Mediterráneo, con vínculos históricos con los vecinos europeos.
Allí la insurrección popular provocó la caída del dictador tunecino Ben Alí, quien tuvo que refugiarse en el exterior con su clan familiar considerado como una suerte de “cleptocracia”. Como mancha de aceite, las protestas se extendieron a Argelia y Marruecos, para luego llegar al área de Medio Oriente, provocando en Egipto la caída del presidente Hosni Mubarak, en Jordania cambios en el gobierno y medidas preventivas de seguridad en Siria. Hubo manifestaciones en Yemen y reclamos en Arabia Saudita, y luego el fenómeno se extendió al área asiática con manifestaciones en Irán.
Ante la persistencia de las protestas en Egipto y la inicial negativa de Mubarak a abandonar el poder, el mundo (y en especial los Estados Unidos), contuvo la respiración. Ese tembladeral mantuvo a los analistas en la incertidumbre, pues se  trataba nada menos que del país que controla el estratégico canal de Suez, y de una pieza clave del tablero medioriental al haber firmado un tratado de paz con Israel.
A su vez, cambios tan importantes en países donde cada gobierno o casa real se mantiene firme en el poder desde hace décadas son inéditos. Las causas más aparentes se encuentran quizás en la mezcla de descontento social, agudizado por la crisis financiera estallada en 2008 que impacta fuertemente en el norte de Africa, y de desgaste de regímenes autoritarios y corruptos que sólo favorecen una elite.
En este contexto, la novedad es que en estos años muchos jóvenes, pese a los altos niveles de analfabetismo, han podido completar los estudios secundarios y hasta universitarios –aunque el desempleo entre quienes posee un título de estudio sea muy alto con puntas del 60-70%–. Otro factor ha sido el acceso a internet y a redes sociales como twitter y facebook. La mecha de la rebelión fue encendida pues por un sector pensante con acceso al resto del mundo. Y no es casualidad que en China, Corea del Norte, Myanmar y Cuba se limite el uso de internet.
Nos faltaría un espacio mayor para desarrollar el rol las redes sociales...
En todos los casos, el mayor temor de las miradas Occidentales se dirigió al rol que desempeñarían en esta situación los sectores más radicalizados de inspiración islámica, como los Hermanos Musulmanes o el Gia argelino. Ese temor no sólo no se vio confirmado, sino que, por ejemplo, los Hermanos Musulmanes participaron de las negociaciones entre gobierno y oposición en  Egipto. Eso está diciendo dos cosas: o que la amenaza de estos sectores radicalizados fue amplificada, ya sea por Occidente, ya sea por los mismos regímenes para justificar su continuidad; o que estos sectores han ingresado a una etapa de mayor racionalidad y disponibilidad a la discusión política.
El tema del radicalismo de matriz islámica no es menor. El temor a su influjo en la vida local ha motivado el apoyo de Occidente a las dictaduras de estos países, pese al discurso oficial de difusión la democracia en los países islámicos. El caso más patente es el de la invasión armada de Iraq y Afganistán. Es innegable el apoyo que ha recibido en 30 años el régimen de Mubarak, al tiempo que el tunecino Ben Alí llego al poder en 1987 con la complicidad del gobierno de Italia, mientras que la actual dictadura argelina, en 1991 se instaló con el apoyo de Francia. Del mismo modo, Occidente levanta su dedo acusador contra el régimen de Irán, pero soslaya y calla que el de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Pakistán, Libia y los países islámicos de Asia Central son dictaduras que nada tienen que envidiar a los así llamados “estados canallas”.
A nivel popular, y entre las elites políticas locales, este doble discurso de Occidente –y el recelo por el pasado colonialista desempeñado por las potencias europeas– siempre ha sido patente y no ha contribuido a mejorar relaciones que, en realidad, podrían haber favorecido el mutuo interés por el desarrollo de estos países en lugar de imponer una dudosa razón de Estado, tras la que se ocultaban intereses económicos. De hecho, sobre todo del Magreb provienen las olas migratorias que hoy los europeos intentan frenar desesperadamente.
¿Hacia dónde va este proceso? Es muy probable que el estallido social haya abierto una ventana que conduzca a la introducción de reformas políticas. Quizás, antes que una democracia formal al estilo Occidental la gente esté buscando una vida mejor. Escribió el periodista alemán Volkhard Windfuhur, corresponsal en El Cairo desde hace 56 años: “”Durante 30 años en funciones, Mubarak no se tomó ni un solo minuto para hablar al corazón de su gente. No tenía esa capacidad”.
Se ve que los caminos de la democracia –y es difícil no tender a ella en un mundo globalizado– van por sendas diferentes.

martes, 1 de febrero de 2011

Revoluciones y doble discurso


Pobreza y desempleo son motivo de un descontento que en Túnez, Egipto y varios países árabes se canaliza contra regímenes autoritarios. Con dualidad de criterio, Occidente apoya estos gobiernos cuando son amigos y los condena si son rivales.




Luego de 23 años en el poder, el régimen tunecino del presidente Ben Alí sostenido por su clan familiar había caído en la corrupción. Popularmente se hablaba de “cleptocracia”. "Cuando comprar una computadora, un teléfono móvil o la pasta de dientes, se lo estás comprando a la familia", asegura Rim Ben Smail, catedrática de la Universidad de Túnez1.
Mientras tanto, desde la crisis financiera de 2008, este país relativamente próspero –en base a los estándares del norte de Africa–, languidecía, con medio millón de desempleados sobre 10 millones de habitantes, una tasa alta si se tiene en cuenta que no es frecuente que la mujer trabaje. En el caso de los jóvenes, el porcentaje trepa al 30%, y se duplica al 60% entre quienes poseen un título universitario.
Y fue precisamente la muerte de un licenciado en informática que trabajaba como verdulero ambulante, Mohamed Boazizi, la mecha que encendió la revuelta en Tunez. El hombre se inmoló por protesta cuando la policía le reclamó un permiso de comercio que no podeía. Su muerte, sumada al aumento de precios de muchos productos de primera necesidad, desencadenó el caos, provocando brutales represiones y un centenar de muertos. Desde su blog, Lina Ben Mhenni comentaba: "La desocupación es la chispa... pero los tunecinos están hartos de 23 años de dictadura, de corrupción y de falta de libertad de expresión". En poco tiempo, a través de internet se convocaron huelgas y se difundieron videos de manifestaciones, sorteando los controles oficiales sobre la red (Túnez es el país de la región con mayor penetración de internet). Fue la primer ciberrevuelta de un pueblo contra su régimen. El 14 de enero, Ben Alí y su familia abandonaron el país, mientras se formaba un gobierno de unidad nacional que llamó a elecciones para mediados de 2011.
Pero las protestas y la violencia se extendieron a Egipto, otro país con una situación parecida a la tunecina, a Yemen y también en Marruecos, Argelia y Jordania. En Siria y Sudán, los gobiernos decidieron limitar el uso de internetya que las redes sociales tuvieron un papel clave en estas revueltas.
El problema hubiera quedado circunscripto a estas áreas y a la cuestión social si los gobiernos cuestionados no hubieran recibido durante mucho tiempo el amplio apoyo de los países occidentales. Un apoyo que se justifica por intereses económicos pero también políticos más allá del hecho de ser regímenes autoritarios. De hecho, con una cínica dualidad de criterios respecto de otras dictaduras que, en cambio, son frecuentemente denunciadas por los mismos occidentales, acerca de estos países no se han levantado voces de protesta que no fueran las de ONG que por su misma naturaleza prescinden de las conveniencias políticas, como las que trabajan en le área de los derechos humanos. Este escenario, por lo tanto, pone en discusión de qué democracia habla Occidente cuando pretende instalarla en países como Iraq o Afganistán.
Repasemos un poco la historia más reciente de algunos de estos países. En el caso del ya ex presidente tunecino, su llegada al poder fue en 1987 gracias a un golpe de Estado palaciego apoyado por el gobierno de Italia. Ben Alí, en efecto, fue preferido al presidente legitimo Habib Bouguiba, líder luchador contra el colonialismo francés y negociador de la independencia de su país en 1954, ya débil y mayor, quien fue declarado incapaz. El entonces ministro italiano Gianni de Michelis, intentó atenuar la responsabilidad de su país: "Fue una suerte de golpe de Estado legítimo". Pero ¿por qué hubo silencio cuando Túnez era gobernado por una dictadura, mientras que en otros casos similares la postura italiana fue la opuesta? "Posiblemente había un conjunto de intereses particulares y de razonamientos generales", respondió el ex funcionario2. Es decir, a Roma le convenía más el nuevo gobierno de Ben Alí.
Similar dualidad de criterio ha sido aplicada en Argelia, al apoyar el golpe de Estado que evitó la muy probable llegada al poder del Frente Islámico de Salvación (FIS) en 1991, cuando Occidente quiso frenar a sectores islamistas radicalizados. Y otro ejemplo más es el respaldo, sobretodo de los Estados Unidos, al presidente de Egipto, Hosni Mubarak, quien está en el gobierno desde 1981, desde el atentado que asesinó a su precedesor Anwar el-Sadat, quien firmó el tratado de paz con Israel luego de las guerras que han enfrentado a los dos países 1967 y 1973. Pese a que el suyo ha sido un gobierno que dista mucho de ser un régimen democraticos, el apoyo como aliado de Occidente ha sido importante, cosa que le ha valido también algunos atentados como el de 1995 en Addis Abeba, del que puso escapar gracias a su jefe de los servicios de inteligencia. Por otro lado, Egipto se ha transformado en una escala para la CIA, que usa sus cárceles donde enviar a sospechados o acusados de terrorismo en la “lucha contra el terrorismo global”. Allí estos prisioneros - algunos fueron reconocidos inocentes - son torturados.
Pero hay más ejemplos todavía. El lujo de la clase dirigente de los Emiratos Arabes Unidos (EAU) oculta que de los 4,3 millones de sus habitantes sólo 800 mil poseen la ciudadanía y apenas 6.700 pueden acceder al voto. No se cuestiona la falta de democracia en los EAU pese a que no están permitidos los partidos políticos, no hay elecciones y está restringida la libre asociación y los derechos de los trabajadores. Es frecuente la trata de blancas y la esclavización de niños extranjeros para ser utilizados como jinetes en las carreras de camellos. Y si se pule un poco el barniz dorado de la dinastía de Arabia Saudí, aparece una mortalidad infantil del 23/1000, pese a un PBI per cápita cercano a los 10 mil dólares anuales. Allí se aplica la pena de muerte –medio centenar de personas al año– también por delitos como la sodomía y la brujería. También allí están prohibidos los partidos políticos, las elecciones, los sindicatos, los colegios de abogados, las organizaciones de derechos humanos. Los medios de comunicación son censurados.
En este contexto, ¿es posible pretender que Occidente no sea mal visto en el mundo árabe? En lugar de la solución militar para luchar contra el terrorismo, los propios analistas del Pentágono hablan de la necesidad de un "enfoque cultural diferente y de opciones políticas innovadoras" porque "los musulmanes no odian nuestra libertad. Más bien odian nuestras políticas. La enorme mayoría rechaza la postura de Washington, que consideran unilateral, a favor de Israel y en contra de los derechos de los palestinos. Y el apoyo a regímenes tiránicos, especialmente el de Egipto, Arabia Saudita, Jordania, Pakistán y los Estados del Golfo"3. Paradojalmente, esta conducta termina favoreciendo  el predicamento y la popularidad de los grupos radicalizados. Estos, gracias a los fondos que reciben de los países petroleros, socorren a los pobres al tiempo que difunden sus doctrinas fundamentalistas para las cuales países como Estados Unidos es el reino del mal. Y Occidente es muy lento en comprender que precisamente esta política dual y  colonialista no paga. Y tarde o temprano deberá remplazarla.


(1) El País, de Madrid, 14.1.2011
(2) Corriere della Sera, 16.1.2011
(3) R. Reale, Ultime notizie. Indagine sulla crisi dell'informazione in Occidente. I rischi per la democrazia. Roma, 2005, p. 305, citado por C. Bonini - G. D'Avanzo en Il mercato della paura, Torino, 2006, p. 331.

Revoluciones en la era de internet

Una de las grandes paradojas de esta era de internet consiste en que si es cierto que los medios de comunicación, por cuestiones de intereses particulares o por respaldo a un determinado poder político,  están como nunca en condiciones de manipular la opinión pública o controlarla - basta considerar el gran juego de magia en vivo y en directo que feron los atentados del 11 de setiembre y todo lo que siguió -, por otro lado, como nunca en la red es posible conseguir aquella información que es constantemente negada o manipulada.
En esta época de redes sociales, de la comunicación en tiempo real, controlar a la opinión pública pues es fácil y al mismo tiempo imposible. Los casos de Tunez y, posiblemente, de Egipto están a la vista: incluso en una sociedad con bajos niveles de educación, la red ha sido clave para hacer de soporte a levantamientos populares en contra de regímens autoritarios y corruptos. Los regímens autoritarios, tienen en internet algo que socava su propias bases, porque son precisamente un gran espacio en el que la gente puede actuar con libertad y con menores posibilidades de ser condicionada. Por supuesto, toda herramiente depende siempre de cómo se la usa. Pero indudablemente, vivimos en una época en la que la velocidad de difusión de estos medios es tal que incluso pocas personas pueden influir mucho. No es casualidad que China, Myanmar, Corea del Norte y Cuba restringen notablemente el acceso a internet. Y Siria lo está haciendo con facebook. El temor es mucho.
Aunque el papel más importante lo siguen jugando los grandes medios de comunicación, es decir, los productores de culturas masivas, en épocas críticas la iniciativa espontánea, cuando alcanza niveles de exasperación, como ahora en el norte de Africa, encuentra sus propios caminos alternativos.
Esto parece explicar porqué quien pretende controlar una sociedad necesita también de herramientas económicas y mediáticas. Las primeras son necesarias para no crear situaciones que puedan derivar en estallidos sociales, las segundas para inducir tendencias, apagar inquietudes, en definitiva ablandar las conciencias mediante productos cautivantes que obligan a la gente en su casa: Gran hermano, entretenimiento cada vez más urticantes, el chusmerío de los reality show y de las soap opera, etc.. En este sentido, se comprende el fenómeno de la permanencia en el poder del jefe de gobierno de Italia, Silvio Berlusconi, un viejo sátrapa obsesionado con las mujeres que ya no logra controlar su tendencia, con investigaciones gravísimas y condenas que ha evitado sólo gracias a oportunas prescipciones de la pena modificadas ad hoc. En cualquier otra potencia que pretenda frecuentar el selecto grupo de los más poderosos del planeta, desde hacía tiempo habría tenido que renunciar. Sin embargo, la opinión pública no ha alcanzado el nivel de saturación debido a que no existen problemas sociales explosivos (aunque, sí, situaciones de crisis), y también gracias a un control mediáticos que desde unos 30 años ablanda las conciencias de la gente encerrándolas en sus ámbitos privados.
El gran problema de la era de internet, no paren ser  tanto las redes y sus efectos en la gente. Sino que sigue siendo el efecto de los grandes medios, el mainstream mediático, y su gran capacidad de persuasion. Es allí que la ciudadanía debe librar una gran batalla para reapropiarse de la calidad de estos productos y de los tiempos que ellos insumen en la vida cotidiana limitándolos a niveles racionales.

Nova semper quaerere et parta custodire

E' il suggerimento di Sant'Ambrogio (De Paradiso, 25): cercare sempre il nuovo e custodire quanto si é conseguito. Sono le due tendenze che devono essere presenti in una cultura che voglia essere veramente autentica. Scrive Stefano Zamagni: "Un progetto culturale scade dalla sua funzione quando si limita a conservare e non si preoccupa di cercare il nuovo, di afferrare le res novae (cose nuove). Ma esso scade anche quando per inseguire il "nuovo" perde il contatto o addirittura recide il legame con le proprie radici".
Un progetto culturale abbraccia tanti tipi di esperienze da quella ecclesiale (e non a caso cito ad Ambrogio), a una organizzazione politica o sociale, un club sportivo, una istituzione universitaria, ecc., ecc. Questa tensione tra vecchio e nuovo é vitale ed essenziale. Perché poi le persone manifestano sul piano personale o la tendenza a conservare o quella a innovare mentre l'equilibrio consiste nell'apprezzare e sostenere questi due movimenti.
Pare proprio una sfida adatta a questo mondo posmoderno (se si é d'accordo con questa espressione), dove non abbiamo piú i punti di riferimento fissi di un tempo, tutto é discusso, ed anche coloro che appartengono a un credo o a una ideologia per la quale "militano" con dedizione sentono gli scricchiolii di sistemi di pensiero che sotto il peso di un mondo cambiato ci invitano a ripensare le cose e le realtá che ci circondano. Ci invitano a non pensare che la religiositá si continui a esprimere come 100 anni fa, che la politica sia quella che vediamo tutti i giorni nei media, che l'economia sia quell'unico pensiero che sembre imperare nonostante i suoi nefasti effetti, che la vita sociale segua gli stessi ritmi e percorsi di un tempo.
Cosa conservare e cosa rinnovare? Mi pare che dietro la sapiente parola di Ambrogio va seguito un cammino nel quale il dialogo (con la sua complessitá) sia il metodo principale. Un dialogo nel quale l'altro e la sua proposta non mi minacciano, perché pur se diversa e scomoda fanno parte di me, come io faccio parte di loro. E' un "noi" e non un "io" che deve trovare le risposte e ricercare il nuovo che attende essere scoperto. Cercarlo e disseminarlo. Continua Zamagni nel suo scritto, che pure si occupa di economia civile ma che serve su altri piani, e aggiunge: "Dobbiamo dunque tornare a disseminare ad ampie mani e gettare semi nuovi senza troppo preocupparci di sapere dove andranno a finire. Tenendo a mente che un progetto culturale (...) scade anche - e forse  sopratutto - quando non riesce ad alimentare una nuova speranza nelle persone, specialmente se giovani". E conclude citando i versi del poeta Holderlin: "Vicino é il Dio, ma difficile é afferrarlo. Ma lá dove c'é il rischio, cresce anche ció che salva".